Justo al salir de la sala donde pude ver The Boy, la encargada del pase preguntó a los asistentes qué nos pareció la película. Mi respuesta, en un alarde de oratoria y elocuencia, respondí «he pasado miedo, así que…». Ella entendió —más por mis gestos que por mis palabras, seguramente— que me había gustado, y luego, ya caminando por la calle y de vuelta a casa en el metro —aprovechando que no tengo internet en el móvil, ni tarifa de datos, ni mensajes que escribir ni que leer— empecé a pensar en mi triste y ambigua respuesta. No porque el miedo sea subjetivo, ni siquiera por las trampas de guion o por los trucos que te llevan a sentirlo o a predecirlo antes de que se dé un momento de terror concreto, sino porque «miedo» tal vez no fuera la palabra adecuada para describir mis impresiones.
Para explicar el sentimiento que me acompañó durante la primera media hora de metraje (quizá la hora entera), primero debería hablar de la película protagonizada por Lauren Cohan —The Walking Dead—, Rupert Evans —The Man in the High Castle— y un muñeco de porcelana con aspecto de niño a tamaño real y mirada algo siniestra. Ese es el detalle que, no por repetido, llama más la atención: El personaje de Cohan ha sido contratado para cuidar de ese muñeco que, además, tiene una lista de reglas o normas que debe cumplir para que no se enfade, porque es un niño muy travieso (aseguran sus padres) y, como tal, puede que le haga alguna inesperada diablura aprovechando la ausencia paterna. Lo que en un principio provocará una sonrisa de incredulidad y cierta expectación en el espectador, se irá desarrollando adecuadamente —a pesar de carecer de elementos nuevos que la separen de otras cintas similares— y poco a poco la tensión irá creciendo, y sobre todo la sensación de tener automatonofobia y, por qué no, algo de coulrofobia también.
No hay que olvidar que hay un misterio por resolver, en nuestro fuero interno, y que deseamos conocer al final de la película: ¿qué leches es ese muñeco de mirada aviesa en realidad? En este sentido, The Boy se muestra mejor cuando se considera a sí misma una cinta de misterio algo cómica y no sólo una cinta de terror clásico, terreno en el que funciona en dosis bien administradas hasta llegar a su resolución, instante en el que uno, como asistente, está a punto de echarse a reír —no sabe si por los nervios acumulados— o a punto de preguntarse si ciertas cosas no están fuera de lugar y debería valorarlas más que los propios sentimientos generados durante la hora y pico restante de la trama. Supongo que, una vez más, esa es la clave para decidir de cada uno. No es una gran película, ni siquiera es una historia nueva, pero es posible que se la juzgue más por sus trampas y resoluciones que por el desarrollo y las sensaciones provocadas durante la misma. Entretenida es, aunque también es un pulso contra la inteligencia del espectador en ciertos detalles, los cuales debe aceptar o no, y entonces acatar las posibles consecuencias tan feliz como sobrecogido si no está acostumbrado a los seres inertes con personalidad y mal carácter.
Y claro, si te dan miedo los muñecos, las marionetas, los peleles, los títeres, los maniquíes, espantajos, fantoches y otros sinónimos, te recomendaría que vieras The Boy y así multiplicaras la aprensión y el desasosiego hasta límites perversos.