Roberto Minervini parece tener especial querencia por aproximarse a lo pantanoso y no hablamos de algo estrictamente natural. Más bien se trata de bajar a la arena de lo más bajo de la sociedad, revolcarse en las arenas movedizas de lo sucio, decadente y sombrío, plantar allí la cámara y dejar que las situaciones y los eventos hablen por sí solos. Este quizás es el elemento que más perturba, la ausencia absoluta de voz o clarificación al respecto. El dejar que las imágenes construyan el relato más allá de su significado subtextual.
Todo ello no significa que no haya implicación o distancia absoluta respecto a lo visto, al contrario. Lo hay (y a veces en demasía), sin embargo no tiene que ver con dibujar un sesgo ideológico claro sino más bien en la forma de implicarse emocionalmente tanto con la historia como con sus personas/personajes. Precisamente hacemos esta puntualización porque sí, The Other Side es un documental, cierto, pero su tratamiento personalista, la visión de sus personajes, parecen más propios de una obra de ficción, o dicho de otra forma, las personas que pueblan el metraje nos parecen tan auténticos en sentimientos y actos que llegamos a dudar por momentos de que no sean actores en un escenario previamente construido y ensayado.
Eso es probablemente lo más terrible que ofrece el documental: la idea de que todo lo mostrado es real. La decadencia la mugre, las jeringas, los yonkis… Un submundo de relaciones viciadas y perdedores que es mostrado en toda su sordidez, sin ahorrar detalles, con una puesta en escena y una cámara que resulta asfixiante, sin dar tregua ni respiro a ningún conato de esperanza. Parte de ese horror se manifiesta en la propia forma de enfocar ese páramo social, ese lumpen desarraigado: no se trata de mostrar un submundo sino de hacernos partícipes de la idea de que no hay nada fuera de él, que todo lo que conocerán sus personajes es ese mini universo de lo podrido y solo se puede escapar mediante el suicidio.
Sin embargo hay sorpresa en The Other Side ya que, si gran parte del metraje se centra en lo comentado anteriormente, en ex veteranos de guerra marginados, su último tramo lo dedidca a otra forma de enfocar el asunto: la de los grupos paramilitares, conspiranoicos y locos de las armas en general. Aquí el enfoque cambia, todo es más abierto, el aire respirable y se intuye hasta cierta forma de felicidad vía solidaridad armada. Una fórmula inteligente que parece indicarnos a modo de espéculo que no todo es tan horrible para los excombatientes. Pero la clave del tema está en, precisamente, la apariencia. En el fondo lo que Minervini hace es despreciar a estos guerrilleros de pacotilla, a estos pseudorevolucionarios de la reacción más añeja. Al mostrarlos como bestias felices de beber y disparar se realza el contraste con lo visto anteriormente.
Sí, el lumpen podía ser dramático y hasta obsceno (con ciertas incursiones incluso en la pornomiseria) reflejando seres humanos caídos en la más absoluta miseria, cierto. Pero al final se nos muestran como personas capaces de amar, sentir, razonar (aunque algo regular) y sobre todo tener una autoconsciencia sobre su situación. En definitiva hay humanidad en los lugares menos probables y bestialismo disfrazado de humanidad. Un contraste firme e inteligente en una película dura, de texturas pastosas y desagradables, sensorial (por momentos se notaba el hedor de sudor rancio casi saliendo de la pantalla) y pesimista. Y al mismo tiempo tan humana que, vía reflexión a posteriori, resulta paradójicamente reconfortante.