La digresión que, poco a poco y con la llegada de nuevos tiempos y distintas formas de entender y percibir sus características, ha padecido el lenguaje cinematográfico, parece haber alejado géneros que fueron prácticamente germinales en el séptimo arte del mismo, y es que pese a la evolución acometida y ciertos parámetros que se presentan en ocasiones, algunos de ellos como el cine negro y el western han ido desapareciendo gradualmente y dando paso cada vez más a obras que, si bien intentan captar su esencia, suelen enfocarlo a una consecución genérica que entronca con categorías acordes a la demanda de un espectador cada vez más lejos del clasicismo emanado por aquellas piezas de los Ford, Mann o Huston. Aquello que no obstante han logrado algunas construcciones genéricas cercanas a otros terrenos —podemos recordar la post-apocalíptica The Rover, el thriller rural Red Hill o la reivindicable Autumn Blood como algunos de los ejemplos más recientes— o incluso relecturas enfundadas en un prisma mucho más personal, alejado de ciertas constantes ineludibles del western —podríamos destacar la portentosa El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, la bizarra y divertida reinterpretación coreana en El bueno, el malo y el raro o la valiosísima Meek’s Cutoff—, han terminado por perderlo aquellos títulos que continuaban ahondando en la pureza del western —se podría destacar alguna cinta como la fabulosa Open Range—, pero no eran capaces de rescatar esa esencia inherente a un terreno cada vez más yermo.
Algo que a priori podría parecer tan simple, pero que en su consecución se antoja una verdadera quimera, supone un valor añadido en The Salvation, nuevo largometraje del danés Kristian Levring —curiosamente, uno de los firmantes de aquel Dogma 95 sublimado por Vinterberg en Celebración—. Es en la intensificación de aquellas constantes que dotaban al western de un carácter único, donde el cineasta encuentra las claves para revertir sensaciones cada vez más presentes en el cine actual. Lejos de toparnos con un ejercicio de rancia referenciación —esas panorámicas en ocasiones tan «Fordianas», los estímulos y condición de unos personajes arrastrados por su voluntad (¿quién no recuerda aquellos protagonistas trazados por Wayne?), los impulsos más primitivos como celebración del viejo oeste, etc…— o incluso de flácido homenaje, Levring opta pues por simplificar, y hallar en esa vía el camino hacia aquella pureza que en no pocas ocasiones determinaba un gesto significativo o una mirada concreta. Nos encontramos en el relato de ese hombre marcado por la tragedia, en las tribulaciones de ese despiadado villano o en lo elemental de sus instintos atisbo de complejidad alguno, pues su esencia radica precisamente no en la descripción psicológica realizada por el libreto del gran Anders Thomas Jensen, sino en aquellas declaraciones ásperas —las que media no una palabra o movimiento, sino el propio rostro— que en suma terminan resultando atisbos de comprensión.
El sucio oeste queda ceñido de este modo, más allá de a ese componente áspero, recrudecido y llano, a la interpretación de unas situaciones que Levring sabe conceder, desarticular en planos que por sí solos manifiestan la percepción de un personaje, e incluso su correspondencia. No es complicado, pues, desarticular ese cruce de miradas entre el personaje interpretado por Mads Mikkelsen y el interpretado por Eva Green, ambos axioma de un universo donde el pasado resulta irreconciliable y la supervivencia pende de un hilo tan fino que incluso parece separar cordura de locura, auge de decadencia —magnífico ese apunte en un diálogo sobre el pasado de Delarue—. The Salvation se transforma gracias a todo ello en una propuesta que va más allá del poderío visual de sus imágenes —lástima, eso sí, de esa desafortunada fotografía nocturna—, de la magnitud de sus actores e incluso del ensalzamiento de unas propiedades en las que Levring ancla su discurso, pero siempre evitando arrastrar el estigma de una reiteración temática cuyo lenguaje se antoja aquí tan propio como emocionantes logran ser algunos de esos momentos destinados a alimentar un relato perenne, cuyo fin no parecen ser los títulos de crédito, y es que pocas veces una mirada recíproca fue tan significativa como en The Salvation.
Larga vida a la nueva carne.