88, demencial ejercicio autoral de la mano del catalán Jordi Mollà (No somos nadie), que juega sus principales bazas en la construcción de una desquiciante atmósfera alrededor de un thriller psicológico pasadísimo de rosca. Como retrato de una obsesión y la crisis progresiva de una pareja, su argumento podría interpretarse como una torpe adaptación de Carretera perdida que se ahoga en la obviedad y en sus apuestas formales. La solemnidad de las actuaciones (obviamente impuesta por el director) hace todo menos favorecer la empatía con unos personajes que lo requieren en esta excesiva propuesta que va ganando en intensidad y locura a lo largo del metraje. El obsesivo y exagerado uso de la banda sonora resulta contraproducente a la hora de establecer la atmósfera, clave en la historia, sobreexplicando emociones sin necesidad y resultando cargante en varias ocasiones. De todos modos, no es del todo descartable, ciertos motivos visuales son rescatables (la fijación por los detalles) y la atmósfera absorbe en ocasiones con su delirante construcción.
About the Pink Sky, polémica ganadora de la 50 edición del Festival de cine de Gijón, destaca como respuesta japonesa al fenómeno ‹indie› con que nos bombardea el festival de Sundance año tras año (no en vano, participó en su edición de 2012). Rodada en blanco y negro en contraste con la hiperactividad y colorido que caracteriza a la juventud nipona, realiza un retrato sincero y amable de este estrato social con una historia mínima sobre la que se desarrolla el personaje principal, Izumi, una niña de 15 años interpretada por la novel Ai Ikeda. El tono semi-documental y realista que podría emparentarlo ligeramente con un Jarmusch primerizo unido a la selección de un reparto inexperto y la ausencia total de banda sonora parece una especie de provocación a los parámetros de la cinta independiente base, a saber: una estética trabajada y colorida, numerosos cortes musicales “anti-mainstream” y ‹outsiders› faltos de sinceridad como protagonistas. Alargada a pesar de su simple argumento y un tanto irritante en su retrato de la histérica adolescencia nipona, aporta cierta frescura a la ya agotada etiqueta ‹indie› y apunta maneras la labor de su director, Keiichi Kobayashi.
Barbie, del coreano Lee Sang-woo, toma una historia ocurrida hace 30 años en su país adaptándola a los tiempos modernos, estableciendo una dura crítica a la sociedad americana mientras realiza un simpático retrato del día a día de una familia inadaptada, que se enfrenta a la adversidad con una sonrisa. Este desplazamiento temporal plantea un problema importante ya que la premisa, tal cual se presenta, resulta inadmisible a día de hoy (tráfico de órganos para trasplantes), invalidando la imparcial crítica. Su ácido planteamiento establece algún que otro apunte interesante, como el choque de valores occidentales y orientales que representan las dos hermanas, pero fracasa en cuanto carga las tintas en su crítica a partir de la mitad del metraje, abandonando el naturalismo amable que caracteriza su primera parte, tornándose reiterativa y simple. Poco que decir con respecto a su premiada dirección, correcta y de nuevo reiterativa en su uso de algunas resobadas estratagemas en busca de emotividad. Simpática pero falta de garra.
A Between Us, el último proyecto del cineasta independiente Dan Mirvish, le pesa como una losa su procedencia teatral, y no particularmente por tratarse de una adaptación férrea, al pie de la letra, sino por su ambición a la hora de adaptar la obra a un nuevo medio eminentemente visual. Su continua huida de la linealidad argumental y limitados emplazamientos propios del teatro le lleva a estructurar la película según continuos saltos temporales y espaciales (aunque destaquen dos escenarios principales) que mantengan el interés del espectador, con injertos oníricos innecesarios que cortan la progresión de una obra que se basa precisamente en el establecimiento de una atmósfera de creciente intensidad. Un reparto a priori interesante formado por Melissa George, David Harbour, Julia Stiles y un Taye Diggs que más bien parece de relleno termina por resultar desaborido, aunque quizá las pegas provengan de un pomposo guión sin un despunte cómico como vía de escape a la excesiva solemnidad general de la obra. Con una premisa a todas vistas interesante, cae derrotada ante su seriedad y pretensiones como relato definitivo sobre las relaciones de pareja en la aburrida clase alta estadounidense. Resulta que rodar Un dios salvaje no era tan fácil como parecía.
Beyond the Hills, demoledor estudio de una amistad rota por la circunstancia, explora con una mirada crítica las bases de los fundamentalismos religiosos sin caer en la descalificación, demostrando una total imparcialidad en el desarrollo de los personajes, definiendo su comportamiento y estableciendo numerosos matices que los complementan. Visualmente portentosa, establece una conexión íntima con los personajes con una cámara fija que observa la acción guardando las distancias, confiando en el montaje interno y la labor de los intérpretes, en largas secuencias con valor propio. Un preparado a fuego lento que condena a la acción al único y demoledor fin posible, señalando inquisitivamente a los pilares de una sociedad absurda, que parece conducir a sus habitantes a la desesperación. Ganadora del Premio especial del jurado, supone un nuevo y significativo paso en la trayectoria de su director, Cristian Mungiu, y del cine rumano en general, que no hace más que depararnos sorpresa tras sorpresa.
California Solo está construida para gloria del ínclito Robert Carlyle, muy alejado aquí del histrionismo que caracterizara al Begbie de Trainspotting, que cumple con creces en su recreación de un viejo rockero escocés atormentado por la culpa, malviviendo como recolector en Estados Unidos. Un problema con inmigración le llevará a replantearse su pasado y enfrentarse a sus temores, adentrándolo en un anodino viaje existencial. Película sencilla destilada directamente de Sundance, sincera a pesar de algún que otro exceso dramático que no destaca especialmente en ningún aspecto más allá del interpretativo. Los personajes secundarios ligeramente desarrollados complementan la personalidad del personaje principal funcionando como catalizadores de un cambio sin causar demasiada repercusión por sí mismos. A pesar de la corta duración de la película le achacaría una ligera falta de concisión, con alguna que otra trama coja o no lo suficientemente desarrollada, que roban tiempo a otras que quizá lo necesitaran, como la relación familiar. De todos modos resulta interesante el recorrido introspectivo del protagonista y sus remordimientos, evidentes en los monólogos para el programa de radio del protagonismo, que sorprenden por su grado de sinceridad y su carácter confesor.
Children of Sarajevo, última y premiada obra de Aida Begić, sorprende especialmente por su potente labor de dirección estructurada alrededor de largas secuencias y una estudiada planificación. El retrato que presenta la directora de la vida de dos hermanos huérfanos de la guerra de Bosnia resulta distante y desesperanzador, emparentado con el drama social que caracteriza a los hermanos Dardenne. Aunque el continuo diálogo que establece con el conflicto que asoló el país puede resultar áspero en un primer acercamiento, acaba por resultar efectivo en su relación con las relaciones familiares, el desarrollo de sus protagonistas y sus decisiones. Así se abarcarán temas como la pérdida de referentes, el papel de la religión y la lucha de clases que aportan un grado de realidad a la película que todo el mundo puede reconocer bajo su propio techo.
Color de piel: miel destaca por su ingenio y libertad a la hora de fusionar numerosas técnicas, de animación o imagen real, en la representación de los sentimientos propios de la juventud y el desarrollo de un niño extranjero adoptado en un país ajeno. Si bien su carácter imaginativo a la hora de plasmar la historia no resulta del todo nuevo (la superior y excelsa Crulic — The Path to Beyond, también a competición en AnimaFICX, sublima esta mezcla de técnicas), sí lo resulta su cálido acercamiento a la infancia, filtrado por la mirada de un niño y difuminado por la acción de la memoria. Además plantea una interesante dialéctica incluyendo el viaje de vuelta del protagonista a su país de procedencia, aceptando sus raíces y su condición de extranjero en todas partes. En resumen, una interesante reflexión de los miedos e inquietudes de un niño adoptado en busca de una identidad en un país desconocido, que funciona a la vez como ejercicio terapéutico para el propio director, protagonista de la cinta.