Tras prepararse un café al más puro estilo Clerks (del envase al vaso sin pasar por la cafetera), Toño recibe la noticia de que esa será su última mañana como vigilante del desguace, ya que la empresa ha decidido otorgarle tal responsabilidad a un fiero perro. El tipo lía el petate y acude a trabajar a una gasolinera de mala muerte, donde se acabará topando con un viejo conocido que le tiene una misión preparada: pintar líneas por una carretera a lo largo de 217 kilómetros a cambio de una grata remuneración. Toño acepta y el jefe le asigna cuatro compañeros para llevar a cabo el trabajo, todos de muy variada índole y espíritu.
La delgada línea amarilla, película dirigida y escrita por el mexicano Celso García (que debuta aquí en el largometraje), toma el nombre de estas finas rayas de separación entre carriles de una carretera. Líneas que parecen indicar el sendero de Toño y compañía para buscar una nueva vida que les alivie de un nada reconfortante pasado, el cual se irá desvelando conforme pasen los minutos.
García deja claro desde un principio que lo suyo no es hacer experimentos con la cámara, sino contar una historia. Historia que tampoco es en absoluto original, como pronto adivinaremos: hombre amargado al que, gracias a una milagrosa y oportuna aparición, se le presenta la ocasión de redefinir su vida junto a una tropa de colegas que también presentan los clásicos rasgos de personajes secundarios. Es decir, el cineasta pretende embarcarnos aquí en un relato cinematográfico concebido al estilo añejo, dejando que el guión y el carisma de los personajes arrastren todo el peso de la película. Y, de hecho, no le sale mal la jugada.
La delgada línea amarilla se define como un film agradable, reposado, ciertamente buenrollista. Casi no encontramos malicia en toda la cinta y, cuando esta surge, se identifica de manera muy efímera o nula. Por tanto, lo que busca García es no resultar en exceso trascendente, aunque ello conlleva un precio en forma de resultar en exceso típica, sin que su visionado aporte grandes cosas a alguien que busque algo más profundo en una película.
En cualquier caso, el problema principal que impide a La delgada línea amarilla alcanzar mayores cotas de esplendor cinematográfico es su excesiva tendencia a tratar de conmover al espectador. Esto se nota no sólo en lo ya comentado acerca del carácter de los personajes, sino también en los medios técnicos que García utiliza para adornar varias escenas o el desarrollo de la trama misma; el intento de escena romántica con una suave música de fondo es el perfecto ejemplo de ambas situaciones. No obstante, esto no termina de torpedear el núcleo argumental de la película, el cual es resuelto con bastantes garantías por García en una escena que es predecible pero necesaria para terminar de rematar el guión.
Pese a los incuestionables defectos de La delgada línea amarilla, al final terminan pesando más sus virtudes. Desde una perspectiva sincera, García consigue su objetivo de contar una buena y sencilla historia, sin meterse en problemas difíciles de resolver. Una película cuyo visionado merece la pena siempre y cuando no haya demasiadas expectativas previas, ya que no ofrece nada más (y nada menos) que 95 minutos muy interesantes y entretenidos dentro de los límites que el propio cineasta se marca. Bien es cierto que un director novel debería ser más arriesgado en su ópera prima y mostrar todas sus inquietudes personales y artísticas, dejando para más adelante aquellas películas que, con las directrices ya aprendidas, se pueden dirigir con el piloto automático puesto. Pero esperemos que este mexicano conduzca en sentido contrario.