Theeb (título en versión original) significa lobo, y Theeb es el nombre del protagonista de esta película que se abre con la voz de un padre que hace la siguiente advertencia a su hijo: «Aquel que nada en el mar Rojo no puede conocer su verdadera profundidad, y no cualquier hombre puede alcanzar el fondo del mar, hijo mío. Por cuestiones de fraternidad, nunca rechaces a un visitante. Sé la mano derecha del justo cuando los hombres elijan su posición. Y si los lobos te ofrecen su amistad, no te confíes. No estarán a tu lado cuando te enfrentes a la muerte». Una gran reflexión que, en mi interior, si fuese su hijo, me haría cuestionarme por qué me llamo así si el nombre me lo habrá puesto él, seguramente.
Nominada a Mejor película de habla no inglesa en los Oscar, en un año lleno de grandes películas no estadounidense, y descrita por muchos como un Western hecho por Sergio Leone en Jordania, lo cierto es que Lobo, la historia de un niño y su hermano mayor guiando a un soldado inglés y su compañero por el desierto en medio de la Primera Guerra Mundial, huele y sabe a cine de aventuras clásico, beneficiado por un entorno yermo y a veces abrupto del que el director Naji Abu Nowar sabe sacar el mejor partido posible, tomando como referencia el ferrocarril de Hiyaz y todo lo que gira a su alrededor. Este ferrocarril es conocido principalmente por dos motivos, uno porque en primer término su objetivo era el de hacer más cómoda la peregrinación a La Meca (aunque en realidad tenía una función un poco más bélica), y dos por ser el tren que Lawrence de Arabia y sus hombres destruyeron precisamente por el objetivo bélico por el que el Imperio Otomano lo construyó en su momento con la ayuda de los alemanes.
Lo cierto es que el aroma de esta cinta te transporta literalmente allí, no sólo por el paraje que presenta, también por la forma en que está rodada, a través de la perspectiva de un niño beduino algo ingenuo, pero también curioso, que ha crecido rodeado de hombres adultos y aislado del mundo en el que otros viven, en un desierto en el que luchan por sobrevivir. Eso sí, aunque Lobo se desarrolla durante la Gran Guerra, esta y los conflictos subyacentes están en un segundo plano, clave para entender lo que está ocurriendo, pero lejos de lo que le interesa a Nowar, que es el modo de vida de los beduinos nómadas, el efecto devastador del ferrocarril para ellos, y de cómo ambas circunstancias pueden llevar a realizar una —casi— epopeya que nos lleva de la infancia a la edad adulta, tomando en cuenta la supervivencia y la moral del individuo.
En definitiva, se trata de una película muy recomendable para ver en pantalla grande, tanto por su belleza como por su guion, sencillo pero atrayente, sobre lo que supone ser un niño y sobre lo que significa equilibrar la supervivencia y la lealtad; una road movie montados a camello en un desierto inhóspito, peligroso y desolado que parece no tener nunca un final. Por otra parte, la actuación del niño (Jacir Eid Al-Hwietat) es bastante sobria y todos los actores adultos cumplen con creces el papel que les toca.