Vamos acabando con las reseñas del festival de cine europeo de Sevilla. Una de esas películas que pasaron por allí es la muy interesante A Month in Thailand. Aunque he de comenzar con una pequeña y reveladora confesión: no he conocido a nadie que la visionara en Sevilla que le haya gustado. Ahí está en Filmaffinity, hundida con un mísero 4,6. Me encuentro sólo en la defensa de la cinta, porque lo cierto es que la obra tiene su miga y sus pequeños detalles.
El director Paul Negoescu, también coguionista del libreto, narra el día de fin de año de Radu, un treintañero de clase media que parece disfrutar de un vida tranquila acompañado de su novia, Adina, con la que comparte piso. Radu está a las puertas de una vida adulta y responsable. Ya participa la cena de Navidad con sus casi suegros. Pero algo no va bien. De pronto, sin ninguna motivación, Radu decide que quiere irse de viaje a Tailandia con su novia. Así que nos alejamos de esas propuestas del nuevo cine rumano donde se mascan las dificultades del país para salir adelante. No deja de ser interesante que en una sociedad como la rumana, tan escasa de esa cosa llamada clase media que solía haber en Europa, haya un grupo de la población que sueñe con marcharse lejos, pero en vez de a España, Italia o los Estados Unidos para labrarse un futuro a todas luces mejor que el actual (ahí están obras como la primera película de Cristian Mungiu, Occident), el paraíso se sitúa en algún lugar de Asia, cual viaje de afirmación de un estatus social.
Uno de los temas más tratados en este festival es hasta qué punto se han desdibujado las fronteras, tanto físicas como emocionales, de la vieja Europa. No deja de tener sentido que Radu sueñe, sin ningún motivo, con largarse a Tailandia. Es fácil, no lo vemos de principio y está escondido en la cabeza de nuestro protagonista, al que vamos conociendo poco a poco. Radu no quiere crecer, ni comprometerse, se siente atrapado en una vida que le lleva por una vía que no le termina de agradar. Va camino del matadero en silencio y sin protestar cuando decide agarrarse a cualquier cosa, en este caso un viaje a Tailandia.
Pero la cosa es más interesante cuando, de pronto, sin saber muy bien el porqué (y aquí juega la estupenda manera de dosificar la información de la obra: primero vemos las reacciones y luego las preguntas) Radu deja a su novia. La deja como quien guarda un juguete viejo al que solía jugar en el baúl de los recuerdos. Si te he visto, no me acuerdo. Y el caso es que Adina nos caía bien, porque se le nota enamorada. Poco a poco, salen a relucir cosas del pasado.
El caso es que es la última noche del año y Radu, tras un tiempo prudencial después de haber mandado a la mierda a Adina, digamos unos 7 u 8 minutos, comienza a volverse loco intentando recuperar el contacto con su anterior novia, a la que dejó (y todo indica que no muy de buenas formas) poco antes de comenzar a salir con la simpática Adina.
Nadia se llama la chica. No hace falta ser muy avispado para descubrir las semejanzas de los dos nombres femeninos (mismas letras en diferente orden). El caso es que lo que acontece entonces es la sustitución de Adina por Nadia en la vida de nuestro protagonista.
A Month in Thailand acaba siendo un estado mental, un estado de eterna espera (el protagonista propone hacer el viaje que iba hacer con Adina a Nadia, sin comentarle nada de esta. Ha muerto para él, es un juguete viejo y feo del que ya no quiere saber nada) y de negación de la vida adulta que va engullendo a nuestro protagonista. Porque al final, cuando consigue a Nadia, uno tiene claro que en un futuro, cuando tenga que comprometerse, volverá a querer hacer el viaje a Tailandia y abandonará a la chica que tiene a su lado.
Y es que, de alguna manera, nuestro héroe está atrapado lo quiera o no, y siempre caerá en lo mismo. El final acaba, pero entendemos que la historia volverá a repetirse, que Nadia o Adina son la misma cosa, como su vida. Menos mal que siempre podrá soñar con ese viaje que nunca hará.