Años 40. En las frías estepas kazajas, un hombre adulto y una chica joven comparten una solitaria cabaña en medio de la nada. Padre e hija luchan contra los designios de la naturaleza, especialmente violenta en esta zona del mundo ante el frío y la lluvia que no paran de acechar. Por si fuera poco, algunos reductos de tropas soviéticas comienzan a desplegar sus unidades en esta región para ensayar con sus últimos inventos en materia militar. Mientras, dos chicos jóvenes parecen desear a aquella chica de las coletas con ojos penetrantes, aunque ésta parece más pendiente de cuidar a su progenitor que de establecer un romance.
El realizador Alexander Kott, que hace unos años ya cosechó elogios en el plano internacional con La fortaleza Brest, vuelve a la carga con Test, una cinta que, sin escapar del drama, se asemeja más bien a una especie de western ruso-kazajo con muchos de los elementos de este género. Decimos esto porque se nota la prevalencia de las miradas y los silencios sobre cualquier otra cosa, hasta el punto de que no existe más voz en toda la cinta que la de un grito desgarrador; también por esa turbia atmósfera donde no sabemos qué ocurre pero sí intuimos que algo gordo va a suceder. Y vaya si sucede: Test es una de esas películas que, engalanadas con un fascinante envoltorio, también son capaces de ofrecer un relato maduro, sentimental y tenso.
En la cinta de Kott hay drama sin desperdiciar saliva en una sola frase, desprende amor sin que lleguemos a contemplar un beso, tiene ecos de violencia sin que por ello sea necesario recrearse en sangre y vísceras… El lirismo de sus imágenes, fruto de una hermosa fotografía y de una alternancia de planos largos con otros que permiten contemplar el cúmulo de emociones que experimentan sus personajes, no es sino el fruto de un increíble trabajo de puesta en escena del cineasta, que logra conjuntar a la perfección todos los elementos que tiene a su disposición.
Por más que al principio Kott parezca recrearse excesivamente en las manifestaciones de sus personajes, el paso de los minutos irá otorgándoles a estos un carácter tan singular como atrayente, que logra salvar sin que nos demos cuenta las lógicas diferencias geográficas, sociales y personales que existen entre nosotros y este grupo de personas tan alejadas en tiempo y espacio. Es necesario destacar aquí la interpretación de sus protagonistas, quizá con más relevancia la que corre a cargo de la bella Elena An que la de un más sobreactuado Karim Pakachakov, pero la suave unión que se respira entre ambos hace que sus papeles se alimenten mutuamente.
Lo cierto es que hay pocos minutos de Test, entre los 95 que forman su metraje, que sean inocuos o pesados. Sólo en la recta final de película hay un par de momentos menos magnéticos que la excelencia general del relato, si bien es en estos instantes cuando se establece quizá la mejor metáfora de todo el film (esa ropa tendida…), amén de servir como preludio a un desenlace que, visto lo visto, no podía imaginarse de otra manera diferente a cómo Kott lo pone en práctica.
Sería de necios recomendar a un espectador concreto el visionado de Test, porque el film en sí es capaz de gustar a un gran abanico de público. Tan sólo con que uno esté dispuesto a disfrutar de la esencia misma del cine, como es que le cuenten una historia usando de la mejor manera posible los recursos que el director dispone para ello, disfrutará de lo que es capaz de transmitir esta película rusa. Difícil de entender que su trascendencia haya sido ridícula, por cierto, pero nunca es tarde para reivindicar algo tan bello como lo que aquí se nos ofrece.