Oda a mi padre es la sexta película del director Youn Jk y por ahora su mayor éxito. Con más de 14 millones de espectadores en los cines coreanos, su viaje a través de la historia reciente del país, sus conflictos y tragedias, parece haber hecho mella en un público muy amplio, presentando una realidad con la que muchos se sienten identificados. Considerada por algunos como la Forrest Gump coreana, su argumento sigue la vida de un hombre llamado Duk-soo durante 64 años, desde su infancia hasta la época actual, a modo de biografía ficticia a través de la cual se retrata toda una sucesión de acontecimientos históricos memorables, al tiempo que se mantiene un nexo común en todos ellos a través de una tienda que el protagonista quiere conservar a toda costa.
El enfoque de Youn en esta cinta no deja lugar a dudas. Su propósito es contar una historia de carácter universal, en la que los espectadores, sean quienes sean, se vean capaces de identificarse con lo que se narra. Prescinde en su mayor parte de debates y lecturas políticas y se limita a contar, con gran énfasis, el melodrama de la vida de Duk-soo. De hecho, su tono en muchas ocasiones peca de una ingenuidad que según la escena podría ser considerada ofensiva o peligrosa, sin ir más lejos en los arrebatos patrióticos y chovinistas de muchos personajes a lo largo de la narración, que llegan a resultar molestos. Pero todo esto queda justificado en el momento en que su director manifiesta la intención de darle un carácter de universalidad a la película y de convertirla por tanto en algo que llegue a las masas, a través de sus vivencias y recuerdos y de aquello con lo que todo el país, sin distinción, puede identificarse.
La cuestión sobre si Oda a mi padre es una buena película no es nada fácil de abordar. Su gran éxito comercial parece estar ligado a un carácter profundamente endogámico, al construir una base emocional que está presente sobre todo en la mentalidad colectiva coreana. Y no hay duda de que ha logrado dar con la tecla y mantenerse fiel a sus intenciones, a juzgar por los resultados de la estrategia. Pero en su estructura y técnica resulta un filme de una convencionalidad casi obsesiva, carente por completo de cualquier atisbo de creatividad o audacia narrativa, y eso termina siendo especialmente difícil de tragar si lo que cuenta no logra apelar a las emociones que busca.
Como melodrama, de hecho, me parece en gran parte fallido. Personalmente, no veo la narración fragmentada de episodios tristes o significativos, típica de muchos biopics y también utilizada aquí, como la mejor opción a la hora de resaltar las emociones, ya que el riesgo de que el espectador se identifique con situaciones concretas en vez de con personajes es elevado, y así ocurre en esta película en la que la visión global se ve comprometida en favor del énfasis en cada fase de la historia. Un énfasis que, desgraciadamente, no siempre funciona. Ahí queda por ejemplo la infumable secuencia de la huida del ejército chino, que entre los diálogos rimbombantes y los gritos desmesurados logra que una tragedia que a la larga definirá la vida y motivaciones de su protagonista parezca un mal chiste.
Además, en cierto modo la intención clara y manifiesta de representar en su protagonista los sentimientos de un colectivo daña a la individualidad del mismo. De hecho, Duk-soo como personaje parece un compendio de atributos idealizados diseñado para aumentar su universalidad. Es la viva imagen de la bondad, del sentido de la justicia, del esfuerzo y de la generosidad. Algo así como un muestrario de valores morales andante, un personaje que parece ir perdiendo matices a medida que crece. Y en todo momento da la sensación de que nos identificamos no con Duk-soo, sino con lo que él representa. En general, encuentro más interés a personajes como la madre o Youngja, en los escasos momentos en los que se les da énfasis y diálogos relevantes, que al propio protagonista.
En cualquier caso, sus carencias no son obstáculo para que la cinta logre despegar en un buen número de ocasiones, aunque no de forma continua. La irregularidad se convierte en la principal cualidad de una narración capaz de transportar hacia una emoción intensa en una escena, utilizando con pericia los recursos cinematográficos y narrando con eficacia y concisión, y de perderte por completo en el camino en otra, al cargar las tintas sin preocuparse siquiera en ocasiones de mantener algo de coherencia. Aún así, con todos sus fallos, la película consigue de alguna manera hacer converger todo lo narrado hasta el momento en unos veinte minutos finales excepcionales, culminando con un final digno y memorable una historia que hasta ese mismo momento había echado de menos una visión global que valiese la pena.