«Pensó también en su necesidad de un animal verdadero. Una vez más se manifestaba el odio que le inspiraba su oveja eléctrica, que debía cuidar y atender como si estuviera viva. La tiranía de los objetos, pensó. Ella no sabe que yo existo. Como los androides, carece de la capacidad de apreciar la existencia de otro ser.»
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Esqueletos. No de humanos, esto es el futuro, un 2052 deshumanizado que se pervierte sobre los escombros del opulento pasado. Esqueletos de edificios. La masificación constructora que tanto daño hizo/hace a nuestros paisajes de ladrillo o pladur, de cemento reforzado. Vigas, columnas, azulejos rotos que formaban mosaicos cuadriculados a modo de cocinas funcionales. Restos de algo, o simplemente Benidorm un día cualquiera. Esqueletos del futuro actualizados.
Ion de Sosa se deja de complejos y nos habla en su segunda película de aquello que ideó Philip K. Dick en su magnífica obra ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que llevó al cine Ridley Scott bajo el nombre de Blade Runner, y a su vez, esta le llevó a la obsesión en la sala de montaje —perdimos la cuenta de los Director’s Cut que ha creado: ¿5, 20, parará algún día?—. Es decir, se atreve con la ciencia-ficción, se anima con el thriller, se pierde entre un futuro de androides y bailes de salón.
Porque su escenario nos recuerda a Benidorm, pero los instantes festivos, nos inspiran poca confianza. Un infierno en vida, un universo acaparado por la tercera edad que aprovecha la música para moverse, algo insólito. Música, anacronismo para un futuro, sacado de aquellas bases de cartón que había en gasolineras para amenizar largos viajes de carretera. 3X2 te podían vender. Pero esto es el futuro.
Hay en este post-apocalipsis literario un Rick Deckard, el hombre tras el androide, aquellos que han vuelto a la tierra para vivir como humanos y que por su destrucción obtenía dinero, con el que comprar una de esas ovejas de verdad, de lana supurante y leche agriada, sin cables, y como consecuencia, con una fecha de caducidad. Y para esto apelo a aquellos que leyeron la novela, porque tal vez comprendan así los movimientos de ese hombre que, pistola en mano, mata a gente sin intercambiar demasiadas palabras. Y quiere un animal. Es lo que le pide a la señorita de la agencia.
Pero para ello debe moverse por un desértico espacio de hombres que como ya sabemos bailan y tienen un aspecto normal, ningún chip refulge bajo luces de neón, sus sentimientos están, pero no se les espera. Es la mínima expresión hecha homenaje. En un momento disparan y vemos esa bella imagen que nos atraía desde su cartel, el tipo que parece querer dispararte a ti, con tino y puntería, a no ser que seas más rápido que él. Comentamos si primero fue la imagen elegida para representar la película, o la escena donde la destrozan. Incógnitas.
Sueñan los androides es una versión castiza de nuestro rutinario entorno, el de edificios abandonados, terrenos con zarzales y tipos que persiguen a otros y les disparan, para luego sentarse en una silla y divagar (mentalmente) si era necesaria esa acción. La distopía. El futuro es hoy, también lo fue ayer, el de mañana lo desconocemos, pero poco variará, y lo que lo envuelve sodomiza su cambio. En ocasiones ves imágenes costumbristas, como enlatadas, y piensas si Seidl le ha estado murmurando cosas obscenas al oído del director. Pero es sólo un ligero dolor abdominal lo que te sugería tal cosa. Qué locura. Esto tiene más que ver con esqueletos de edificios y reflexiones paralelas, que puedes perfectamente llevar a cabo durante el visionado de la película, nadie te lo va a impedir. Es como cuando vas tras alguien y quieres soplar su oreja de un modo sensual, pero te entra la risa, soplas fuerte y entrecortadamente y nada queda como pretendías. Eso se llama espontaneidad, pero me vale daño colateral de tu incontinencia, como la de los constructores ávidos de dinero que destrozaron nuestro mundo (estamos predestinados a repetir estas palabra mirando escombros).
Hay una oveja, tiene su propia casa. Un androide gay. Un coche viejo. Pero la oveja es tan sucia como podáis imaginar. Y es deseada. Y eso es todo lo que importa, el deseo autocomplaciente que pueda generar el cine, más allá de su espontánea reacción.
Una-oveja-con-esqueleto.