El tiempo es ese juez insobornable que da y quita razones. Muchos nos temíamos que la nueva ola de cine filipino sería otra de esas burbujas que más pronto que tarde acabarían por estallar. Cierto es que directores como Lav Díaz ha sobrevivido a dicha consideración. No así el bueno de Brillante Mendoza, cuyo cine se aleja cada vez más y por desgracia, de su nombre. Y es que, ojo al dato, a pesar de tener un film más que notable (Kinatay) mucho nos temíamos que estábamos ante un auténtico vendedor de humo. O al menos una de esas personas no inmunes a aquello de que el halago debilita.
Es evidente entonces que tras el fiasco de Possession, no ofrecemos ninguna rigurosa primicia informativa al decir que Taklub es un paso más en el descenso hacia lo torpe, lo manido y lo, imaginamos que involuntariamente, ridículo. Mendoza trata de crear una suerte de documental de índole social, que nos quiere transmitir dos mensajes claros: por un lado los efectos de una catástrofe natural y por otro una visión cercana y empática sobre la superación del mismo.
Aunque el film se inicia de forma óptima, ofreciendo un menú variado en texturas, sabores y cierto aire refrescante para los sentidos acaba por ser un palimpsesto cuyo raspado resulta imperfecto a todas luces. Se nota a la legua que Mendoza prefiere ser vocero de otros sin molestarse en lo más mínimo en aportar nada original, siendo simplemente un eco, un tribulete de pesebre que toma prestado elementos de aquí y allá. Lo peor sin embargo no es esta sensación de déjà vu constante sino que, además, el enfoque de la copia se basa en copiar lo peor de lo imitado.
Se respira un dramatismo impostado en cada una de las situaciones, buscando el patetismo a toda costa. Mendoza se posiciona tan cercano las víctimas, resalta tanto lo tremendo de la desgracia, que acaba por darle al film una vitola de comedia involuntaria que por momentos distrae e incluso agrada por ese sabor a salsa agridulce que lo envuelve todo. Pero solo momentáneamente ya que, al no saber salirse ni por activa ni por pasiva de dicha actitud acaba por producir algo cercano a la pesadez estomacal cuando no directamente a la indigestión absoluta.
No conforme con ello, como si se relamiera en su error, el director filipino incide en una iteración de planos y situaciones que por momentos parecen funcionar como recurso rítmico para el film. No obstante, todo queda en un espejismo. Ya que el propósito inicial, el ritmo, brilla por su ausencia, quedando solo una hilera de anécdotas contextuales que son meros calcos, refritos situacionales que no aportan nada al conjunto.
En definitiva, por desgracia en esta ocasión el rumor era la antesala de la noticia: la cuesta debajo de la filmografía de Brillante Mendoza es un hecho consumado. Blanco y en botella, Taklub se nos antoja como un film caduco y trasnochado, absolutamente vergonzante tanto en su forma como en el fondo. Un film que pretende ser de guerrilla y que acaba por confirmar que no solo de buenas intenciones vive un cineasta. En el fondo es una película que viene a confirmar que Brillante anda por la senda de no tener una mala palabra pero tampoco ni una buena obra (cinematográfica) y que con Taklub acaba por remachar un menú para los sentidos de apariencia impecable y de pésima digestión.