La voz de Damon Albarn entona durante una estrofa de “Charmless Man”, uno de los temas más conocidos del grupo de Britpop Blur, la siguiente frase: «I think he’d like to have been Ronnie Kray, but then nature didn’t make him that way».
Este es sólo uno de los muchos ejemplos que dejan patente la trascendencia como iconos dentro de la cultura pop británica de los gemelos Kray; boxeadores reconvertidos en los gángsters más poderosos e influyentes del East End londinense de la década de los sesenta, más preocupados por las cámaras, la notoriedad y la farándula que por cosechar éxito en sus actividades delictivas.
Esta vis más folclórica de Ronnie y Reggie Kray queda diluida entre la torpe y dilatada hasta la extenuación narrativa de Legend; biopic escrito y dirigido por Brian Helgeland (Destino de caballero), que adolece una bicefalia que le impide profundizar en cualquiera de sus subtramas, pasando de puntillas por la interesante temática del ascenso y caída criminal para caer en los pantanosos terrenos del melodrama amoroso, y perdiéndose entre una maraña de historias que no termina de concluir de manera clara, concisa, y sin atisbos de confusión.
No obstante, pese a lo superficial de su aspecto biográfico y sus evidentes carencias de ritmo y cohesión, lo nuevo de Helgeland derrocha no pocas bondades que la convierten en una experiencia más que notable y merecedora de la atención de todo amante del noir de alta costura.
Rebosante de un estilo propio y encantador, Legend bebe de fuentes tan dispares como el tic neurótico y el humor negruzco del Guy Ritchie de RocknRolla, y la violenta elegancia de un Martin Scorsese presente en una selección musical impecable que recuerda los mejores cortes de la banda sonora de Uno de los nuestros, y en recursos como el empleo del plano secuencia para mover a uno de los personajes y su acompañante por un club nocturno; momento que parece inspirado directamente por la visita al Copacabana de Henry y Karen en la cinta protagonizada por Ray Liotta. Esta confluencia de referentes afecta a un tono que podría no ser del agrado del espectador más tradicional, a quien podrían extrañar, entre escenas de especial sobriedad, unos despuntes cómicos que en instantes puntuales rozan lo caricaturesco, pero que sin duda enriquecen y agilizan el relato facilitando su digestión.
Por encima de su cuidada ambientación, su maravilloso diseño de vestuario, y la mimada dirección de arte, si algo —o alguien— merece todas y cada una de las alabanzas que puedan verterse sobre Legend, ese es Tom Hardy.
El actor de Hammersmith ya demostró ser capaz de soportar con éxito el peso de un largometraje únicamente sobre sus hombros en el caso de Locke (Steven Knight, 2013), y sorprendió gratamente con una de las interpretaciones más demenciales y complejas que se recuerden recientemente en Bronson (Nicolas Winding Refn, 2008). Tras esto, su nueva pericia interpretativa ha consistido en dar vida a los dos gemelos Kray en el que es uno de sus mejores trabajos hasta la fecha; complicado, lleno de detalle y sencillamente extraordinario.
Tan sólo por poder asistir al show particular de un Tom Hardy desatado y con el piloto automático activado desde su primera aparición en pantalla, merece la pena pasar por los no pocos altibajos que convierten a Legend en una experiencia menos satisfactoria de lo que cabría esperar. Su torpeza narrativa y una falta de rigor y profundidad histórica que abandona el retrato de dos personajes tan fascinantes como los Kray en detrimento del pastiche amoroso visto una y mil veces, queda totalmente compensada por una masterclass actoral que, acompañada por un tono tan enrarecido como efectivo, termina dejando un muy buen sabor de boca.