A través de un largo plano secuencia, vemos a una mujer llamada Krisha llegar a un típico chalet americano en el Día de Acción de Gracias. En ese momento, su numerosa familia sale poco a poco a recibirla bajo el típico ritual burgués: besitos, qué tal estás, qué bien te veo. Todo buenas palabras, pero en seguida llega la realidad, y es que realmente a nadie le importa Krisha más que para cocinar el pavo que se zamparán como cena. Ella lo percibe rápidamente y desde el otro lado de la pantalla vemos cómo reacciona a la situación, algo en lo que tiene una especial relevancia aquello que sucedió en el pasado y que nadie parece querer mencionar.
El nombre de la protagonista es también el título de la ópera prima del cineasta estadounidense Trey Edward Shults, así como tía natural del mismo. No en vano, los personajes que vemos en la película son su familia en la vida real, un detalle con posos de cómico que seguramente tenga más que ver con cuestiones presupuestarias que con la propia realidad de la obra. Y es que Krisha deja claro que busca incomodar tanto a través de la técnica como del propio guión. En el primer caso, el director altera tiempo, formato, narrativa… Juega con todos los elementos de los que dispone, consciente de que quiere dejar tocado al espectador a través de múltiples facetas que le definan a él mismo como cineasta. En el segundo caso, contemplamos el asfixiado ambiente de una casa donde los jóvenes berrean y echan pulsos mientras los adultos se muestran nerviosos, un contexto en el que la presencia de los perros es la guinda necesaria para generar esta asfixia.
Krisha es una película que se cuece a fuego lento. Llegado un momento de la cinta, todo apunta a pensar que ese intento de impactar se queda en un mero ejercicio de estilo sin base argumental sólida con la que alimentarlo. Pero no. La recta final es realmente vibrante, ya que sobre el tapete cinematográfico se pone en liza toda la baraja y Edward Shults sabe jugar sus cartas de manera verdaderamente sorprendente, llevando al paroxismo esa alteración narrativa que comentábamos.
La cuestión es que Krisha no quiere parecerse a otras películas cuyo visionado se suele calificar de incómodo, como bien pudiera ser el trabajo de Haneke. El cineasta estadounidense prefiere no entrar en ese juego, consciente de las propias limitaciones que le confiere su juventud. Pero sí deja por el camino varios aspectos interesantes, como es el propio hecho de situar toda la acción en el ámbito familiar, donde los enfrentamientos siempre son más peliagudos al existir el vínculo de la sangre y, por tanto, eliminar el rechazo a la gente de fuera. Una grata perspectiva para una más que loable ejecución.
Pese a su bisoñez, Edward Shults no muestra complejo ninguno al llevar el pulso en la dirección, hasta tal punto de que se permite en lujo de cerrar la cinta con un plano que, al compararlo con el inicio de la misma, sirve como grato resumen de la personalidad de un cineasta cuya carrera tras las cámaras ha comenzado de muy buenos modos. Pese a que en Krisha se le puede achacar algo más de definición en el guión, que nunca llega a definir una línea clara, lo cierto es que el cineasta goza de lo más importante en el cine como es querer jugar con imágenes y sonido. Y lo consigue de buena manera en este drama psicológico que cumple con lo prometido a lo largo de sus 83 minutos de metraje.