Quizá la primera sensación que uno pueda sentir al visionar Sunrise es la de la contrariedad, cuando justo al inicio el film de Partho Sen-Gupta se presenta como un noir superestilizado en una Bombay totalmente deprimente y taciturna. Esto quizá es debido no solo por el alejado retrato que en Occidente se pueda tener de la cultura hindú, siempre recordada con postales luminiscentes y radiantes, sino también por lo insólito y singular que pueda parecer la presentación de un film tan arraigado en el cine negro proveniente de una cinematografía más acostumbrada a propuestas más jocosas y festivas; cualquiera que sea la forma en la que esta película sea digerida, desde luego estamos ante un producto que sorprende ya desde el propio entendimiento de su concepción.
Sen-Gupta se compromete con el género en todos sus extremos, presentando una trama prototípica que se centra rápidamente en un único protagonista. Éste es Joshi, un policía de la rama de servicios sociales de Bombay que vive con el trauma de la desaparición de su hija años atrás; el personaje, interpretado de manera estoica y netamente convincente por Adil Hussain (rostro conocido en Occidente principalmente por La vida de Pi), en un rol que va más allá del tópico ejerciendo de potente núcleo del entramado; es sumergido en una auténtico torreón de sensaciones y emociones oníricas, fruto del retrato que el director pretende hacer del dolor y la desesperación. Estamos ante un universo en el que se pretende retratar los devenires típicos del antihéroe, en una cruzada personal lastrada por una excelsa emotividad y en un mundo paralelo que le oprime y le conmociona, que viene además ambientado por la sórdida atmósfera de una Bombay triste y decadente, que parece manifestarse a raíz del mismo signo fatalista de la historia. Un retrato nocturno, pero de intenso fulgor, que prefiere conjugarse más con las luces que con las sombras, a excepción de ese club Paradise en el que Joshi parece encontrar sentido a su fatalidad. El film claramente apuesta por un calado estético que dé forma y encuadre a un discurso que no pone trabas a la hora de mostrar su sordidez, y para ello lo hace de unos excesos visuales para nada novedosos, pero que se ejercen con modestia y oficio.
Su exceso de grandiosidad visual no ensombrece el claro discurso que Sen-Gupta procura dejar patente, como es la denuncia de un problema social de trascendental importancia en su país como es la prostitución infantil. Si bien el cineasta podría haber recurrido expresamente al drama social de realista retrato urbano, en Sunrise prefiere dotar a su denuncia de una embriaguez estética que parece incidir en dos variaciones igualmente válidas: por una parte, componer de manera estructurada los delirios de una obsesión, en un personaje obstinado y cerrado bajo el que predomina el dibujo de la tortura interna, de carácter tan sombrío como nos es presentada la lluviosa Bombay como eje de la propia cotidianidad del personaje; al otro lado, a retazos nos son mostrados secuencias donde también impera el dolor, aunque en unos matices de realismo mucho más acordes a la naturalidad de base de la ficción, la misma que aquí se ve envuelta de un cóctel visual que introduce a un cineasta con marcadas entidades cinematográficas.
Aunque lo mustio de su atmósfera sea una de las principales señas de identidad del film, y a pesar de que paradójicamente esto la emparente con otras muchas propuestas occidentales, Sunrise se ve como una correcta carta de presentación de un director que parece querer ir más allá de discursos ya manidos y narrativas perfectamente familiares para el espectador random. Aún asumiendo la pretenciosidad clara de algunas de sus resoluciones, el film se disfruta como una propuesta que parece querer ir más allá de la mera hiper-estilizada concepción del thriller, de ágil evolución pero consecuente al menos con sus principios. Tratándose de un director novel como es el caso de Sen-Gupta, Sunrise le introduce como un narrador atrevido en las formas y osado en la asimilación de influencias.