Si hay una palabra que define al cine de Ulrich Seidl (Viena, 1952) es, sin ninguna duda, sordidez. Desde su primer largometraje se ha caracterizado por mostrar la decadencia del ser humano moderno europeo sin tapujos, independientemente de la clase social a la que pertenezca. Con un estilo cercano al documental, sin banda sonora y con largos planos secuencia, el director austriaco no suele evitar enseñar ningún momento embarazoso a la audiencia, de ahí que suela tener un enorme grupo de detractores que solo ven en él a un provocador de masas, y en las proyecciones de sus películas se suela producir un abandono masivo por parte de los espectadores. Debido a su nacionalidad, a la crudeza de sus contenidos, y a la austeridad formal, se le suele comparar con su compatriota Michael Haneke, pero la relación no va mucho más allá de esos aspectos; lo que más distancia a los dos directores austriacos es el uso del humor retorcido de Seidl, factor que no destaca en absoluto en el ideario del autor de Funny Games salvo en un par de momentos puntuales a lo largo de su extensa trayectoria.
Seidl lleva una larga carrera como director de documentales con un alto componente de ficción. En 1996 realizó Animal Love, su incursión más mundana y estrafalaria junto a esta cinta, en la que unos personajes marginales mostraban sin tapujos su adoración incondicional hacia sus mascotas. En Models, su primera incursión en el cine de ficción (aunque en muchos sitios aparece inexplicablemente como documental), nos mostraba la vida cotidiana de tres modelos bastante estúpidas, con sus banales aspiraciones y despojándolas de todo el glamour que suele acompañar a esa mediática profesión. En su tercer film (el segundo es el que hoy nos ocupa) Import/Export, se centra en la inmigración, y es su película con más contenido social, aunque para ello huya de la denuncia a la que estamos acostumbrados es este tipo de argumentos, y se recree, con sus excesos tan característicos, en las situaciones más bizarras y en las extremas condiciones en las que viven los protagonistas.
Días perros (Hundstage, 2001) hace referencia a la denominación que tiene en Austria la época más cálida del año. Se nos presentan, a modo de historias cruzadas totalmente alejadas de los referentes en este tipo de cine —Vidas cruzadas (Short cuts) y Magnolia—, seis relatos de personajes con la unión común de la desesperanza, la incomunicación y la soledad, en el transcurso de dos calurosos días en una zona residencial de Viena (todos ellos con un desequilibrio muy evidente y con situaciones que van desde el tedio más absoluto a otras que rozan el absurdo). Tenemos a una pareja de canis discotequeros que no paran de discutir durante todo el metraje. Una autoestopista no muy lúcida (mi personaje favorito de largo) que no para de atosigar a sus “víctimas”, haciéndoles preguntas absurdas sobre rankings (dignos del peor test de revista cutre), incordiando con cuestiones sobre la edad, estado físico y actividad sexual de los conductores, y registrando el bolso de éstos. Un personaje con una verborrea desbocada que le lleva a no callar ni un momento. Un matrimonio divorciado (con niño fallecido en el pasado) que vive bajo el mismo techo. Seremos testigos de las visitas de las aventuras sexuales pertinentes de la mujer y el ex-marido paseándose sin inmutarse, siempre acompañado de su inseparable pelota de tenis. Un técnico en alarmas que también se encarga de la seguridad de los vehículos del vecindario. Una profesora con inquietudes masoquistas que se disputan entre dos descerebrados con una gran afición al alcohol. Y, para acabar, un viejo viudo que le pide cierto favor, en forma de ‹striptease›, a la señora de la limpieza, también anciana.
Una de las principales señas de identidad del director es el feísmo con el que impregna todas y cada una de sus obras, que provoca una sensación similar a la que se produciría si nos estuviésemos enfrentando a instantáneas de Diane Arbus en movimiento. Esa fealdad tiene especial tratamiento en el apartado sexual. Hay una escena al principio, en una especie de orgía, que bien pudiera pertenecer al género pornográfico; terreno al que suele acudir esporádicamente en su filmografía, pero siempre desde una visión provocadora, oscura e inquietante. Seidl se siente muy a gusto mostrando el sexo explícito, y muy especialmente los desnudos de anciano y la grasa de los obesos; principal motivo por el cual su cine suele ser rechazado por la mayoría. En Días Perros es donde más se recrea en estos aspectos, pero lo hace dotándolo de un irreverente sentido del humor incendiario que quizá no todo el mundo aprecie. Las situaciones que acontecen están colocadas de un modo fragmentario, saltándose los preceptos de la narrativa convencional. Unas circunstancias que no pretenden aleccionar ni dar discurso alguno, limitándose a mostrarlo a modo de ‹voyeur›, desde una fría distancia, pero con una visión muy pesimista de la vida. No hay ninguna acción que desprenda el menor atisbo de esperanza, propiciando una violencia en sus imágenes que no es siempre física, pero que consigue perturbar en todo momento por su descorazonadora visión de la sociedad actual. Desde luego, no es la película ideal para levantar el ánimo de alguien alicaído, ya que se trata de su incursión más radical hasta la fecha, aunque en Import/Export da la impresión de que ha encontrado un pequeño remanso de optimismo que habrá que comprobar si tiene continuidad en sus próximos proyectos.
En el plano formal llama la atención la luminosidad exagerada de las imágenes, que provoca una sensación extraña en el espectador. Su hiperrealismo está aderezado de una estilización estética que atenúa ligeramente la sordidez y resalta por un magnífico tratamiento de los espacios en sus tomas largas y estáticas mediante hipnóticos encuadres. Unas imágenes que no tienen acompañamiento musical si no está siendo escuchado por sus personajes en la radio o en una discoteca. Las interpretaciones, siendo bastante amateurs (casi al modo “bressoniano”), están a la altura y ayudan a generar esa sensación de hiperrealismo. Destaca la primera colaboración de Seidl con la gran Maria Hofstatter en el rol de la autoestopista. Un personaje capaz de generar vergüenza ajena, odio y ternura al mismo tiempo.
Es evidente que el director austriaco tiene un talento especial para provocar la incomodidad extrema, haciendo invisible la presencia de la cámara (uno de los aspectos más difíciles de llevar a cabo en una filmación). Se le podría pedir un poco de mesura en la iconografía que tanto desagrada a sus detractores, pero posiblemente su lenguaje dejaría de tener ese sello tan personal que lo caracteriza. Vientos decadentes para la Europa de comienzos del siglo XXI de la mano uno de los directores más peculiares del viejo continente que no traiciona nunca su descorazonadora forma de ver el mundo.
Buena reseña. Sólo una cosa: «Hundstage» designa al fenómeno climático de la canícula. Eso de «días perros» es una tontería como si tradujésemos, por poner un ejemplo del inglés, que lo conocemos algo mejor, «firefighter» como «luchador de fuego» en vez de «bombero».
Ridículo, verdad? Pues esto es lo mismo. Recuerden: Hundstage significa canícula.
https://de.m.wikipedia.org/wiki/Hundstage#/languages