Adam J. Wrinkler es un individuo que desde los primeros años de su vida tuvo que luchar contra alguien. Nació en una época difícil, justo durante un período en el que Europa se destrozaba con dos grandes conflictos bélicos. En el segundo de ellos, el propio Wrinkler aseguraba que jamás creería odiar a alguien tanto como a los nazis, pero se equivocaba. Los comunistas, muy fieros durante la era estalinista, se convertirían en el verdadero enemigo de su vida. Tras esquivarlos y, a veces, encararlos, su momento cumbre llegaría en los años 80 con la invasión soviética de Afganistán, una guerra en la que Wrinkler tenía claro el bando en el que quería luchar.
La vida de este hombre se desmenuza en The Magic Mountain, nuevo largometraje de animación de la rumana Anca Damian que hace cuatro años ya deslumbró con Crulic, cinta que también seguía las desventuras de un personaje nada afortunado en un relato basado en hechos reales. En esta ocasión, Damian vuelve a apostar por un formato cercano al docudrama en el que, pese a lo interesante que pueden resultar las andanzas del protagonista, lo verdaderamente noticiable se halla en el estilo visual que atesora, tan arriesgado como verdaderamente prolífico para desarrollar los temas que pretende poner sobre la mesa.
No es pecado señalar que la animación debería ser un terreno fértil para la experimentación, habida cuenta de que incluso las películas más comerciales ya adoptan tintes surrealistas en materia argumental. Anca Damian parece pensar exactamente esto, ya que The Magic Mountain se convierte en un cúmulo de recursos y técnicas al servicio de la historia. Un collage formado por recortes de periódico, maquetas de cartón, escenarios construidos con materiales muy elementales e incluso vídeos de archivo, entre otras muchas características. Desde el principio queda claro que no vamos a disfrutar de una cinta de animación al uso, por lo que es fácil que aquellos que estén predispuestos a sumergirse en una espiral de caos visual queden atrapados por esta corriente de surrealismo.
Mediante el uso de esta técnica, por la pantalla van desfilando los diferentes episodios de la vida de Wrinkler, acompañado por su propia voz en francés con la que va narrando los acontecimientos a su hija. Lo bueno es que Damian no abusa de la potencia visual del relato, de manera que The Magic Mountain no llega a cargar la vista siempre que hayamos aceptado sus peculiaridades desde un primer momento. Donde sí tiene más problemas la cineasta rumana es a la hora de mantener el interés desde una perspectiva argumental. La supuesta introducción se hace tan larga que, cuando creemos que toda la trama va a estar nutrida de esta diversificación por etapas, llega el núcleo central de la historia y todo parece paralizarse. No hay una estructura narrativa clara si comparamos esa fase introductoria con los hechos que acaecen en Afganistán, ya que estos se desarrollan de una manera bastante más lenta que, además, interrumpe un tanto el progresivo avance que la cinta estaba acometiendo en su experimentación visual.
Dejando de lado esta falta de coherencia en cuanto a las pretensiones narrativas, cuyo negativo desorden no tiene nada que ver con el positivo caos que refleja a nivel audiovisual, The Magic Mountain es una obra que merece mucho la pena visionar. Anca Damian ha vuelto a moldear una película tremendamente atractiva, cuyas imágenes poseen un poder de seducción sólo a la altura de la importancia que poseen para el terreno de la animación, donde estas propuestas más alternativas continúan reinventando un género que da para mucho más de aquello con lo que a veces nos conformamos.