Cuando a Éric Falardeau se le ocurrió la idea de hacer un film donde su protagonista entrase en estado de descomposición en vida, decidió realizar un ‹fundraising teaser› (o lo que viene a ser lo mismo, un teaser para recaudar dinero) acerca del concepto. De este modo, y a través de su productora ThanatoFilms lanzó esa primera pieza en la que ya se podían intuir algunas de las constantes del cine de Falardeau para, tres años más tarde, poder llevarlo finalmente a la gran pantalla en el formato en que fue pensado, el de un largometraje que no ofrece concesión alguna.
La desnudez de los cuerpos de su protagonista y la pareja de esta hace acto de presencia nada más empezar el film a través de una mirada que se revela transparente y desacomplejada, pues en Thanatomorphose el cuerpo no es más que una simple extensión de lo que el ser humano simboliza para el director canadiense, en una representación donde los órganos sexuales cobran una importancia que trasciende de lo que a simple vista pueda parecer, pero que al mismo tiempo se muestran sin ataduras para dotar de un significado particular a su representación en escena.
Sorprende comprobar en esos minutos iniciales cómo un sonido ambiente que ya se revelaba como herramienta esencial en su ‹fundraising teaser› se adueña de una estancia donde, si bien oímos y seguimos los diálogos de esa pareja, se puede percibir el vacío en un entorno que se muestra tan cristalino como esos dos cuerpos: no hay lugar para el barroquismo o la escena recargada en un espacio que parece constituir un retrato de la figura de su propia dueña. Es con esa sencillez tan inusitada como Falardeau delimita con habilidad un panorama que se transformará paulatinamente, acompañando el cambio que acontecerá en la protagonista. A partir de ese momento, un incómodo punto de no retorno se inicia para mostrarnos el resultado de un acto que no es consecuencia lógica de nada, simplemente ocurre.
Marcado por un cine que se acoge a constantes “cronenbergianas” a través de esa relación entre la carne como ente material y la sexualidad desgranada en dos secuencias que resultan definitorias para el conjunto, Falardeau compone un mosaico en el que resultaría obvio resaltar lo malsano del mismo, pero que sorprende por la claustrofóbica sensación capturada en un espacio que termina representando un personaje por sí solo. Lo que parecían ser simples moratones toman carácter propio, el calcio de las uñas se resquebraja y el pelo se desprende contagiando a un escenario que cobrará entidad no sólo por los actos de la propia protagonista como tapar las ventanas para evitar la luz solar o abandonar la estancia como se abandona a sí misma, también por un proceso de degradación (tanto físico como psíquico) que se trasladará a cada rincón de esa casa.
También demuestra Falardeau tener un curioso interés por ensayar con las texturas, e incluso ello le termina llevando a un extracto de cine experimental puro y duro que más bien se podría interpretar como una escisión entre actos, que manipula esa idea de lo orgánico del propio ser para definir de forma concluyente el trayecto de una (des)personificación de lo más curiosa.
No obstante, y aunque la encarnación de ese proceso termina por devenir en algún que otro interesante apunte sobre la propia concepción de un ser que el canadiense define a través de unas vertientes (sexo y sangre) que nos llevan a ese ya citado aspecto más orgánico de la naturaleza humana, quizá termina perdiendo el norte en un último acto donde todo se torna más bizarro y quizá la única motivación por continuar resulta el reflejo de esa vuelta a la nada en un universo tan extremo que suscitará reacciones de lo más diversas y, a buen seguro, no dejará indiferente a nadie.
Larga vida a la nueva carne.
Me has dejado con los dientes largos tras leer la crítica, pero yo soy un chico sensible, no sé yo si la veré…
«I thought you love me!» Eros y Thanatos, de nuevo.