Cuando el joven Friedrich Zeitz, de carácter humilde, austero y trabajador, recibe la propuesta de trabajar directamente para Karl Hoffmeister, jefe de una importante fábrica de acero, probablemente se imagina que ese será el techo al que puede aspirar en su vida. Pero tal ambición queda pronto superada cuando conoce a Lotte, la mujer del mencionado empresario, de tez bella e interesada en las artes; una dama de la cual es complicado no enamorarse. Basada en la novela Viaje al pasado, del mítico escritor alemán Stephan Zweig, La promesa (Une promesse) es un nuevo largometraje del prolífico director francés Patrice Leconte que, si bien no se cuenta entre los más reputados del país galo, suele recibir moderados elogios en la mayoría de sus trabajos. Este drama romántico de época, empero, no alcanza un nivel del todo satisfactorio.
Decimos tal cosa porque el romance que describe La promesa se torna infantil por varios momentos, merced a un guión cargado de tópicos que convierten poco a poco a la película en un producto excesivamente repipi. Rebecca Hall y Richard Madden resultan poco creíbles como enamorados, con gestos que de tan mojigatos terminan por cercenar cualquier opción de lograr empatizar. El personaje de Anna (la vecina de Friedrich), personaje inédito respecto a la novela original y que a priori parecía resultar bastante interesante, acaba ostentando muy poca presencia en pantalla, algo complicado de entender si tenemos en cuenta el mayor énfasis que se hace en la película sobre los personajes femeninos respecto de lo que el escritor alemán dispuso en el texto original.
Este amorío al límite tiene ciertas reminiscencias de aquel que Zweig retrató con mucho acierto en Carta de una desconocida, excepcional relato que luego sería llevado al cine de manera maravillosa por Max Öphuls. Utilizamos tal adjetivo no sólo por la propia calidad de la cinta, sino por cómo el director francés supo mantener la narrativa y el espíritu del libro sin traicionar las propias características del séptimo arte. Circunstancia en la que falla claramente Patrice Leconte, ya que esa pequeña sensibilidad se transforma en algo de un volumen claramente mayor, explicitando al máximo unos diálogos que habrían funcionado mejor si su contenido se hubiera tratado de manera más subrepticia.
Sorprendentemente, La promesa consigue remontar ligeramente el vuelo en la parte final. Los protagonistas cobran vida conforme las dificultades les acechan. Es tarde para construir un relato más sólido y entusiasta, pero el breve retrato que se hace sobre los comienzos del llamado período de entreguerras y, por tanto, los albores de la decadencia moral de Alemania, sí está a la altura de las circunstancias. Para ser más precisos, la película esboza esa época que Zweig tan bien describía en su obra, una era en la que Europa ya se estaba viniendo abajo irremediablemente con el desastre de la Gran Guerra y que acabaría de cavarse su fosa con el auge y el posterior avance de los totalitarismos. Esta idea queda expresada en una frase que Lotte pronuncia en un momento determinado de la cinta: “El mundo de ayer ha desaparecido (…) no puedo aguantar el presente”. Precioso homenaje que brinda Leconte a la novela/ensayo El mundo de ayer, reflexiones sobre la decadencia del viejo continente que el genial escritor alemán dejó escritos antes de cometer suicidio junto a su esposa, temerosos del avance nazi por el continente.
En cualquier caso, es necesario estar plenamente cautivado por el género para que La promesa llegue a enganchar. Aun obviando la escasa química entre los actores y los claros altibajos de guión, el problema principal de la cinta de Patrice Leconte es que pretenda contar en hora y media lo que un relato resume en pocas páginas, sin saber edulcorar a su película de los suficientes añadidos como para mantener el pulso romántico de la trama. Hay que quedarse, eso sí, con la estupenda ambientación y la más que decente puesta en escena de su director.