Si bien el western, con sus consecuentes mutaciones históricas, dejó atrás su etapa de apogeo hace ya demasiado tiempo, nunca llegó a desaparecer del todo de las carteleras. En los últimos años, sin ir más lejos, diferentes autores han encontrado en el mismo (en sus constantes temáticas, narrativas y visuales) una forma de poner a prueba su sensibilidad, siempre al amparo de un género particularmente cifrado y reconocible. Pocos, realmente, han logrado trascender el homenaje y la copia para inventar verdaderamente. El valle oscuro, del austriaco Andreas Prochaska, no es una excepción, como tampoco lo fue The Salvation, dirigida el mismo año por el danés Kristian Levring. Podría pensarse que una aproximación europea a un género tan genuinamente americano (spaghetti western al margen) podría arrojar interesantes y novedosos frutos, pero lo que acaba prevaleciendo es una actualización de sus principales claves genéricas. De este modo, y aunque ambas cintas difieran en el tono empleado (más reflexivo el de Prochaska, más exaltado el de Levring), las dos coinciden en priorizar el respeto a los elementos más distintivos del género antes que en usar dichos elementos para forjarse una personalidad propia. Esto hace que, pese al pulcro desarrollo del relato y su muy competente factura técnica, nada en la película sorprenda o apasione particularmente, pues todo nos resulta familiar y, en cierto modo, previsible: el forastero extraño y misterioso llegado con propósitos nada claros a un pueblo remoto y hostil, el clan que tiene atemorizada a la gente del lugar, el patriarca que ejerce su dominio a través del miedo y la violencia, etc.
Pese a los arquetipos y los lugares comunes (o quizás gracias a ellos), la película, contra todo pronóstico, funciona muy bien. Lo hace, principalmente, porque Prochaska la dirige con una solvencia fuera de toda duda, haciendo que su pasado televisivo (numerosas tv-movies jalonan su filmografía) no se perciba en las imágenes magníficamente fotografiadas del film; al contrario, si algo destaca es la habilidad de su director para la planificación elegante y sutil, con un uso comedido pero eficaz de la cámara lenta y un buen trabajo de cámara en interiores. Sin volcarse de lleno en la violencia gráfica, la película sabe ser contundente cuando debe y sobria el resto del tiempo. Y, aunque su duración se extienda casi a las dos horas de metraje, éste nunca se hace pesado, fluyendo de forma calmosa y placentera sin que la tensión o el suspense decaigan. Se beneficia, por supuesto, de un entorno natural imponente que remite al de la excepcional El rastro de la pantera, otro western nevado en el que tensiones familiares sobrevolaban violentamente la narración. Obviamente, El valle oscuro no comparte sus niveles de claustrofobia existencial y complejidad psicológica (tampoco, dicho sea de paso, la fascinación mística que despertaba El jinete pálido, por citar otro referente que probablemente estuviera en la cabeza de Prochaska antes de realizar su película), pero es, más que nada, porque nunca pretendió ir más allá de la sencillez y visceralidad de su planteamiento: una historia de venganza primaria y funcional, de esas que nos sabemos al dedillo pero que disfrutamos igualmente como si nos la contaran por primera vez.
En este caso, Prochaska la narra de forma segura y atractiva, jugando con la memoria del aficionado al género al tiempo que nos brinda un núcleo argumental algo más oscuro de lo habitual, donde la tiranía se mezcla con la endogamia y la religión (base siniestra sobre la que se construye y justifica el particular régimen de terror impuesto por el patriarca a los pobres moradores del valle). Estos elementos aportan cierto toque de originalidad a un conjunto que, como decimos, peca de ser demasiado fiel a las reglas básicas que han sustentado al género desde sus inicios. En cualquier caso, estamos ante una película más que digna, callada y taciturna como su protagonista, que da pocos pasos en falso en su plasmación audiovisual (¿era necesaria esa canción pop en el clímax del tiroteo?), y que, pese a no alcanzar a los modelos que le sirven de influencia y quedarse algo corta en su recorrido dramático (a los personajes les faltan matices y profundidad), proporciona un grato entretenimiento a cualquier espectador que eche de menos las hechuras del western de toda la vida, aquel que permanece fiel a su esencia a pesar del cambio de escenario e idioma.
El tema del derecho de pernada,,consentido en el pueblo ,por el patriarca en un pueblo incomunicado en los Alpes, es novedoso… pues a mediados del siglo XIX en centroeuropea, parece una aldea medieval del XI. Menos ley, mas miedo e intriga que cualquier westwrn de Ford o Hatteway. Para mi demuestra que el cine europeo en general, esta por encima del americano. Si no fuera por la distribución y propaganda, los auténticos oscar deberían serlo en Barcelona, Marsella o Milán