Alone (Park Hong-min)

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Las películas que viven de la enajenación y trasladan su locura a la pantalla pueden llevarnos por dos caminos. En el primero te quedas igual al inicio que al final, sabes que no has entendido nada de nada, sospechas que nadie más ha entendido nada de nada, pero te fascina su forma de no compartir contigo lo que realmente sucede, apelamos directamente al encanto del transeúnte perdido. En el segundo el estallido es potente para diseminar la información y no hay modo de comprender nada, hasta que hacia el final del metraje, el director siente un extraño remordimiento y quiere asegurarse de que has entendido cual es su verdadero mensaje. En esta ocasión ese empeño se transforma en una sobreexplicación que hace que la magia del anonadado se esfume y la película se convierta en papilla para infantes. Me aventuro a adelantar lo que el director hizo pero es que Alone, queridos míos, pertenece al camino dos, el obsceno intento de amasar nuestros sesos.

Alone va mucho sobre caminos (por si no había quedado claro). En realidad pretende direccionar un único personaje, ese que se encuentra «solo» como el título indica, ante su propia confusión. La confusión es tal que nos implica en su propio camino. Y así avanza la película. Un bucle con cierta infinitez.

Park Hong-min es atrevido en sus formas, con escenas que persiguen al protagonista en sus movimientos en base a planos secuencia que, si bien en un principio se alargan y abarcan un mayor lapso estacional, tal y como avanza el metraje se van volviendo más cortos y cerrados, asfixiando la propia historia. Su actor principal se siente sometido en todo momento por el entorno, que guía sus pasos por lo que posiblemente sean sus recuerdos. Tal cual como suena, su mente se ha transformado en un mapa, de un barrio concreto, con lugares comunes previsiblemente reconocibles y calles que recorrer para llevarle a distintos estados que tergiversan lo sucedido o soñado. Es una ambigüedad que nos aproxima a su locura y nos engancha en un intento por dilucidar ese estado de inquietud, de historias que comienzan en un mismo punto y divergen en sus finales.

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Poco a poco estos caminos se estrechan y hasta cierto punto es un acierto, puedes imaginar cuáles son sus puntos calientes y decidir cuáles son sus neurastenias. Los sofisticados métodos de M.C. Escher en sus conocidas obras quedan plasmadas en una ciudad que sube y baja como si fuese un recuerdo atascado en el infinito del que no se puede salir, pero tampoco recomponer para cerrar. Algunos personajes interactúan con esta mente externa de un modo repetitivo y alteran sobremanera al joven, como si Polanski hubiese decidido hacer acto de presencia. Incluso, se permite un momento metacinéfilo en el que se expone la posibilidad de una cámara, una iluminación, alguien a quien narrar estas dudas que convierten al humano en objeto de estudio, lejos de la imagen de confusión.

Todo ello en pequeñas dosis ensalzan las intenciones de Park Hong-min, pero tanto pasear por el terreno acaba convirtiendo este estado obnubilado en un pozo sin fondo que quiere cerrar de algún modo, es aquí donde cae en esa explicación que no esperábamos, y por muy pocos minutos, nos desvela en demasía su verdadera intención. Este intento de equilibrio nos descubre lo humano y lo mundano, transformando el despiste en drama, intentando que comprendamos al protagonista más allá de unos simples hechos, queriendo justificarlos innecesariamente. Así que Alone brilla durante su grandeza y nuestro estado de gilipollez asentada, hasta que —oh-oh— el joven decide aclarar su voz y vivir, como uno más, cuando ya no queríamos desprendernos de esa estupidez supina que nos hacía disfrutar. Bendita ignorancia que se esfuerza por mejorar ¿quién dijo que ayudarla era buena idea?

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