Resulta ésta una opinión totalmente parcial ya que escribo desde la ignorancia casi absoluta del desconocedor de anteriores ediciones, a las que asistí en puntuales ocasiones (menos de lo que me hubiera gustado) por causas ajenas a mi voluntad. Con esto vengo a decir que esta 50 edición del Festival Internacional de Cine de Gijón, finalizada el pasado 24 de noviembre, es la primera de la que puedo hablar con cierto conocimiento de causa, lo que me convierte en uno de los hijos de su nueva etapa definida por un cambio en la dirección, ahora en manos del asturiano Nacho Carballo. Aunque consciente de la línea cualitativa de programaciones anteriores, procuraré limitarme a la edición que nos ocupa, aunque una comparación mínima sea inevitable.
Lo justo sería dedicarle unas palabras en primer lugar al bloque de candidatas a mejor película en la Sección Oficial a Competición, pero es un puesto que le ha arrebatado merecidamente la nueva apuesta del festival, Animaficx, necesario punto de encuentro para propuestas animadas, conscientes de los límites (o la falta ellos) que caracteriza al medio. Recogiendo los mayores bombazos de los últimos dos años, entendiéndose el término no por su carácter económico y accesibilidad sino por su éxito crítico, entusiasma a jóvenes y adultos, seleccionando por un lado propuestas más infantiles, no por ello exentas de calidad, y por otro trabajos más sesudos y eminentemente experimentales, que cuestionan los márgenes del medio para deformarlo a la vez que establecen un diálogo con el espectador.
Desfilaron por las salas gijonesas las grandes triunfadoras del último festival de Annecy, Crulic – The Path to Beyond y Color de Piel: Miel, ganadoras del Cristal al mejor largometraje y el premio de la audiencia, respectivamente. Resulta curiosa su coincidencia y triunfo (en Gijón se fueron de vacío) por el carácter que comparten de documental biográfico ficcionado, elaboradas a su vez mediante la fusión de múltiples técnicas, bien de animación o imagen real, erigiéndose como dos de las obras más rompedoras a competición. También resultaron refrescantes propuestas como la plástica Le tableau, con su pertinente alegoría sobre la diferencia de clases y búsqueda de un creador que bien podría haberse alzado con el premio, o las aportaciones japonesas que nunca defraudan: el costumbrismo alegre que retrata From Up on Poppy Hill, resurgimiento de Goro Miyazaki, se aleja de la vertiente más fantástica que caracteriza las últimas obras de su padre (que firma el guión) y por otra parte, Shinkai vuelve a sorprender con su Children who Chase Lost Voices, que con unos medios limitados consigue plasmar un imaginario digno del estudio Ghibli, que brilla sobremanera en su mágico final. Me sobran las palabras y no es mi intención repetirme, así que enlazo mi reciente reseña a la críptica, negra y sugerente Alois Nebel y la de mi compañero Rubén a Le magasin des suicides (mención especial en Gijón), más amable de lo que se esperaría por su premisa pero que convence en sus intervenciones musicales. Finalmente se alzó como vencedora otra ganadora de Annecy (2011), El gato del rabino, con su básica y efectiva animación y su cinismo a la hora retratar los fundamentalismos y principales doctrinas religiosas. Cada uno tenía su favorita, desde luego, pero lo que importa al fin y al cabo es el esplendido nivel de las participantes.
La Sección Oficial (analizada aquí y allá) es otro cantar. A pesar de que la línea argumental que comparten muchas de las participantes crea un bloque compacto y sólido, reina la indefinición en una programación concebida para recoger nuevas y atrevidas miradas. Se podría argumentar que dichos acercamientos se recogen en otras secciones, como las interesantes y sugerentes Llendes y Rellumes, pero no es óbice que debiera restar empuje y valentía a la sección oficial, que encontró curiosamente sus propuestas más arriesgadas en las aportaciones españolas, 88 y La venta del paraíso.
La línea argumental que comentaba anteriormente queda caracterizada por una crítica generalizada, o bien al estado actual de la sociedad (Children of Sarajevo, California Solo, Barbie, La venta del paraíso, Mejor no hablar (de ciertas cosas)) o a estamentos fuertemente establecidos en el tiempo que lastran incomprensiblemente nuestro avance (Beyond the Hills, Epilogue, The Patience Stone, Inheritance). A propósito de las críticas, aceptamos lo loable de su atrevimiento así como su pertinencia, pero no podemos evitar percibir una falta de mesura a la hora de retratar ambas partes del conflicto, un maniqueísmo que impide la empatía a pesar de compartir posicionamiento. Por suerte, hay representantes en ambas partes de la balanza: por una están obras como la de Mungiu, Beyond the hills, dura en su retrato de los fundamentalismos y estamentos sociales pero respetuosa en el desarrollo de los personajes, o Epilogue, de Amir Manor, ambas conscientes de la situación pero más efectivas por su condición de observadoras de alto nivel, centrándose en la humanidad de los personajes sin necesidad suavizar el mensaje. Por otro encontraríamos obras como The Patience Stone (FIPRESCI y Jurado Joven) que quedan lastradas por la unilateralidad de su vocación crítica.
También tiene su lugar el cine Sundance (Hello I Must Be Going, Teddy Bear, Gimme the Loot), ya convertido en marca, cuya simpatía y cinismo a la hora de retratar las relaciones sociales acaba por resultar agotadora a pesar de su amabilidad. Se podría decir que la fórmula está agotada de no ser por propuestas tan interesantes como la ganadora del festival, About the Pink Sky, que hace frente a las bases del hit indie en su construcción de un simpático retrato de la adolescencia japonesa.
Este somero análisis podría llevarnos a la conclusión de que el festival necesita un nuevo rumbo, una declaración de intenciones. Dejar atrás la alargada sombra de su anterior etapa y forjarse una voz propia. No reniego de la anterior (la disfruté como el que más), incluso estaba completamente de acuerdo con su condición y trayectoria, pero esta nueva edición se ha quedado a medio camino entre lo que era y lo que prometió y la indefinición es lo peor que puede adherirse al marco de un festival de cine, supuesto altavoz de las nuevas corrientes y pensamientos que brotan en el actual hervidero de tensiones que es el mundo.