Tantos horrores generó la Segunda Guerra Mundial en el continente europeo que muchos todavía seguimos descubriendo episodios atroces con el paso de los años. Uno de ellos tuvo lugar en Dinamarca, después de que las tropas nazis firmaran la rendición. Allí, los altos mandos militares daneses encargaron a los alemanes la tarea de desactivar todas las minas que durante la invasión de Dinamarca habían sembrado en la costa oeste del país, con la idea de frenar una posible invasión aliada. Como es lógico, no cabe interpretar este hecho sino desde una posición vengativa, entendible tras el destrozo que los súbditos de Hitler hicieron en tierras danesas pero en ningún caso justificable desde el punto de vista humano.
Martin Zandvliet elabora en Land of Mine una crónica sobre tales hechos. El danés dirige su tercer largometraje tras A Funny Man y su ópera prima Aplausos, drama sobre una alcohólica que impactaba visualmente pero que en su conjunto pecaba de ser bastante olvidable. Con su último trabajo, Zandvliet tenía un reto complicado ante sí, ya que al tratar un conflicto bélico (post-bélico, en este caso) muchos cineastas caen en posturas tendenciosas que fulminan cualquier posibilidad de impactar en el espectador. Por fortuna, el nórdico ha conseguido escapar del maniqueísmo.
De entrada, parece claro que será difícil no ser conmovidos por Land of Mine. En efecto, cuando se asegura que eran los soldados nazis quienes tenían que limpiar las playas de Dinamarca, en realidad se estaban refiriendo a niños alemanes, críos cuyo único pecado fue nacer en territorio germano. No sabían nada de Hitler, no tenían ni idea del daño que muchos de sus compatriotas causaron a Dinamarca, pero los nórdicos clamaron venganza y les daba igual quién pagara los platos rotos siempre que un apellido alemán figurase en el carnet de identidad. La primera escena de la película da buena cuenta de ello, cuando el sargento Carl propina una brutal paliza (seguramente hasta la muerte, aunque Zandvliet prefiera no desvelarlo) a un soldado nazi que marcha custodiado por las tropas danesas. Este sargento será quien posteriormente deba dirigir a un grupo de jóvenes a la tarea de barrer por completo de explosivos una determinada playa.
Zandvliet afronta su primera reválida al equilibrar el carácter de unos y otros para evitar caer en lo arquetípico. Y lo solventa con nota, puesto que la personalidad del sargento Carl está más que trabajada, quedando plenamente justificados sus cambios de humor. Además, el cineasta logra esbozar de grata manera el perfil de los niños alemanes, los cuales gozan de tanta disciplina militar como de tan poca infancia en sus recuerdos. El cineasta danés se mueve bien entre ambos lados de la balanza, repartiendo a partes iguales desgracias, minutos en pantalla, bondades y maldades. Así se genera una genial empatía, provocando que los momentos más duros que atraviesan unos y otros nos conmuevan directamente.
A este buen trabajo de guión, por cierto, se le une una aseada puesta en escena, enmarcada bajo las bondades de una fotografía que deja lucir en todo su esplendor a las bonitas playas danesas. Hace bien Zandvliet en desmarcarse de aquel estilo visual sucio y agobiante de Aplausos que tal vez hubiera funcionado en Land of Mine, pero desde luego no tan gratamente como con esta apuesta por una imagen más bella. Ello permite apreciar con mayor exactitud el horror que transmiten esos explosivos y la bajeza moral que supone encargar a terceras personas su retirada.
En definitiva, Land of Mine es una grata sorpresa para todos aquellos que nos sentimos atraídos por conocer más y más de lo que sucedió antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Por su precisión documental y su capacidad para eliminar estereotipos, la cinta de Zandvliet merece ser incluida en un grupo selecto del ya extenso catálogo de la cinematografía que documenta las consecuencias de este conflicto bélico, mientras que su tensión narrativa y lo magnético de sus personajes la confieren, además, el sello de ser una notable película.