Poseedor de una de las trayectorias más contundentes y fascinantes de la historia del séptimo arte japonés, Masaki Kobayashi fue ese maestro silencioso que pasó sin hacer el ruido de otros compañeros de profesión coetáneos al autor de la trilogía de La Condición Humana. Por un lado Kobayashi siempre avanzó oculto por la sombra de otro de los genios indiscutibles del cine oriental: Akira Kurosawa. Sin duda tanto Akira como Masaki fueron los dos autores japoneses más contaminados por la filosofía y forma de hacer películas del cine estadounidense. Sus filmes guardan una misteriosa conexión espiritual, temporal y dogmática. Así, la obra de estos dos maestros fue acusada en ciertas ocasiones por algún sector de la crítica del país del Sol Naciente como ajena a la idiosincrasia nipona. No les faltaba razón a quienes lanzaban estas acusaciones, porque si algo le debe el cine japonés a estos dos ilustres cineastas fue su valor para derrotar el silencio, la contemplación y la poesía de los melodramas clásicos japoneses hacia una vertiente más desgarradora, frenética y popular ligada a esa pasión y vigor que tiñó al cine negro y al melodrama romántico producido en el Hollywood clásico. Pero frente a la aceptación occidental del talento del director de Los siete samurais el cine de Kobayashi no contó con ese apoyo pretérito, sino que hemos tenido que esperar bastantes años hasta que la filmografía de este imprescindible del cine oriental finalmente conquistara —gracias a su distribución por canales mayoritarios— el corazón del público europeo y americano.
Por otro, el carácter muy occidental del cine de Kobayashi implicó que su arte fuera también tapado por ese cine sugerente, exótico y puramente japonés trazado por maestros como Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu o Mikio Naruse. Hecho que situó al director nacido en Otaru en una disyuntiva embarazosa derivada de la falta de adscripción del japonés a una corriente concreta. Una autonomía y eclecticismo que suele ser motivo de condena popular en esos confusos y complicados laberintos cinéfilos no aptos para autores que han ido por libre a lo largo de su itinerario cinematográfico.
Antes de filmar obras maestras tan diversas e incontestables como La Condición Humana, Harakiri, Samurai Rebellion o El más allá, Kobayashi inició sus pasos en el cine forjando una serie de melodramas de clara inspiración hollywoodiense que captaban en esencia el oficio de cineastas admirados por el nipón como John Ford —así la ópera prima de Kobayashi titulada La juventud del hijo era todo un decálogo/homenaje al cine del autor de La diligencia— o también Douglas Sirk. Pero a medida que el talento del japonés fue creciendo en confianza, sus películas se fueron tiznando hacia una deriva más negra y crítica con la sociedad de su época plasmando de un modo consecuente y visceral las miserias de un Japón absorbido por el hambre y la ambición capitalista, despojado pues totalmente de ese temperamento innato en la ciudadanía japonesa caracterizado por la reflexión, la solidaridad y la colaboración social.
En este sentido Te compraré aparece como una obra de colorido menor en la obra de Kobayashi, pero que resulta totalmente fascinante en virtud de la extraña mezcla que compone su espíritu. En primer lugar se trata de una obra absolutamente bizarra no solo en la línea de producción del maestro, sino que igualmente en la historia del cine japonés. Este hecho diferencial se siente en virtud de la circunstancia de localizar el centro de la trama en las oscuras maquinaciones que encierra el mundillo del béisbol —deporte rey en Japón—, sirviendo esta argucia narrativa a Kobayashi para verter un profundo alegato en contra de las corrupciones y traiciones irradiadas alrededor de esos deportes que han contaminado su esencia para voltear su sustancia hacia el simple negocio diseñado por la doctrina de la maximización de beneficios caiga quien caiga.
De este modo la cinta seguirá las peripecias de un ojeador que trabaja para el equipo de la liga profesional de béisbol Tokio Flowers buscando talento a buen precio entre jóvenes estudiantes que despuntan en las competiciones amateurs. Así Daisuke Kishimoto (Keiji Sada) no dudará en patear los lugares más inmundos en busca de su mercancía. Tras un primer intento fallido debido a que su presa sufrió un accidente en la fábrica donde trabajaba cortándose un dedo, Kishimoto será asignado a una nueva misión por parte de los mandatarios de los Tokio Flowers: fichar a la mayor promesa del béisbol universitario japonés, un ingenuo bateador llamado Gorô Kurita que ostenta el récord de puntuación de la historia de las liguillas universitarias. Detrás de este objetivo se hallan los más experimentados cazatalentos de los mejores equipos profesionales japoneses. Por consiguiente se entablará una miserable y pérfida lucha de intereses entre los diferentes equipos. Una batalla en la que se pondrá en juego la dignidad, la decencia y la lealtad tanto de un Kishimoto que empleará los más vomitivos medios de persuasión para captar a Kurita, centrándose para ello en sobornar al entrenador y mentor del jugador —un borracho llamado Ippei que sufre una extraña dolencia crónica en el abdomen que parece poner en peligro su propia existencia que abandonó a su mujer para iniciar una relación con la hermana de la novia de su pupilo—, como de toda la galería de personajes que brotará a lo largo de la espléndida trama que engalana la cinta.
Así, Kishimoto se ganará la confianza tanto de Ippei como de la novia de Kurita, una muchacha bondadosa y compasiva que ve con malos ojos las artes de rapiña que han brotado en torno a su pareja, y que tratará de convencer al bateador para que abandone su intención de fichar por un equipo de la liga profesional para continuar estudiando y cultivándose en la exenta de malicia contienda estudiantil. De este modo Kishimoto sorteará las infectas estratagemas de sus compañeros de profesión que igualmente pujarán por Kurita empleando las más sucias armas, así como las para nada honestas intenciones de la familia de Kurita, unos campesinos que verán contaminada su alma por la ambición que el dinero instaura en todo aquel que huele su aroma. Sin embargo, la aparente docilidad del joven jugador de béisbol será un espejismo, puesto que cuando el patrimonio personal está en juego la fidelidad dejará de ser el dogma que vertebra la esencia vital de incluso la persona más dócil que creamos poder encontrar.
Kobayashi no deja títere con cabeza componiendo pues un cuadro dantesco y desmitificador que pone de relieve la ausencia de decoro existente en ese deporte que ha dejado de ser un juego para convertirse en un negocio. Pero la cinta va más allá del simple hecho deportivo, puesto que asimismo el autor de Río negro supo establecer un paralelismo con la turbia sociedad japonesa arrasada por un capitalismo inhumano y asfixiante donde el dinero parece haber sustituido a esos ídolos budistas fruto de adoración por sus antepasados. La película muestra así como el dinero corrompe todo lo que toca. Desde el inicial idealismo de un Kishimoto que mutará de un apasionado ojeador a un maquiavélico corruptor de almas para el que nada debe interponerse en su objetivo. También reflejando la ambición y codicia de ese mentor que tratará de conducir a su pupilo a la decisión que mejor conviene a sus propios intereses pecuniarios. Pero igualmente Kobayashi no dudará en mostrar a una tranquila y humilde familia campesina poseída por el apetito fiduciario, hecho que provocará incluso la lucha a navajazos entre sus miembros. Finalmente retratará a la víctima de todo este proceso —el inocente deportista Kurita carente en principio de vicios y ambiciones— mudado en un verdugo traidor que olvidará los favores de su instructor para abrazar los focos y el poder que otorga la popularidad y el dinero.
Sin duda Te compraré es una fábula demoledora y pesimista filmada con esa mirada tan distante como desgarradora inherente al maestro Kobayashi. Y es que el autor de The Fossil vertió por primera vez en su carrera esa simiente patética y dolorosa con la que ilustró sus mejores obras, dando una lección al examinar de forma portentosa la carestía de humanismo presente en un ser humano dominado por esos vicios y miserias que nos definen. A pesar de poder ser tachada de mostrar cierto sensacionalismo así como de ostentar un ritmo típicamente occidental —cierto es que Te compraré es para un servidor una de las películas menos japonesas de la historia del cine japonés— no me cabe duda que esta es una de esas obras impactantes que marcaron un antes y un después en el deambular de uno de los más grandes autores del séptimo arte, donde se siente esa desesperanza social que con melancólico pincel fue tan elegantemente retratada en las obras mayores de un cineasta al que no le conozco ninguna cinta mediocre.
Todo modo de amor al cine.