Con mayor o menor atino, uno se acerca a la sección de Nuevos Directores en San Sebastián esperando encontrar señas de identidad estimulantes o las ganas de explorar conceptos que tantas veces se echan en falta entre los títulos de una Sección Oficial que tiende a acoger lo más mustio y anodino del festival. Aunque sin ofrecer un resultado notable, la segunda película del cineasta de origen esloveno Olmo Omerzu —tras Prílis mladá noc, presentada en Berlín en 2012— demuestra tener una idea propia y cierta voluntad de estilo, lo que se agradece especialmente cuando se han sucedido tantos visionados en tan pocos días.
Las primeras secuencias de Rodinny Film muestran el día a día de una rutina familiar cualquiera, convertida en carente de significado tras el momento en que los padres, una pareja de clase media, deciden partir en un largo viaje y dejar a sus hijos adolescentes solos en casa. Desde el minuto uno, con los fragmentos del documental que ven en el coche, el drama parece fiarse a ciertas dosis de un extrañísimo humor negro que ayuda a reflexionar sobre la incomunicación de sus personajes. Aunque no todas las decisiones de inicio son acertadas, y en el camino se topan reiteraciones que impiden discernir de qué lado se pretende inclinar la balanza, su desarrollo posterior descubre que el desconcierto no está sólo presente en el fondo sino también en su forma e intención.
Cuando los hijos quedan aislados en su impoluta casa de Praga, la comunicación vía Skype se convierte en recurso habitual para ocultar una realidad de desmanes e irresponsabilidades mutuas. La dejadez torna en tragedia cuando la señal se pierde y, dando por sentada la desaparición de los progenitores en su lejano destino, el guión se convierte en una concatenación de giros al servicio de la descomposición de la familia, alguno de ellos muy discutible sobre la marcha. Pero Omerzu va cambiando poco a poco el punto de vista y obra así el milagro de transformar nuestra propia mirada sobre la película, nada inocente en su milimétrica concepción del drama e incluso cruel a la hora de tratar lo consabido.
Mientras la angustia se va apoderando poco a poco de un espectador al que la dosificación de la información impide conocer el destino de los personajes, enriquecidos por el contraste entre la gélida ciudad y el exótico paraje vacacional, la silenciosa historia de supervivencia contra los elementos del perro Otto en la playa se apodera de la pantalla. Subtrama llamada a crear adhesiones y críticas radicales, Omerzu demuestra con el progresivo peso que le concede esa valentía que quizá le falte a un primer tramo demasiado anquilosado en su planteamiento. Convierte así su lectura sobre la distancia en las relaciones familiares en una plena de ironía, al ir ligada en su desarrollo la reconstrucción del núcleo y su propia destrucción interna, servida en un clímax casi minimalista tras el que ya nada será lo mismo. Pese a sus desiguales resultados, la valentía y ciertos hallazgos de Rodinny Film nos llevan a pensar que estamos ante una voz con una propuesta palpable y nada desdeñable en estos días.