Olga Hepnarová. Asesina en masa. Última condenada a muerte y ejecutada en Checoslovaquia.
Hasta aquí la verdadera Hepnarová, la parte que trasciende al dominio público y que invita a Petr Kazda y Tomas Winreb a robar una vida y convertir las cartas de la joven en el romántico estudio de sus actos. Todo acercamiento a un asesino tiene algo de romántico, algo de mitómano y mucho de necesidad ante el conocimiento de la psique ajena.
Es Olga la joven misteriosa, con una vida tan gris como su metraje. Una de esas personas que no acepta estar fuera de la sociedad, pero que tampoco concibe las normas como parte de su existencia.
Hay dos modos de ver a Olga, que muestran dos intentos de interpretar sus formas. Una es fiel y poco intrusiva, cuando ella escribe son su propias palabras las que hablan. No hay personaje, sólo hechos atormentados y reivindicativos. La otra es más decorativa, ella habla, se mueve, interactúa con el mundo. Entonces es una sombra arrojada por sus anteriores palabras, una débil reconstrucción de lo que pudo vivir, un despliegue de miradas fijas, de esas que agachan la cabeza como pidiendo perdón, pero se clavan con gelidez en su objetivo.
La película vive por y para Olga, y con ese sentido es la joven Michalina Olszanska la que se desvive para integrarse con ella, con su rostro sencillo, sus penetrantes ojos y su corte de pelo bob con flequillo recto, delgada y pequeña, consiguiendo la apariencia de una chiquilla que no va a aportar problemas a escena, pero, al observarla una segunda vez, es alguien de gran belleza, un personaje que atrae por su sordidez y quietud, algo en su mirada no encaja con lo que todos esperan. Las diferencias entre un vistazo y una exhaustiva observación.
Parece que algo falta, su rabia carece de fuerza y naturaleza, no es la anti-heroína perfecta, su enfado con el mundo no parece atravesar los papeles que redacta, la fiera siempre queda enjaulada, encerrada en algún rincón oscuro. Los autores rechazan implicarse, emitir un juicio de valor conociendo el final de la historia. No quieren vulnerar sus acciones, convertir su film en un panfleto libertador de aquellos que no encajaron con sus tiempos, en una defensa a la mujer oprimida, de la sexualidad censurada o en un canto sentido ante la reclamación del enajenado. Hay sangre al final del recorrido.
Sin embargo, aunque el personaje tenga esa apariencia de planitud, sí se le otorga vida, sí resulta atractivo ese encierro que no deja escapar a la persona. Nunca conoceremos a Olga, pese a que la película diga «Yo, Olga Hepnarová», pero sí encontramos una resolución, una respuesta a la soledad, que surge desde la misma y, por tanto, nunca grita lo suficiente.
Ahora parece que nos está permitido el expreso deseo de morirnos o que nos dejen en paz —sólo una apariencia, nada tangible por el momento—. Pero este biopic (no olvidemos que intenta reconstruir una vida pasada) sufre desde dentro y trae a la actualidad una situación lejana a la idealización, un carácter sombrío y potente, un ahogo interno, que castiga con palabras lo que con movimientos se queda baldío.
Sucumbir a los encantos del asesino, a la atrocidad de sus actos, condenar el resultado de sus fobias… nada de esto tiene su espacio aquí, cuando se encadenan reacciones, una tras otra, de una joven que no destaca, pero queda retratada con ese romanticismo ante el desconocido que deseamos diseccionar, conociendo una Olga que podría vivir en nuestros días y sufrir esa alienación cuando no cumple los requisitos para ser una estrella con brillo propio, porque otros lo dicen, porque a ello la han condenado.