La desnudez del cuerpo humano como elemento depurador, de retorno a una inocencia y unos orígenes que Emma de Swaef ya había explorado en su anterior cortometraje, Zachte Planten, es uno de los principales pilares sobre los que sostener Oh Willy…, su segundo trabajo, en esta ocasión acompañada por Marc James Roels, debutante en el género animado que anteriormente había dirigido los premiados A Gentle Creature y Mompelaar, de inquietante y sombrío carácter.
Reflejada desde un primer instante, esa desnudez parece atenerse más a un acto de liberación cuando nuestro protagonista (vestido) se dirige hacia un extraño lugar para dar el último adiós a su madre, también desnuda y postrada en una cama, así como rodeada de cuerpos liberados de cualquier ropaje posible. A partir de ese instante, Willy emprenderá un viaje que bien pudiera tener algo de iniciático si no fuese por su componente fantástico e, incluso, en cierto modo surrealista, que lo abstraen de cualquier obstáculo posible llevándole a través de ese periplo a los confines más puros de su propia naturaleza, de rasgos prácticamente purificadores en torno a esa vuelta a los orígenes.
El corto se nos presenta con una fuerza inusitada que cobra vigor a través de una logradísima animación, cuya primera sorpresa se extrae de las ingenuas (y casi desprovistas de emoción) facciones de un personaje que esconde en esos rasgos un sentido de lo más primigenio (él comiendo bayas en el bosque o impasible ante esa multitud de cuerpos desnudos durante el funeral de su madre) que le llevará al trayecto de búsqueda. Esa búsqueda, reforzada por unos parajes que presentan una fuerza tremenda gracias a la labor fotográfica de un Marc James Roels que da varios pasos adelante después de su trabajo en Zachte Planten, y cuya importancia se antoja capital para este Oh Willy…, toma unos tintes oníricos que intensifican la sensación ilusoria que envuelve ese nuevo universo.
El esmero en la composición y una puesta en escena impecable culminan un trabajo cuyo casi nostálgico tono acompaña la obra desde los primeros compases hasta una conclusión maravillosa. Una nostalgia que parece palpitar en el rostro de nuestro protagónico, y que se extiende durante ese asombroso viaje que le lleva a una génesis donde lo más elemental cobra forma a través de unos parajes y la aparición de un personaje que terminarán cerrando un círculo donde la armonía se ve suplantada por una primitiva figura que despoja a Willy de todo su significado para llevarlo a la mismísima nada, en una propuesta ‹stop motion› que se antoja imprescindible; en especial por la original y fascinante lectura de un tema ya tratado anteriormente a través de grandes obras a las que, en el fondo, Oh Willy… tampoco tiene tanto que envidiar. Imprescindible.
Larga vida a la nueva carne.