Este 2015 que, por suerte para un servidor, se nos va será recordado por los amantes del cine de autor más profundo como el de la despedida de Chantal Akerman. La directora belga siempre fue una exiliada de los circuitos de cine popular, arrastrando tras de sí una fama de autora compleja, perseguida por un tormento existencial, que supo trasladar a sus obras más aclamadas a lo largo de toda su trayectoria artística. Su cine se caracteriza por ese halo de experimentación y radicalidad que suele espantar a los cinéfilos menos acostumbrados a contemplar ese séptimo arte periférico y abrupto cincelado por esos rebeldes que luchan contra todo lo que huele a convencional. En las obras de Akerman se siente ese hastío vital sumido en intimidad, pero también esa disconformidad en contra de la sociedad donde tuvo que sobrevivir la artista belga. Un vacío que hizo tomar a Akerman la fatal decisión de acabar con su pesar poniendo así fin a esa soledad congénita plagada de preguntas sin respuesta en la que había desembocado su dolorosa estancia en este complejo mundo, envolviendo así su final de ese silencio que marcaba el curso del tiempo en sus mejores filmes.
La hipocresía no es precisamente una de mis virtudes —sí, en este mundo hay que ser un poco hipócrita y sibilino para poder abrirse paso en medio de la irrespirable jungla en la que se han convertido las sociedades modernas—. Por ello no voy a ser yo quien alabe las bondades del cine de Chantal Akerman, sencillamente porque por un motivo u otro sus obras de ficción no han conseguido nunca convencerme. Creo que no existe película mala, sino que una película se convierte para los ojos del espectador que la contempla en buena dependiendo del momento en la que la visualizó. Quizás mis encuentros con Akerman no fueron del todo satisfactorios desde una perspectiva íntimamente personal, y por ello no logró conquistarme como si lo ha conseguido con una amplia mayoría de adoradores de la cinefilia. Pero del mismo modo, he de afirmar que desde que hace pocas horas tuve la suerte de poder disfrutar de News from Home me hallo profundamente enamorado de una de las obras más sorprendentes, tiernas, conmovedoras y también angustiosas que he podido ver en los últimos tiempos. Ello me ha llevado a la necesidad de escribir unas humildes líneas con el fin de poder desahogar el vacío y el dolor que me acecha desde que esa última imagen de Manhattan alejándose en el horizonte en medio de una atmósfera espectral y aterradora se encuentra grabada en mi memoria.
Sí, quizás no sea nochebuena la mejor época desde el punto de vista sentimental para admirar esta obra maestra. O quizás sí, y sea por ello que la película me ha cautivado. La nochebuena. Ese día en que la familia está obligada a reunirse para disfrutar los excesos de un compendio desmesurado. Todo es excesivo. La alegría, los buenos deseos, las felicitaciones artificiales, las ganas de agradar y mostrar que formas parte de ese ambiente festivo donde las risas, el cordero y la reunión familiar se dan la mano en una explosión de felicidad que quiere ser compartida a todo el mundo. En nochebuena no existe hueco para la tristeza. No puedes acordarte de los que ya no están. Debes olvidar que te acompaña alguien cuya enfermedad está consumiendo los pocos alientos de vida que parecen emanar cada mañana. Al contrario, debes manifestar con una sonrisa tan artificial como las celebraciones navideñas que todo va bien y que compartes esas ganas de desfasar y pasarlo bien radiografiadas hasta las últimas consecuencias en todo tipo de material fotográfico distribuido sin ningún atisbo de reflexión por quienes quieren hacer partícipe a los demás de su festejo particular en este día tan señalado. En estos días el silencio brilla por su ausencia, cuando quizás éste sea el ambiente más deseado por aquellos que están viviendo un pequeño mal trago familiar.
Un silencio que es la seña de identidad de News from Home. Y es que la obra de Akerman se alza como un decálogo acerca de la nostalgia disfrazada de pequeños retales de memoria sobre el tiempo que estuvo residiendo en Nueva York con el fin de captar las enseñanzas de una nueva generación de autores independientes como Jonas Mekas o Andy Warhol. Una aventura tortuosa y quebrada, lastrada por la soledad, la inestabilidad económica y residencial, la ausencia de ese cariño familiar —sobre todo materno— que necesitaba una personalidad tan sensible como la de la autora nacida en Bruselas, que atendiendo al desarrollo de la obra se siente padeció Akerman durante su corta estancia en los Estados Unidos.
News from Home no es un documental al uso. Se trata más bien de un ejercicio de redención personal y autobiografía que surge de la necesidad de Akerman de compartir el dolor que la acompañó durante un breve periplo de su propia existencia vital: el que abarcó su año de permanencia en la fría e inhumana ciudad de Nueva York. Para ello Akerman apostó por construir su obra a través de imágenes sustentadas en portentosos planos fijos dotados de un misterioso movimiento gracias al continuo caminar de los diferentes personajes que aparecen y desaparecen dentro del inquebrantable plano fijo ilustrado por Akerman, pero también en virtud de esos desplazamientos de los coches y autobuses en infinita circulación por las calles y avenidas de la ciudad con sus quejosos sonidos. Una tendencia lograda desde una incipiente posición estática igualmente por ende de esa combinación de la celeridad de un metro que viaja a toda velocidad por las aceras subterráneas de la gran urbe con esa posición pasiva, indolente y ascética de sus viajeros inmersos en su propia individualidad sin que aparezca ningún atisbo de contacto humano entre individualidades diversas. Unos usuarios de metro silenciosos, solitarios, embutidos en la lectura del periódico o también enfrascados en miradas perdidas hacia el horizonte cual zombies sin alma que anhelan viajar hacia estancias menos dantescas.
Ese movimiento granjeado de un modo absolutamente magistral, sustenta la metáfora temporal que esconde el documental. Porque News from Home se observa ante todo como un fascinante viaje emocional a través de la mente de Akerman. Una odisea alumbrada sin trampas ni cartón, sintetizada a través del poder de la imagen y de esas emocionantes y auténticas cartas que la madre de la directora belga la envió incesantemente para tratar de averiguar el estado emocional y financiero de su amada hija. Unas epístolas escritas por la madre de Akerman con un lenguaje sencillo y directo, mostrando a veces cierto desasosiego, pero terriblemente emocionales. Unas misivas que finalizan casi siempre con un tu amada madre que sin duda tocan lo más profundo del alma humana.
Asi, el éxodo planteado por la autora de Toute une nuit arranca con un espectacular plano fijo de una desierta calle de Nueva York en el nacimiento de un nuevo amanecer. La profundidad de la calle se adorna por una serie de edificios de construcción antigua y por el silencio… Un silencio que solo será roto por el sonido de los coches en plena circulación y por la aparición de los primeros trabajadores del alba. Pero ello no quiebra el sosiego. La ciudad se anuncia como un ente descomunal y desalmado donde los viandantes parecen evadir cualquier símbolo de comunicación bilateral. De repente la paz será vencida por una tenue voz en off que comenzará a leer la primera de las misivas enviadas a Akerman por su madre. Las imágenes no son tomadas al azar. Las mismas descifran el discurso cultivado en la correspondencia recibida. Con un Mi querida niña. Recibí tu carta y espero que me escribas a menudo se da paso al recorrido sentimental que vertebra el film. Esta primera carta denota añoranza, pero también esperanza en el incierto futuro que se abre para Akerman en una ciudad tan inhumana como Nueva York. En la misma la madre de Akerman hablará sobre la pérdida que se ha instaurado en la familia por la ausencia de la directora, pero igualmente exhibirá los buenos deseos implícitos en todo comienzo, conteniendo igualmente un punto en común con el resto de misivas: la descripción de pequeños avatares familiares ocurridos tanto al padre, al hermano como a primos y demás parientes de la autora belga.
La culminación de la lectura se ligará con toda una serie de imágenes simbólicas —siempre con vigorosos planos fijos— que publican la soledad encarnada en las calles de Nueva York. Unos planos estáticos que como ya he comentado vierten en una extraña sensación de continuo ajetreo a través del contenido que delimita el continente de la imagen: viandantes caminando en soledad engullidos en sus prisas y temores, automóviles circulando sin rumbo ni destino conocido que evidencian la incomunicación y aislamiento inherente a ese monstruo sin rostro que adopta la figura de Nueva York.
Y estas milimétricas y precisas imágenes estampadas por el talento de Akerman para captar la esencia del momento, seguirán acompañadas por esa voz en off que tramita las aprensiones familiares de una madre que echa de menos las cartas de vuelta de su hija. Unas cartas que a medida que avanza la película se muestran más angustiosas. Una intranquilidad alimentada por la falta de contestación de Akerman ante las dudas y preguntas que sobresaltan a su madre. Así, las misivas irradiarán ese vacío y pena familiar colmada de una incipiente depresión de la privación de la querida hija. Una separación que solo será atemperada por el ánimo que supone recibir noticias del ser querido o el desahogo que supone contar a esa descendiente perdida en medio de la gran ciudad el desaliento acontecido en el seno familiar, siendo especialmente conmovedoras esas líneas donde la madre indica a su hija la tranquilidad y serenidad que la supone visitar el mar, la exposición con todo tipo de detalles de acontecimientos cotidianos que tienen lugar en el discurrir de la vida familiar o la paz que la irradia recibir una contestación a sus cartas por parte de Akerman.
Porque uno de los puntos que más me fascinan de la cinta es la dicotomía que presenta entre lo impersonal —reflejado en unas imágenes de Nueva York carentes de singularidad donde la obscenidad, la soledad de unos transeúntes aislados de la muchedumbre, de unos edificios en estado de demolición que aprisionan las angostas avenidas y aceras que se elevan en el exterior de la ciudad o esos travellings tomados a bordo de un vagón de metro apático repleto de viajeros colmados de desidia e igualmente captados viajando de copiloto en un coche que absorbe el tono displicente del alma de la ciudad— y lo personal —unas cartas que se oponen a estas imágenes de las que brotan los miedos, las esperanzas y sobre todo el amor incondicional y el cariño de una madre quien trata de arropar con sus humildes letras la soledad consciente de esa hija pródiga cuya partida ha roto la estabilidad emocional de la emisora de las misivas—. De este modo Akerman presenta con un poderoso talento esa combinación entre la ausencia y la presencia, el desaliento y la esperanza, la aflicción y la ilusión en una travesía que se engloba como una especie de calvario interior para nada ajeno que traslada al espectador hacia un extraño paraíso terrenal construido en base a los paisajes salvajes de una selva morada por todo tipo de razas amenazadoras para el mantenimiento de la aquiescencia sentimental de una cineasta cuyo tormento y angustia únicamente fue atemperado por la cercanía y cariño materno.
En este sentido, News from Home adopta la forma de un retoño vivo que alumbra su despertar a la vida gracias a un montaje increíble y arriesgado que coordina con un carácter simbólico de vértices ecuménicos el desconsuelo del mortificador e indestructible aislamiento que supura de las imágenes de la cinta, con la quebradiza incertidumbre que emana de las cartas que edifican la apuesta narrativa desplegada por Akerman. Y es que la narración a través de los sacrificados recuerdos de Akerman confieren a la cinta un halo tenebroso y fantasmal que evoca una sensación de pérdida definitiva. De elegía de la inocencia, de los deseos, de las perspectivas de vida y de la ilusión. De un tiempo perdido que jamás volverá a ser vivido. Porque como en las películas más aclamadas de la autora belga, el paso del tiempo constituye el dogma inexorable que marca la cadencia del destino.
Resulta imposible no sentirse profundamente conmovido por una película de la talla y el calado emocional de News from Home. Porque esta es una película intrínsecamente personal que toca muy de lleno en el alma del espectador. Akerman quiso hacernos partícipes de su familiaridad y sus vivencias, pero sin querer ser sentimental ni producir urticaria. Las imágenes que emanan de la obra gozan de un cierto grado de equidistancia, hecho que incita a hacer nuestras tanto las estampas como esas cartas escritas con el corazón de una madre. Porque esos silencios conscientes son los que acechan a todos los seres humanos. Un silencio de soledad, pero también que hace reflexionar acerca de la insatisfacción que condena al ser humano a una continua lucha contra sus semejantes para tratar de alcanzar sus objetivos cueste lo que cueste, renunciando para ello a la sencillez y la felicidad que otorgan las pequeñas cosas. Una felicidad inalcanzable que nos atormenta y tortura que solo podrá ser lograda gracias a lo que sugiere ese simbólico y magistral plano final con el que Akerman pone la guinda a su pastel. Así, un barco parece alejarse poco a poco, sin hacer apenas ruido, de la vorágine de la ciudad representada por esos rascacielos que anuncian la estancia en la isla de Manhattan. De este modo, lentamente, la ciudad va alejándose y perdiéndose entre la niebla… Se trata de una despedida. De un regreso a los orígenes y a la familia. Un retorno a la felicidad gracias al abandono de ese paraje hostil morado por extraños seres individualistas adoradores de la propia satisfacción de sus necesidades. Pero… ¿será esta renuncia suficiente para hacer girar nuestra existencia hacia círculos más agradables y dichosos? La eterna pregunta que jamás tendrá respuesta…
Todo modo de amor al cine.