Hay una ambivalencia en el cine de Bong Joon-ho que, en ocasiones, hace de los personajes sobre los que trabaja algo en cierto modo intangible, ya sea por un carácter cómico o trágico que en la carrera del coreano nunca han sido planteados como punto de anclaje, siempre susceptibles sus trabajos de llegar a un extremo u otro en función del género a abordar, o por precisamente esas dobleces que han presentado por lo general unos personajes con los que no es nada fácil lidiar. Ese punto se ve reflejado en el libreto de Haemoo en tanto la galería de personalidades expuestas por el debutante Shim Sung-bo extrapolan lo moral de las consecuencias de sus actos a un contexto complicado de desgranar, pues por un lado todos y cada uno de los miembros presentes en la tripulación de ese barco no dejan de ser individuos dotados de emociones y sentimientos, y por el otro cualquier pequeño error podría dar al traste con unas expectativas que no alzan el vuelo más allá de una humilde supervivencia al bordo de un pesquero, transformado en barco de contrabando para la ocasión. O en otras palabras: la contraposición del individualismo y egoísmo inherentes en el ser humano con la ética de unas decisiones precipitadas, tomadas sobre la marcha por la imposibilidad de afrontar una situación desconocida y fuera de un control que nunca se tuvo, generan una disyuntiva que lleva a esos personajes a otro plano distinto.
Es ahí donde Haemoo se desmarca en cierto modo del sello Joon-ho, pues el cineasta primerizo logra precisamente dotar a sus personajes de una entidad propia, de un certero y logrado humanismo que se desarrolla ya en los primeros compases del film, sin precisar de decisiones morales que afrontar. No por ello Haemoo se mueve solamente en terreno dramático, y es que Shim Sung-bo decide transitar otros dominios a través de los que desarrollar un relato de múltiples aristas. Desde el thriller de ámbito más psicológico a la aventura marina pasando por un romance menos estéril de lo que se presumía en un contexto como el forjado por el aquí debutante, se dan cita en esa crónica que no recurre a tintes sociales ni lanza soflamas moralistas para engrosar así unas posibilidades en las que Sung-bo confía a través de esa digresión genérica que se va produciendo a medida que avanza el metraje.
La atmósfera se transforma en ese ámbito en un arma poderosa: a través de su proporción, el cineasta crea un paraje abstracto, cuasi ilusorio, capaz de absorber todo el tejido dramático propuesto hasta el momento para transformarlo en un ambiguo pasadizo a la locura. Pero no termina ahí ese reflejo humano realizado por Shim Sung-bo, más bien se proyecta en una situación insostenible, a través de la que reflejar la condición límite de unos personajes que no parecen tener escapatoria alguna. En definitiva, Haemoo es un tenaz reflejo de aquello que podría haber devenido en drama ramplón, insostenible, desafortunadamente (e involuntariamente) cómico, haciendo así del trabajado lienzo dramático trazado por el coreano una ineludible virtud que, sin desarrollar necesariamente sus cualidades —no llega a germinar ese drama, pese a intentarlo incluso en su atinada y sobrecogedora última escena—, sí sostiene con aplomo y sin estridencias un título que demuestra que la cinematografía coreana tiene todavía potencial por desarrollar lejos del ya laureado thriller de acción —aquí llevado a un entorno mucho más psicológico— y, en especial, más allá de nombres capitales (los Kim Ki-duk o Hong Sang-soo, entre otros) entre los que bien podríamos encontrar en un futuro el de este cineasta capaz de llevar lo conocido a un terreno tan personal como sugerente.
Larga vida a la nueva carne.