Estrenada hace un par de años, el primer largometraje de ficción de Fellipe Barbosa llega ahora a nuestras carteleras precisamente cuando Brasil está atravesando un momento histórico y de rabiosa actualidad, que podría enfocarse en un golpe de estado encubierto o un retorno al ‹statu quo› anterior al gobierno y a las políticas sociales que durante una década se han sucedido en el país. Menciono esto porque en la película se habla en parte del problema que asola ahora mismo a dicha nación.
Casa Grande comienza con un plano estático mostrando la inmensidad de una casa y como se van apagando las luces. La obra mostrará a los habitantes del lugar donde conviven dos clases sociales bien diferenciadas y un protagonista que se debate entre ambas, con un final que reniega de la clase superior, mostrada sin crueldad, pero llena de contradicciones y que intenta defenderse de los cambios sociales mientras ellos mismos viven una perdida de poder a lo largo del filme.
Jean es un chico de 17 años que se prepara para entrar en alguna universidad elitista del país, para estudiar alguna carrera por inanición, siguiendo los consejos de su padre sin rechistar. Es un niño bien, lo tiene todo, incluyendo una casa-fortaleza llena de alarmas y donde desde el principio siente un sincero afecto más por los trabajadores del hogar que por su familia, compuesta por sus padres y su hermana adolescente.
Lo que acontece es una pérdida de poder económica propiciada no se sabe muy bien porqué, el cineasta no está interesado en ello, si no en los efectos que está pérdida suponen para todos los componentes del lugar, en especial de Jean. Lo máximo que llegamos a saber es que debe ser culpa o efecto del padre, un hombre clasista que sin ser especialmente malvado, vive los cambios que suceden en Brasil como la vieja aristocracia Europea la llegada de la revolución francesa: con pavor. A parte muestra un racismo escondido hacía la población negra, aunque es ese tipo de racismo que no se muestra abiertamente, sólo en pequeños detalles o frases maliciosas soltadas aquí y allá.
La perdida del ‹status› social no es repentina, se sucede paulatinamente sin que se resuelvan de raíz las causas y sin poner medidas serias para acabar con la hemorragia. Al fin y al cabo, desde fuera siguen siendo una clase social alta que vive en el paraíso, por mucho que se vaya prescindiendo de los coches de lujo que disponen. Precisamente es gracias a este lento cambio que Jean comienza a coger el autobús en vez de asistir a la escuela en coche, y ahí, donde conoce a una chica con la que poco a poco intima.
La película acaba siendo una radiografía de una determinada clase social y sus problemas para evolucionar. En definitiva, un «poder» que se agarra al pasado ante los cambios que sufre el país, entre los que destaca el rechazo que suscita en el padre y los familiares de Jean la ley que obliga a implantar cuotas de estudiantes sin recursos en las universidades más prestigiosas de Brasil. «La calidad va a bajar», argumenta el progenitor, para enfado de Luisa, la amiga de Jean.
De todas formas la figura del padre resulta en ocasiones demasiado obvia, como su encuentro con unos trabajadores a la salida de una discoteca cuando va a recoger a su hijo. Su clasismo enmascara un miedo, amplificado por las constantes llamadas de desconocidos amenazando con matar a algún miembro de su familia si no paga X dinero. Se agradece el intento del cineasta por mostrar la realidad desde este punto de vista, porque ayuda a entender la paranoia general del padre, que representa a un sistema que se viene abajo anclado en el ultra liberalismo de antaño.
Pero lo más interesante es la relación de Jean con las clases sociales que le rodean. Al inicio convive en armonía con ambas, seguramente porque para él, en su inocencia, no hay cuestión de clase por mucho que él mismo se beneficie sin darse cuenta. De hecho se nos muestra mucho más cercano a una de las trabajadoras del hogar o al chófer que le lleva al colegio que a sus padres. La película es tanto un viaje iniciático de la adolescencia a la edad adulta como un viaje de (re)descubrimiento de la realidad brasileña.
Casa Grande es un ejercicio crítico sobre Brasil, con una mirada que bien podría ser autobiográfica, con un protagonista asfixiado por su entorno. Por suerte su tratamiento huye del esquema clásico «pobre niño rico» . Sin embargo una vez acabado la película cabe preguntarse si recordaremos algo de la cinta más allá de un mensaje bien llevado.
Depende de cada uno. Personalmente salgo satisfecho de la proyección pero con reservas. Tal vez hoy en día la gente huirá de una cinta calmada, donde no hay grandes giros de guión (y si hay dichos giros, son presentados de manera sencilla, huyendo de la espectacularidad) y todo se observa con cierto reposo. La acción (dramática) va en una dirección de manera solida hasta llegar a un final que estaba ahí esperando y que no podía acabar de otra manera, pero puede ser tachada de previsible.
Casa Grande es por tanto una película que ante la desolación de la cartelera española debería ser tomada en cuenta, por mucho que personalmente tenga algunos problemas con ella, ya que durante la gran parte del relato sólo repite una y otra vez las mismas ideas.
Una película brasileña que llega en un momento único, cuando los tipos como el padre de Jean han pasado al contraataque político y piensan acabar las políticas sociales establecidas. Ahí reside un juego entre la cinta y la actualidad: si durante mucho tiempo «el poder» estuvo a la defensiva, ahora van a la carga, y no parece que quieran hacer prisioneros.