La Guerra Fría fue una de las bases de inspiración para una serie de películas que encontraron en dicha coyuntura argumentos de acción y de suspenso. El enfoque a actividades de espionaje fue una de las historias más recurrentes. Era común que la mayoría de los filmes que adoptaban este contexto tomen intencionalmente partido por alguna corriente ideológica y así formar parte del muy famoso enfrentamiento político entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, o lo que era lo mismo, entre capitalismo y comunismo.
El 1973, el cine francés presentó la cinta El Silencioso dirigida por Claude Pinoteau, que aparentemente sería una más que engrosaría la larga lista de películas que Occidente dedicó al espionaje a los rusos o viceversa, pero no fue así porque este filme trató de reflejar cierta imparcialidad en su mensaje político, para centrarse más bien en develar, aunque no de manera profunda, actividades de espionaje que involucraban actos macabros y marañas perversas orquestadas desde el mismísimo poder oficial de cualquier país.
El Silencioso es un notable thriller que cuenta una buena historia, centrada en el tormento psicológico que sufre un científico francés secuestrado por la KGB rusa y que luego de 16 años de pertenecer a sus filas sería raptado por la inteligencia militar británica para que revele la identidad de ingleses que prestan sus servicios de espionaje a la causa soviética. En ambos casos, se teje una trama en la que la víctima es dado como fallecido, sin realmente estarlo. La KGB lo ha colocado en la lista de “sujeto a destruir” y deberá huir de todo el mundo pues no sabe quién será el agente infiltrado que lo matará.
El despiadado mundo de los servicios secretos queda al descubierto en este filme, que constituye una especie de denuncia de las prácticas de los poderes ocultos que hay atrás de la aparente sensatez y legalidad de las instituciones estatales, y en donde la consecución de sus objetivos traspasan cualquier regla, normativa o derecho preestablecido.
El Silencioso muestra algunos códigos que seguía (y que deben seguir vigentes) el espionaje oficial, y que llegaron a ser repudiables por el atentado que cometían hacia la condición humana, al imponer, por ejemplo, una nueva identidad y una nueva vida a cualquier persona que pueda serles útil, y de terminar con su existencia física en caso de que ya nos les sirva.
El mensaje del filme fue claro para la época: todos los gobiernos inmersos en disputas políticas, ideológicas o militares permitían a sus servicios de inteligencia extralimitarse en sus acciones para el cumplimiento de sus fines, como el hacer que una persona aparezca muerta sin estarlo y apoderarse de su “cadáver” para cambiarle de nombre y darle un nuevo sentido a su vida que esté condicionada a un trabajo oscuro y oculto de obtención de información. La táctica involucrará incluso el borrar del cerebro de la víctima su pasado, su familia y sus amigos, porque su destino pasará a ser controlado por un grupo de gestores de un supuesto mecanismo de autodefensa.
La película coloca dosis de suspenso en su contenido, aunque se puede decir que el mismo es previsible porque emplea algunas constantes que ya han sido explotadas con anterioridad por otras propuestas fílmicas, como la obra de Hitchcock. No obstante, hay un momento de especial tensión por el llamativo montaje de planos que juegan con los rostros y miradas de la gente de la calle, que atormentan al científico que bien sabe que será casi imposible descubrir el camuflaje de sus cazadores. Asimismo, hay que destacar la eficaz inserción en la corriente narrativa principal de la historia del filme de un elemento inusual: una máquina de escribir, que con su sonido característico del movimiento del teclado, enfatiza los reportes secretos que van dirigidos a Rusia y que marcan el creciente nivel de acoso en al que está sometido el personaje principal.
Lino Ventura interpreta en esta película al científico francés y como es su costumbre ofrece una actuación sobria y creíble, logrando estructurar un personaje que de manera paulatina se deteriora psicológicamente por las situaciones vividas y por la psicosis de persecución y soledad que le toca sufrir.
Claude Pinoteau hizo pocas películas como director, pero destacó en otros oficios del cine y fue or muchos años asistente de famosos realizadores franceses. Las técnicas de rodaje aprendidas en esta etapa las utilizó en su debut en la dirección precisamente con El Silencioso, en donde empleó de manera eficaz a la cámara, a la que parece le dio la misión de que no se le escape nada y que sus tomas vayan al mismo nivel de suspenso de la historia.
Es adecuado resaltar también en esta película las cortas pero eficaces apariciones de dos grandes de la actuación: Leo Genn, ese soberbio actor secundario del cine británico, que interpretó con maestría a un sarcástico jefe de la inteligencia militar especialista en el arte de interrogar con astucia; y la gran Lea Massari, quien representó aquí a la ex esposa del científico raptado, a quien creyó muerto. El semblante de Massari al volver a verlo dejó claro su alta capacidad para irradiar la angustia y la ansiedad. Al final regresará a ver al espectador y su fulminante mirada pondrá al descubierto un dilema existencial.
La pasión está también en el cine.