La ardua tarea de elegir el nombre que acompañará a un hijo a lo largo de toda su vida es el plato que se sirve en la cena a la que se acude cuando ves El nombre del bambino. Dirigida por la directora italiana Francesca Archibugi, quien desde Cuestión de corazón en 2009 no sabíamos nada de ella, consigue realizar el remake de la obra teatral (y también cinematográfica) Le prénom de Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte con un tono diferente e italo-parlante. Y es que, la predecesora de la cinta que estamos tratando llegó a cosechar éxitos entre crítica y público tanto en el escenario como en la gran pantalla, sobre todo por la calidad en cuanto a las interpretaciones se trata.
El apellido de la cineasta bien podría tratarse de la antesala que da rienda suelta al argumento, pues Archibugi al castellano se traduciría como “archimentira”, y es aquí donde reside la premisa de su cinta. Paolo, interpretado por un Alessandro Gassmann que recuerda a Ricardo Darín en carisma y figura, es invitado por su hermana Betta (Valeria Golino) y su cuñado Sandro (Luigi Lo Cascio) a una cena de reunión, donde coincidirán con Claudio (Rocco Papaleo), un amigo de la infancia. Mientras esperan a que llegue la mujer de Paolo, Simona, quien dará vida la actriz Micaela Ramazzotti alzándose con un papel soberbio, el invitado soltará la noticia del nombre del niño que espera con su esposa en clave de broma. La mofa bien caerá como una bomba entre los invitados, pues el nombre “definitivo” es Benito, como Mussolini, lo que despertará un debate y, posterior, trifulca.
La amistad que une a todos los asistentes parece desvanecerse a momentos, o eso nos hacen pensar, a raíz de los argumentos políticos que salen a escena. Sin embargo, la simple hipótesis es el aliciente para enfrentar a unas personas que llevan una relación de amistad duradera y muy estrecha, se podría decir que demasiado, realizando una caricatura de ellos mismos.
Realmente, quien desconozca el origen del filme no le resultará difícil darse cuenta de que viene versionada de una obra teatral por su efervescente e hilarante diálogo y su espacio minimalista y cerrado en un solo apartamento. Y es que poco tiene que envidiarle a Le prénom, ya que su estética y la esencia que estos actores italianos dotan a la película hacen que resulte amena y entretenida.
No obstante, existen peros que ya se daban anteriormente, pues llega un momento en el que la historia carece de desarrollo y los diálogos resultan repetitivos a lo largo de sus noventa minutos de duración, ya que los protagonistas insisten una y otra vez en resaltar sus convicciones y dejar claras sus posturas. Tampoco es que la idea sea innovadora, pues no es la primera vez que vemos que en una cena un comentario intrascendente se convierte en una bomba de relojería que termina por volver locos tanto a personajes como a público, sacando secretos ocultos y rencillas del pasado. El mayor ejemplo lo encontramos en la omnipresente comedia La cena de los idiotas (1998) de Francis Veber.
De todos modos, el guion es el punto fuerte con el que juega la directora, ya que consigue transmitir momentos cómicos salpicados de tensión entre los personajes, que terminan juzgándose los unos a los otros a través de diálogos afilados y contundentes. A su vez, resulta un acierto adaptar la comedia a la cultura que observamos hoy en día, pues cabe destacar el papel de Lo Cascio, quien permanece pegado durante toda la velada a su móvil escribiendo en Twitter.
El nombre del bambino se disfruta y termina convirtiéndose en un pasatiempo que, aunque no sepamos disfrutar como bien lo harían los italianos, bien entendemos el enfado, llegando a empatizar con los protagonistas de la cinta al no asumir la idea de tener a su alrededor a un ser querido que porta el nombre de uno de los personajes más odiados de Italia y de Europa. Imagínense que un niño tenga que responder todos los días de su vida al nombre de Mariano.