Matthew Heineman no cuenta nada nuevo en Cartel Land, cierto. La problemática de los cárteles, el conflicto fronterizo y la inoperancia de las fuerzas del estado ya han sido tratadas, con más o menos acierto en diversas producciones como Traffic de Steven Soderbergh o la más reciente Sicario de Denis Villeneuve. No obstante este es un documental que presenta aspectos relevantes, tanto en la forma como en el fondo, que, aunque quizás no arrojan luz ni novedades en su temática sí resultan pertinentes e impactantes por la reflexión que conllevan a posteriori.
De entrada este es un documental casi de guerra, en tanto que se preocupa menos de los testimonios, de las entrevistas (aunque las hay) que nos aporten una visión concreta del asunto. Aquí lo que prima es la imagen, la incursión en los hechos in situ, de modo que sean las propias imágenes las que hablen del conflicto, de su terribilidad y de sus implicaciones morales.
Sí, Cartel Land es parte film de acción, parte western en tanto que nos presenta llaneros solitarios a ambos lados de la frontera, justicieros solitarios tratando de impartir justicia, de luchar contra el crimen allí donde no llegan (o directamente colaboran con las mafias) las fuerzas del orden “legales”.
Sin embargo, lo verdaderamente importante en Cartel Land, más allá de su impactante aspecto formal, es la evolución de los hechos, como, a la manera casi de El caballero oscuro sucede aquello de que o mueres como un héroe o vives lo suficiente para convertirte en un villano. Efectivamente a lo que asistimos es a un proceso, a como lo que surge como defensa popular contra el crimen puede variar, degenerarse y acabar convertido en un grupo mafioso más.
No se salva tampoco de la quema el concepto de liderazgo: se contrasta el líder del grupo paramilitar americano con el mejicano de forma que hay efecto espejo con variante. Mientras en América todo queda reducido a un liderazgo mísero, al modo lobo solitario, sin más objetivo que montar una guerra propia sin respaldo popular. En el otro lado tenemos al Doctor Mireles, líder culto, carismático y que por momentos parece asociarse, por discurso e ideas a un Che Guevara de corte popular.
La sorpresa llega cuando asistimos a la vulgarización del personaje, a su lenta pero inexorable caída y decadencia producto de politiqueos, caudillismo y, por qué no decirlo, traiciones en su propio grupo. En contraste tenemos la imagen de la coherencia y pureza (aunque sea fanática) del paramilitar americano, cuyos objetivos y motivaciones no encuentran descanso ni motivo para desviarse del plan inicialmente trazado.
En el fondo Cartel Land no deja de ser un tratado sobre como el poder envilece a la personas y de cómo puede o no puede ser legítimo tomarse la justicia por cuenta propia aun cuando la legalidad no te respalde y los motivos sean más que justificados. En definitiva, un film que deja en el aire para posterior reflexión una pregunta de difícil respuesta: ¿Quién vigila a los vigilantes?