Lo más emocionante de la creación es la nada inicial, el vacío que rellenar con infinitos detalles que en un principio ni siquiera sabes cómo vas a organizar, un sinfín de posibilidades que sólo tienen un lugar en tu cabeza y quieres que se conviertan en realidad. Todo una dificultad. La animación tiene mucho de esto, pero el ‹stop motion› está más cerca de jugar a ser dioses manipulando materiales untuosos que descubran un todo. Madame Tutli-Putli es justo eso, crear del papel en blanco una realidad aparente y otra forzada, rodeada de excesos que mantiene la emoción en cualquier momento. Tal vez sea por el abarrotamiento de objetos, puede que por el gustazo de viajar en tren, quizá por la incertidumbre.
Mucho abarca esta estación de tren abarrotada por las pertenencias de nuestra Madame Tutli-Putli, absoluta protagonista que comparte su visión con los espectadores en todo momento. Ese desfile de elementos personalizados uno a uno le dan la riqueza visual con la que juegan Chris Lavis y Maciek Szczerbowski, en una iniciática realidad aparente. Los expresivos ojos de Madame reciben una primera impresión de todos los extraños pasajeros del tren, tópicos exagerados y pintorescos, como en cualquier tren en el que uno haya habitado en algún momento de su vida. La vida se une a la plenitud del vagón donde todo cabe tras milimétricos estudios dimensionales, personas, maletas, lámparas, todo un juego de manualidades que desorbita nuestra vista a través de cada rincón.
El siguiente juego es el vacío, el sueño, cuando llega el momento de crear expectación mediante la oscuridad y sus terrores, suciedad literaria entre vagones. La historia muta de los excesos al minimalismo, la liviana compañía insoportable desaparece para enfrentar a Madame Tutli-Putli a lo desconocido, y como siempre, la soledad es la única compañera en estas hazañas de supervivencia.
Conseguir mantener a flote dos realidades en un mismo medio de transporte con las marionetas como arma convierte este corto canadiense en una parada obligatoria donde la evocadora música combate todos los puntos álgidos de la historia. El traje de Madame, con esas puntadas de los años 20 de una mujer que carga con toda una vida a sus espaldas engaña con el juego siempre funcional de crear expectativas para transportarnos por un camino paralelo con final iluminado y tras jugar con una fantasía que nunca se sabe donde nos llevará. En el recuerdo quedan siempre los espacios contemplativos.