El estreno de Alta Tensión, segundo largometraje del realizador Alexandre Aja, en el año 2003 supuso el pistoletazo de salida a una corriente conocida como «Nouvelle Horreur Vague» en la que un grupo de cineastas de origen galo —y algún belga— pusieron patas arriba la escena del cine de género a nivel mundial gracias a sus trabajos formal y narrativamente impecables, con elevados niveles de crudeza y una capacidad de perturbar al respetable tristemente atípica entre sus congéneres.
Podría considerarse que este periodo de brillantez absoluta francófona vio su punto y aparte en el año 2008 junto a la turbadora Martyrs (Pascal Laugier), tras regalar al mundo la, considerada por muchos, mejor cinta del movimiento, titulada À l’interieur, dirigida por Alexandre Bustillo y Julien Maury en 2007. A partir de entonces, se hizo palpable una decadencia en el aún prolífico terror francés que, si bien conseguía mantener unas cotas de calidad aceptables, dejó de sorprender, alejándose notablemente de la excelencia de sus predecesoras y haciendo soñar con un retorno a épocas pasadas a todos los aficionados repartidos por el globo.
Tras los nuevos e irregulares trabajos de Bustillo, Laugier, Gens y compañía, es Thierry Poiraud quien, tras codirigir Atomik Circus (2004) y la más reciente Goal of the Dead (2014), vuelve a colindar el subgénero zombie con No crezcas o morirás (Don’t Grow Up); una co-producción franco-española que, si bien posee un planteamiento de lo más interesante, termina suponiendo una nueva —y notoria— decepción para todos los que esperamos ansiosos el resurgir de la última época dorada del terror europeo.
No crezcas o morirás juega sin ningún tipo de complejo a dar una vuelta de tuerca a un esquema propuesto anteriormente por filmes similares. En este caso, los ecos de la obra maestra de Narciso Ibáñez Serrador, ¿Quién puede matar a un niño? (1976) y, especialmente, de la británica The Children (Tom Shankland, 2008), resuenan sobre todos los pasajes de una trama en la que, en contraposición a las mencionadas, son los adultos los que se transforman en monstruos homicidas sedientos de sangre joven. Esta similitud es, por desgracia, la única que el primer trabajo en solitario de Poiraud guarda con el inquietante ejercicio de Shankland y, sobre todo, con el clásico imperecedero de Chicho Ibáñez.
Los lectores habituales de Stephen King reconocerán que el rey del terror es poseedor de un genio indiscutible a la hora de crear premisas excepcionales que, por desgracia, se diluyen conforme avanzan sus relatos menos inspirados perdiendo su intensidad y esencia. Esta maldición de la idea que no puede soportar el peso de toda la narración se repite en No crezcas o morirás, convirtiendo sus escasos ochenta minutos en un camino cuesta arriba en el que el aburrimiento llega a hacer mella una vez superado su potente primer acto, que constituye, sin lugar a dudas, lo mejor de un largometraje que puede permitirse alardear de una factura técnica impecable, pero que falla estrepitosamente al descuidar elementos clave de la narrativa.
El mayor error que comete Poiraud es el de presentar un grupo de protagonistas atractivo en su base, pero desdibujado una vez se intenta profundizar en él, provocando la indiferencia —e incluso el rechazo— hacia ellos, llevando el filme a los pantanosos terrenos del «body count» en el que ni se siente ni se padece cada vez que uno de los personajes pasa a mejor vida, mermando la intensidad del drama y aumentando la intensidad del tedio progresivamente.
Por si esto fuera poco, lo difuso y la falta de concreción acerca de las reglas del universo propuesto en No crezcas o morirás potencian una sensación de aleatoriedad en la que la falta de cohesión parece la principal baza de un director y una guionista que optan por manejar la historia a su antojo si necesidad de dar explicaciones, enterrando por completo las interesantes lecturas «peterpanescas» que pueden entreverse bajo una tonelada de efectismo sin razón de ser.