La Navidad. Esa fecha de excesos, alegrías, cenas de familia y exaltación de buenos sentimientos. Quizás el único momento del año en el que la palabra familia conserva ese vestigio arcaico de celebración y encuentro con esos seres queridos a los que por desgracia no prestamos atención a lo largo del resto de días del tiempo. Y es que sin duda Navidad y Familia son dos conceptos íntimamente ligados mediante un invisible lazo que se resiste a ser quebrado por las nuevas formas de relación social. Así, es en Navidad cuando nos acordamos de esos primos cercanos y lejanos separados en el tiempo y en el espacio del afecto. Sentimos una necesidad imperiosa de realzar ese cariño y apego con objeto de mantener firme la esfera de nuestra estirpe a pesar de la pesada carga que supone el paso de los años.
Esta misteriosa asociación fue el punto de partida que tomó el poderoso Arnaud Desplechin para cincelar la que posiblemente sea su mejor y más popular película. Puesto que Un cuento de Navidad se destapa como una afilada y sublime fábula que aborda con mucho tino y un ingenioso humor negro los inestables y quebradizos cimientos sobre los que pivota el equilibrio emocional de una en principio familia modelo perteneciente a esa burguesía progre e ideal de nuestro país vecino.
En este sentido, Desplechin apostó por desplegar todo su arsenal narrativo, -grafía propia en la que se advierten influencias de estilo de maestros de la envergadura de Ingmar Bergman, Alfred Hitchcock, Robert Bresson o Luis Buñuel-, para crear una especie de crónica familiar tejida a través de pequeños retales de vida concentrados en episodios aparentemente conectados que finalmente derriten en un firmamento de situaciones independientes que perfilarán de forma pormenorizada y a fuego lento a los diferentes personajes integrantes del nicho familiar protagonista de la trama. Pero no se lleven a engaño. Puesto que Un cuento de Navidad toca fundamentalmente las orillas de la sátira corrosiva, abarcando terrenos pantanosos y significativos con una entonación profunda a través de una estampa que no desecha tentar la demolición de las aparentemente sólidas estructuras familiares haciendo gala de una narrativa apoyada en una ácida alegoría no exenta de ciertos guiños surrealistas que secundan la robusta armadura de una cinta que radiografía el mundo de falsedad, apariencias y carestías de cariño que triunfan en el seno del linaje familiar.
De este modo, con una frialdad que exhibe la distancia existente entre los protagonistas, Un cuento de Navidad arranca mostrando la muerte en primer plano. Así, conoceremos la historia pretérita de los Vuillard, marcada por la muerte del primogénito fruto de una extraña enfermedad genética. Con una especie de guiñol que recorrerá los recovecos y esquinas ocultas de cada partícipe, la trama se situará en el presente en los días previos a la celebración de la Navidad. Una fiesta que estará marcada para los Vuillard por la repentina detección de un cáncer terminal que padecerá la matriarca Junon (Catherine Deneuve). Una enfermedad aparentemente incurable que únicamente parece tener solución a través de un complejo trasplante de médula ósea para el que será necesaria la donación del único gen compatible perteneciente a la oveja negra de la familia, el díscolo e inestable Henri (Mathieu Amalric), un vástago apartado del cariño familiar en virtud de sus osados tejemanejes al margen de la ley.
Este hecho emocional, será empleado por Desplechin como una especie de McGuffin para pintar un cuadro impresionista, y en cierto sentido cargante, en virtud de toda una colección de pequeñas historias cruzadas que se escenificarán en el opresor escenario de la casa de los Vuillard a la que arribarán los tres hijos así como los nietos que componen el núcleo familiar con objeto de celebrar la tradicional cena de Navidad. De este modo, las paredes de la residencia hogareña serán testigo de las diferentes relaciones que se establecerán entre unos personajes que mostrarán una distancia insalvable tanto en un nivel emocional como sentimental, relatando los turbios nexos constituidos entre unos hermanos cuyos odios y envidias han propiciado un distanciamiento insalvable ni siquiera entre los platos y fogones de esa artificial reunión navideña que relata la trama.
Un cuento de Navidad deriva pues hacia una atmósfera saciada de artificio y mentiras, mostrando a la familia como una criatura ligera y absolutista, cambiante como un camaleón en busca de su presa, fiel reflejo de esa miscelánea de intimidades y miserias que abrigan las soledades y miedos de sus diferentes integrantes. De este modo, Desplechin tiende su mano para edificar un retrato inconexo y algo caótico que posiblemente pueda sumir en el espanto y el aburrimiento a ese tipo de espectador que huye de toda propuesta que exponga sus intenciones a través de la metáfora y la quiebra de los paradigmas clásicos de narración. Así, ciertos episodios podrían parecer cogidos con alfiler y por tanto excesivos en una historia a la que quizás le pueden sobrar algunos minutos de metraje. Sin embargo, la eficacia radical y nerviosa con la que Desplechin vistió su traje de alta costura, permiten acoger con los brazos abiertos estas ligeras licencias expresivas que dispersan el ritmo de una cinta tan exigente como enredada, si bien muy elegante desde un punto de vista formal.
Con un reparto en estado de gracia que borda sin ningún tipo de dudas sus respectivos roles, ya sean éstos secundarios o esenciales para el devenir de la epopeya, Desplechin logró hilvanar con su peculiar estilo muy contenido y ascético una película sincera plena de sarcasmo y mala leche, donde la enfermedad tan presente en el guión manifiesta el dolor y la destrucción de esos frágiles vínculos familiares que la sociedad moderna ha asolado en virtud de esas distancias de afecto y apego que las nuevas interrelaciones contemporáneas han embutido en nuestro interior. Y es que a pesar de cierto abuso dialéctico que en cierto sentido convierte a Un cuento de Navidad en una especie de sainete teatral, la cinta sabe conquistar gracias a su perfecta puesta en escena, -plagada ésta de finos movimientos de cámara y un montaje académico a veces mancillado por ciertos abusos vanguardistas de cara a la galería, pero que no rompen el bello contorno global-, a esos amantes del buen cine francés contemporáneo que mezcla con talento y sapiencia esas cáusticas historias de destrucción familiar con un contorno escrito con esa pluma arriesgada de los grandes pensadores de la filosofía humanista. Y es que ésta es una de esas películas que no dejarán a nadie indiferente. Sin duda, Un cuento de Navidad brota como una de esas cintas que ostentan esa personalidad propia de los grandes autores del cine de arte y ensayo y que por ello merece ese reconocido prestigio no acechado por los perversos efectos del paso del tiempo.
Todo modo de amor al cine.