Esta película está basada en un hecho real ocurrido en la Croacia de 1957, si bien, como reza el cartel que abre el film, cualquier hecho coincidente con la realidad será mera coincidencia. Esta es la carta de presentación de una de las películas más fascinantes, extrañas y complejas que he visto en los últimos tiempos. Y es que H-8: Asesino incógnito no solo merece ser reivindicada como una de las mejores películas de la historia del cine yugoslavo de todos los tiempos, sino que asimismo nos encontramos ante una pieza esencial de ese cine experimental, terriblemente subliminal y pesadillesco que vertió sus mejores galas en los ancestrales años cuarenta y cincuenta al amparo de cineastas que marcaron una época para poner patas arriba la vanguardia cinematográfica como son Orson Welles o Alfred Hitchcock.
Un punto que seguramente llamará la atención del lector de esta reseña es que H-8: Asesino incógnito recuerda de forma cristalina al cine de Orson Welles, de modo que si no supiésemos la procedencia y el origen de los actores y trama ideados por el genial Nikola Tanhofer, perfectamente podríamos identificar los tics, ingredientes y recursos fundamentales empleados en sus películas por el autor de Ciudadano Kane. La deformación de la puesta en escena a través de vertiginosos angulares que visten el entorno con un halo de misterio y paranoia francamente aterrador, el establecimiento de un juego tramposo —casi un truco de magia— con el espectador para crear suspense desde la inexistencia del mismo, el talento para insinuar esa intriga desde los elementos más cotidianos y la experimentación merced a un montaje vertiginoso que no deja ningún resquicio a la improvisación generando mediante la simple conexión de imágenes inconexas una sensación de incomodidad en la audiencia fueron las herramientas utilizadas por un Nikola Tanhofer considerado por gran parte de la crítica internacional como uno de los mejores directores de la historia del cine croata.
Nikola Tanhofer fue uno de los nombres clave que apuntalaron la escasa, pero talentosa industria del cine yugoslavo de los años cincuenta. Inquieto y revolucionario, siempre jugó una apuesta arriesgada, saliéndose por tanto de la línea fácil y habitual encaminada al éxito de masas. Su gusto se enmarca en la línea experimental muy influenciada por los nuevos movimientos que estaban desarrollándose tanto en Europa como en ese incipiente cine independiente americano. Su cine se caracteriza pues por una poderosa puesta en escena optando por disfrazar sus películas con un vestido visual opulento y enérgico, pero sin perder de vista el tejido de unas tramas osadas y modernas de las que brotaba cierto talante visionario.
En este sentido, H-8: Asesino incógnito se eleva como la película que mejor refleja ese carácter indómito de un Tanhofer que se atrevió a deformar un terrible suceso que conmocionó a la sociedad croata de la época acontecido un año antes de la producción del film, dotando al mismo de un hipnótico y arriesgado sentido artístico.
La película arranca mostrando el horizonte nublado de una carretera vista a través de un tenebroso parabrisas de un coche. Un parabrisas golpeado de forma incesante por las gotas de lluvia de una bronca tormenta. La escena se adornará con una música estridente y nerviosa que sin duda desata la inquietud de quien la escucha. De repente, una voz en off espetará que la película está dedicada a un conductor desconocido. Al piloto de un vehículo que causó el 14 de abril de 1957 un choque entre un autobús de pasajeros y un camión en las afueras de Zagreb, dándose a la fuga sin prestar ningún tipo de asistencia causando 8 muertos por su imprudencia. De la identidad sin nombre de este asesino de incógnito solo se conocerá las iniciales de la matrícula del vehículo causante del siniestro: H-8….
A partir de esta carta de presentación, la cinta relatará de forma pormenorizada los hechos que tuvieron lugar antes de la ejecución del accidente de tráfico a las ocho horas de la noche, analizando con todo lujo de detalles las circunstancias que rodearon a las víctimas del accidente, así como las diferentes horas de partida y llegada de los dos vehículos protagonistas del incidente, perfilando los diferentes temperamentos de los inocentes viajeros y conductores de los mismos.
Así, conoceremos a los ocupantes del camion, un conductor llamado Rudof Knez y su hijo pequeño, en su viaje transportando chapas metálicas para la construcción, a los que se unirá un oscuro personaje de ambiguo pasado. Igualmente mediante un magistral montaje en paralelo, Tanhofer indagará en las personalidades de los moradores del autobús que se dirige en rumbo contrario al encuentro del camión. Conoceremos a los dos conductores del mismo a través de la prolija lectura de una especie de atestado de accidente relatado por el narrador de la historia, y lo que es más importante para encender el motor de la historia, descubriremos quien se esconde detrás de los 22 pasajeros que habían tomado el billete del autocar, insertando de este modo tan inteligente una especie de subtrama de misterio destinada a conocer la identidad de los pobres 8 pasajeros que van a morir en el accidente, los cuales desconocemos su nombre.
Esta propuesta, aparentemente trivial y sin sentido, fue aderezada por Nikola Tanhofer con sal y pimienta al diferenciar con un pincel donde no hay tonalidades grises a aquellos pasajeros que despertarán de forma instantánea las simpatías del espectador con aquellos más antipáticos, generando este artificio pues una especie de engranaje diabólico que instará al público a desear la muerte ya anunciada de esos pasajeros menos afines a nuestros gustos.
Para reforzar la diversión, Tanhofer enriqueció la trama con toda una galería de pasajeros de muy diversa índole, entre los que destacan un par de periodistas, uno con carácter más promiscuo y otro más tímido que tratará de ligar con una bella y solitaria estudiante de música, un médico que descubriremos se ha visto afectado en un caso de negligencia causando la muerte de varios pacientes que emigra junto a su hijo pequeño, un funcionario fiel padre de familia que viaja por motivos laborales, un viejo y huraño profesor y su mujer ama de casa que se dirigen a visitar a su hijo recién licenciado en el ejército, una decadente pareja de actores con rumbo a ninguna parte, un millonario germano casado con una vieja gloria de la farándula croata que trata de reverdecer viejos laureles de conquista con el promiscuo periodista, y un matrimonio de clase media baja y sus dos hijos que regresan a su hogar tras haber pasado el fin de semana en casa de unos familiares adinerados.
Al estilo de las posteriores películas de catástrofe que tan de moda se pusieron en el Hollywood de los años sesenta y setenta, Tanhofer mostrará poco a poco, sin revelar nada, sino dejando que sea el espectador quien tome partido por cada uno de los personajes, el talante de los mismos merced a una pormenorizada radiografía del carácter y aptitudes que presentan los protagonistas. Todo ello engalanado con una grafía que remarca la opresión y asfixia de centrar el escenario de la película en el habitáculo tanto del interior del autobús como del camión que chocarán a la hora indicada. Una sensación de falta de libertad y angustia que serán exaltados gracias a un montaje en paralelo que intensifica la irradiación de un suspense que a medida que transcurre la epopeya se irá impregnando en la piel del público que asiste al dantesco espectáculo coreografiado por Tanhofer.
La película no tiene desperdicio alguno, no dejando pues respiro en ningún momento. Tanhofer exige de este modo tan subliminal y misterioso espectadores comprometidos con su causa que no observen las diferentes subtramas planteadas como una especie de argucia documental sin profundidad ni recorrido. Al contrario. Para disfrutar plenamente de una propuesta tan arriesgada, inverosímil y estrafalaria como esta H-8: Asesino incógnito se requiere una mente abierta que observe más allá de la mera narración de los hechos atestados por la voz en off que continuamente aparece y desaparece en la historia. Porque lo que convierte en una cinta única en su especie a esta inclasificable película de suspense yugoslavo es sin duda su capacidad para generar incertidumbre e incomodidad con el simple hecho de enmascarar a través de un espectacular montaje en paralelo y unos movimientos de cámara plenos de tensión y desasosiego, un asesinato. No. No es el asesinato que todos conocemos provocado por ese asesino de incógnito que se dio a la fuga tras provocar un accidente con su auto identificado con la matrícula H-8… Porque el asesinato concebido por Tanhofer es el cometido por todos los espectadores que ansían que la personalidad de los 8 consabidos muertos detenten el rostro de aquellos pasajeros que han incitado nuestra desafección… Porque ustedes, como me ha sucedido a mí, acabarán la película con cierta sensación de haber cometido un homicidio de forma inconsciente. ¡Bravo!
Todo modo de amor al cine.