Joko Anwar se sumerge en su cuarto film en uno de esos géneros que, debido al creciente muestrario que asola el panorama y a las ganas cada vez mayores de sorprender al espectador, resulta difícil de manejar. En Modus Anomali nos introduce en uno de esos thrillers que, como las cajas con doble fondo, esconde una de esas conclusiones donde la manipulación parcial de su contenido es acometida sin ningún tipo de rubor. Y digo parcial por el hecho de que su premisa inicial ya da pie a pensar que nada es lo que parece, y que Anwar se guarda más de un as en la manga tanto para el desespero de unos, como para el gozo y la algarabía de otros. Porque, para qué negarlo, la cinta indonesia es una de esas propuestas desarrolladas para dividir al espectador.
No parece haber término medio o posición cómoda ante una película que lleva hasta extremos inimaginables una base de lo más sencilla, la de un personaje que, tras despertar de su entierro en un bosque en mitad de ninguna parte, no recordará nada acerca de quién es o de su pasado, sosteniendo como única esperanza un móvil (sin contactos) en su mano. Esperanza vana, claro está, al percatarse de que ni siquiera su propio nombre le viene en mente.
Por curioso que resulte, esa cómoda posición en la que uno se sitúa en tierra de nadie resulta incluso la más lógica en Modus Anomali. No porque no resulte controvertida, más bien por el hecho de tener tras de sí una idea tan macabra y retorcida que, con el solo planteamiento de una buena ejecución, podría derivar en una de esas pequeñas joyas cuyo lastre termina siendo un guión que peca tanto de ingenuo (ese primer plano de la grabación que encuentra el protagonista), como de excesivamente tramposo (no hay que obviar los cabos sueltos), y que sólo arroja luz en un último acto de lo más desinhibido, que probablemente era lo que hubiese necesitado un film así la mayoría del tiempo.
La combinación de géneros que Anwar intenta resulta, sin embargo, demasiado impostada, demasiado preparada. Se nota que todo está exactamente dispuesto para conducir al espectador exactamente al terreno que el indonesio desea, y que lo lleva desde el terror más visceral hasta un thriller de connotaciones psicológicas que no consigue alzar el vuelo en casi ningún momento, y ni siquiera dota a la propuesta de cierto desasosiego que debería cerner sobre la figura protagónica.
Sí funciona quizá con mayor aplomo como ‹survival horror› campestre en el que cada sombra que se cierne sobre el bosque podría ser la clave de todo el entramado, desatando incluso ciertas características del ‹slasher› más común que es donde realmente Anwar sabe jugar mejor que nunca sus bazas aprovechando el espacio en el que se concibe Modus Anomali y dotando a todo ese paisaje de una inquietante pulsión desarrollada en torno al empleo de un plano que es manejado con inteligencia como para poder sugerir entre esas amplias extensiones de terreno, la lóbrega espesura y enigmáticas apariciones, un horror que hace acto de presencia menos de lo deseado.
Se podría decir, pues, que el fracaso se encuentra más tras un frágil guión y una postiza mixtura de géneros que en la dirección de un Joko Anwar que, dejando a un lado ciertos detalles poco cuidados (esos manguerazos de vómito), cumple e incluso se otorga algún que otro momento de lucimiento como el plano secuencia que nos lleva a la conclusión real del film.
Tampoco hay mucho tino en la elección de un protagonista al que le termina pesando la opción de un idioma (el inglés, cuestión de salida internacional) en que cada línea de diálogo (por suerte, se cuentan más bien pocas) ridiculiza una interpretación que, por otro lado, refleja con suficiencia el desazón de su personaje y sabe darle esa vuelta de tuerca de lo más descarada, transformando así Modus Anomali en una de esas ‹rara avis› de la temporada que de haber jugado mejor sus cartas, quizá estaríamos hablando ahora de algo mucho mayor.
Larga vida a la nueva carne.