Matteo Garrone es junto a Paolo Sorrentino la cabeza visible de ese cine italiano contemporáneo que por desgracia llega a cuentagotas a nuestras pantallas. Una cinematografía, la italiana, que siempre gozó de un enorme grado de popularidad en España en virtud de los vasos comunicantes que tuvieron lugar a lo largo de unos fructíferos años en los que ambos países decidieron compartir a sus mejores talentos y técnicos para sacar adelante una serie de obras que ya forman parte de la historia del cine popular. Garrone es un digno heredero de esa generación de maestros del cine trasalpino que condujeron a la cinematografía del país de la bota a lo más alto durante un período que abarcó desde finales de los años cuarenta hasta bien entrada la década de los sesenta. De hecho, la carrera del director de Gomorra creció mamando de las ubres del cine documental de connotaciones sociales, motivo por el cual las obras de este maestro del cine europeo se manifiestan muy ligadas al terreno del realismo más tremebundo. Una realidad que es captada por el ojo de Garrone con un inspirado, y en cierto sentido desgarrador, contorno de denuncia social. En este sentido, el autor de El taxidermista suele retratar a sus personajes con una mirada para nada complaciente, huyendo de toda vertiente romántica y benefactora. Para Garrone el mundo es un entorno oscuro, cambiante y amenazador. Una especie de paraíso dantesco repleto de cloacas que con su putrefacto olor moldean el temperamento de unos seres solitarios, marginales y por ello apartados de lo que entendemos como convencional. Pero esta derivada fatalista no suele ir acompañada por una pintura fotográfica y técnica feísta. Porque otro de los puntos fuertes de la forma de hacer películas del romano es el exquisito revestimiento técnico de sus criaturas, otorgando a las mismas de un contundente poder de atracción visual muy pictórico a la vez que abstracto y documentalista.
En esta línea de autor, se eleva una de las películas que más me gustan del italiano. Sin duda una película que toca muy adentro en virtud del relato generacional que desarrolla Garrone y sobre todo por esa estampa fidedigna que esboza el film alrededor de esos seres solitarios, desamparados de todo contacto social y humano y por tanto desconocedores de los efectos de ese amor natural y corriente procedente del prójimo en los que se ha convertido un creciente porcentaje de los ciudadanos que habitan esas inhumanas, crueles y hostiles grandes ciudades occidentales. Y es que Primer amor es un título que para nada debe llevar a engaño al espectador. Porque Garrone parte de la típica historia de encuentro entre dos solitarios incurables; el dueño de una pequeña tienda de orfebrería llamado Vittorio (interpretado de forma sorprendente por el dramaturgo Vitaliano Trevisan) y una ingenua y frágil modelo que alquila su cuerpo en veladas nocturnas como figura que pintar por los alumnos de una vetusta escuela de arte llamada Sonia.
Garrone no se anda con medias tintas, perfilando a la perfección a los dos protagonistas. Así Vittorio se muestra como un ser huraño, antipático y enfermo de soledad. Un antiguo batería de una banda de blues al que el tiempo y el abandono de sus amigos ha convertido en un enfermo obsesivo compulsivo. Un hombre insatisfecho con la regencia del negocio familiar que ha heredado a regañadientes y muy arisco en el trato humano en las distancias cortas que trata de encontrar una modelo a quien moldear a sus gustos y filias en azarosas citas a ciegas (Garrone no nos informa si a través de internet o mediante anuncios en periódicos, si bien ese primer contacto entre los dos eremitas protagonistas es radiografiada por el italiano con una clarividencia tan absorbente que duele, sintiéndose muy cercana para todo aquel quien haya vivido una experiencia similar a la escenificada en los primeros compases del film).
Esa modelo será Sonia, otra anacoreta treintañera a la que no conocemos amigos, quien vive sola con su hermano en una apartada casa de campo. A diferencia de Vittorio, Sonia parece no tener un trabajo estable ya que debe ganarse la vida como modelo en una escuela de oficios artísticos. Igualmente, Garrone perfila a su personaje como una mujer algo inestable emocionalmente, maleable e influenciable. Una víctima perfecta para ese Doctor Frankenstein que es Vittorio, quien a pesar de que en un primer momento parece no sentirse atraído por su compañera de cita, terminará adoptando a la misma como una especie de trofeo a la que someter a sus crueles instintos de posesión sádica.
La enfermedad obsesiva de Vittorio irá acrecentándose a medida que su obra maestra, que no es otra que encontrar una mujer que aúne inteligencia con un cuerpo sumido en una delgadez extrema mal entendida como canon de belleza, va adoptando la figura de una Sonia que irá consumiéndose no solo físicamente acechada por el hostigamiento de un Vittorio ensimismado en lograr que su novia pierda peso, sino que del mismo modo psicológicamente, cayendo en las garras de un vampiro inhumano para el que el amor carece de valor ante sus maquiavélicos e irracionales fines.
Bajo este argumento, que muy bien podría servir para esculpir una historia de género fantástico, Garrone construye una cinta demoledora e hiriente, hilando a través de una fábula amparada en las ofuscaciones y los impulsos más primarios y primitivos una desgarradora denuncia acerca del achacoso ambiente, carente de síntomas de humanidad y amor, existente en esos recovecos escondidos en la gran ciudad morados por toda una galería de personas que ansían abandonar su extrema soledad para agarrarse desesperadamente a esa última esperanza que adopta la forma de ese último tren para lograr derrotar su encierro a sabiendas que el viaje seguramente terminará descarrilando en virtud del malsano talante del conductor de la locomotora. Y es que Sonia es esa víctima de un sistema que hace del estereotipo, la hipocresía y las falsas apariencias el dogma fundamental de felicidad. Un sistema que abandona a su suerte a todo aquel que opta por la diferencia —ya sea ésta emocional, religiosa, laboral o sencillamente del mero hecho de tener unas aficiones que no encajan con lo que se eleva como obligado—. Y precisamente Vittorio emerge como el monstruo forjado por ese mismo sistema para conducir a sus mártires a un desesperanzador final para el que no cabe otra salida que la asunción del retiro y de la insatisfacción como única vía de escape y de supervivencia.
Porque Vittorio no es solo ese doliente crónico cuyo abrupto carácter le ha conducido a un aislamiento consciente respecto al resto de vecinos y ciudadanos que conviven con él. No. Vittorio es el resultado de la reflexión, del dolor, del desborde de los sentimientos, de hacerse preguntas sobre las cosas que suceden a nuestro alrededor y no encontrar respuestas lógicas a las mismas. Porque uno de los puntos que más me gustan del film es esa ambigüedad moral que vierte Garrone en su obra. En la película no existen malos ni buenos; no se juzga ni acusa ciertas actitudes. Porque Garrone conoce que existen muchos Vittorios enmascarados por el disfraz de la hipocresía y la aceptación de la derrota que en un futuro pueden estallar si este beso a lo convencional no ha dado sus frutos en relación a los fines perseguidos con ello.
Primer amor se alza como una cinta dolorosamente cercana acerca de la soledad, las obsesiones y la sensación de derrota que existe en las sociedades contemporáneas. Como he comentado anteriormente lo que me fascina de este film es su sencillez y total falta de pretensiones doctrinales. Garrone opta simplemente por mostrar la realidad, sin aspavientos ni fuegos artificiales situando la cámara justo en el lugar necesario para captar todo el poder y fuerza de unos episodios que desprenden proximidad e incomodidad, hiriendo donde más duele al espectador para que éste tome conciencia por sí mismo. La fotografía del film es muy buena, con un cierto regusto hacia la composición pictórica y el plano milimétrico, siendo especialmente acertados los focos subjetivos que nos introducen en los ojos y mente de un Vittorio embutido en su propia pesadilla. Por tanto, Primer amor es una estupenda recomendación para todo aquel que desee bucear en la forma de concebir el cine y la vida de uno de esos directores al que es imprescindible seguir la pista en el cada vez más desierto panorama de autores del cine actual.
Todo modo de amor al cine.