La leyenda de Barney Thomson (Robert Carlyle)

Barney es un peluquero que, como él mismo confiesa bajo una voz en off, no posee precisamente el don del carisma. Los clientes rehúyen de sus servicios porque no les da la conversación suficiente para pasar el tiempo mientras lleva a cabo la siempre monótona tarea de cortar el pelo. Al mismo tiempo, en otra parte de la ciudad de Glasgow, la policía busca a un asesino en serie que descuartiza a sus víctimas para, posteriormente, enviar un pedazo del cuerpo a los familiares.

Con esa aparente doble narración se pone en marcha La leyenda de Barney Thomson, debut en la dirección del actor Robert Carlyle. Las tierras de la capital escocesa, lugar de nacimiento del ahora cineasta, son el epicentro de una historia que en principio parece no asimilarse a demasiadas películas que ya hayamos tenido la ocasión de ver, aunque pronto es fácil descubrir que este film posee diversos nexos en común con otras producciones de este corte.

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La leyenda de Barney Thomson trata de reunir todas sus pretensiones bajo el siempre dudoso halo del humor británico, escocés en este caso, un tipo de comicidad que muchas veces se utiliza en España para designar a aquellos chistes o gracietas provenientes de Albión cuyo toque de risa no alcanzamos a comprender. En el caso de la cinta dirigida por Robert Carlyle sucede algo similar. La gracia es tan evidente y tan forzada que resulta complicado esbozar una sonrisa en la mayoría de secuencias.

Así, el director pone en escena a personajes de carácter tan variopinto como trillada se encuentra su ratio de frecuencia en el seno de la comedia. Tenemos al protagonista austero y gafe, a la madre de corazón juvenil, al poli hábil, al poli torpe, a abuelas marchosas, a amigotes estúpidos y algún friki más que se queda en el tintero. Entre ellos se dedican a intercambiar absurdeces varias mientras la trama avanza progresivamente entre un cúmulo de circunstancias estrambóticas que, esta vez sí, están a la altura de lo que cabe esperar en una comedia. El verdadero problema es que todo está demasiado pasado de rosca, algunos chistes son tan burdos y evidentes que es difícil terminar de sumergirse en el ritmo de la película.

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En este sentido, el aspecto más positivo de La leyenda de Barney Thomson lo conforma su imprevisibilidad, ya que es complicado adivinar por dónde van a ir los tiros en la siguiente escena. El punto más claro de esta virtud se alcanza en el desenlace, que no deja de ser un pequeño homenaje en clave humorística al género del western. También los toques de negrura, bien ejemplificados en lo que acabamos de mencionar, le sientan como un guante a la cinta. Una pena que Carlyle optase por el camino de lo absurdo antes que recorrer la senda marcada por otros cineastas británicos de nombres sobradamente conocidos y expertos en retorcer una historia de esta clase hasta plagarla de humor y violencia a partes iguales.

La ópera prima de Robert Carlyle se salda pues con una película que seguro encontrará su público, entre el cual repartirá buenas dosis de carcajadas; sin embargo, en líneas generales ofrece pocos motivos humorísticos y cinematográficos para decidirse a recomendarla. La leyenda de Barney Thomson es un torrente continuo de chascarrillos sin tino que, por desgracia, constituyen la parte más decisiva en la existencia de esta película. Ni siquiera tres buenos actores como el propio Carlyle, Ray Winstone o la gran Emma Thomspon son capaces de remontar el devenir de un film que se termina escurriendo entre los dedos sin pena ni gloria.

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