A raíz de los recientes atentados en Bruselas se han puesto de manifiesto dos evidencias impactantes. Por un lado el grado de inefectividad de sus fuerzas de seguridad a la hora de contrarrestar la amenaza. Por otro las imágenes han arrojado una visualización de una decadencia social absoluta en ciertas zonas de la capital. Dos hechos que, de alguna manera ya venían anunciando diversas producciones, mayormente de género, en el cine belga. No resulta pues novedoso para el espectador avezado en estas lides está imagen de país gris, decadente, propenso al crimen impune o la falta de resolución tanto en autoridades como en la propia población.
En The Ardennes no vislumbramos nada que se relacione con el terrorismo islámico ni con la inoperancia policía, cierto, pero sí y en cierto modo la atmósfera de sospecha que rodea a todo este ecosistema belga. El film de Robin Pront puede bascular en torno a una relación triangular amorosa de difícil resolución, puede sentarse en las bases del thriller criminal y del conflicto entre dos hermanos, pero fundamentalmente estamos ante una película que pretende mostrar ese caldo de cultivo de la imposibilidad de redimirse, de una sociedad que va en caída libre hacía la ausencia de soluciones.
En cierta manera el cine de género, tal como se ve en la película, parece encontrar terreno abonado en Bélgica para desarrollar sus tramas oscuras y depresivas. Claro está que se necesita algo más que la atmósfera pero no deja de ser curioso que films tan distantes en temática como Le tout noveau testament y Calvaire (por citar dos ejemplos extremos) compartan esa niebla anímica que las envuelve respectivamente. En el caso que nos ocupa esta pesadez ambiental se manifiesta por un lado en un recurso formal basado en una gama cromática de grises solo salpicada por el rojo de una chaqueta como símbolo de violencia inamovible (casi como una referencia irónica a la Lista de Schindler) y, por otro, en una puesta en escena que barniza psicológicamente la acción y la psicología de los personajes.
Sí, The Ardennes nos habla del mundo como si de una cárcel determinista se tratara. Una jaula llena de barrotes sociales y emocionales reforzados por un hormigón amoral del que no se puede escapar. Cierto que hay espacio para el amor, pero nunca en el sentido romántico del término sino más bien oscuramente pasional o directamente como llave de fuga cercana pero al final inalcanzable. The Ardennes es en todos los aspectos que la envuelven violencia en estado puro. Un gatillo en fuera de campo que pone en marcha un mecanismo de autodestrucción que evoluciona en como una olla express. Contenida, palpitante hasta estallar en un clímax tan negro como desasosegante.
Estamos pues ante una producción sólida y precisa que desarrolla los temas y los tempos con precisión mecánica sin perder un ápice de pasión. Un film cuya distancia respecto a lo narrado se mantiene siempre en una emoción expectante. Casi se diría que se nos transmite el anhelo de que todo salga bien aun sabiendo de la futilidad de dicha esperanza. Por ello (aunque quizás cayendo en excesos en la hiperbolización de la escena) su devastador y negrísimo final sienta las bases de un nihilismo existencial implacable. Sí, podríamos decir que el film transmite la idea de que el crimen paga pero su mensaje va un paso más allá trascendiendo los límites del lumpen para dejar un poso global de amargura, sin futuro para nadie.