El sistema escolar siempre ha favorecido lo que hoy conocemos como acoso escolar, o bullying en su vocablo inglés. Se suele achacar tal cuestión a que la mayoría de los profesores prefieran no meterse en medio de los problemas que atañen a los estudiantes; bastante tenemos, dirán, con el lío que nos crean ellos a nosotros. Pero esto va mucho más allá, es ley de vida: o revientas al débil, o te revientan por ser débil. Es algo casi inherente al comportamiento humano, de naturaleza más violenta en su estado salvaje, de ahí que la etapa rebelde adolescente sea el momento más propicio para desencadenar semejante actitud. Las aulas son un entrenamiento más para la guerra que para la paz, algo que se ha visto favorecido estos últimos años cuando, gracias sobre todo al acceso universal a Internet, los adolescentes comprenden y asimilan mucho antes temas destinados a los más adultos como el sexo o la propia violencia.
Esto queda bien reflejado en los primeros minutos de Los héroes del mal, película dirigida y escrita por el actor Zoe Berriatúa, cuyo precedente como director hasta el momento sólo podíamos encontrarlo en varios cortometrajes. La cinta arranca con la vuelta a clase de los estudiantes. Vemos rápidamente la variedad de perfiles de cada uno: el tipo duro, el guasón, la empollona, la rebelde… Hasta que localizamos al que tiene todas las papeletas para ser el marginado: Aritz, un chaval de mirada tímida que sin embargo no se corta a la hora de entablar conversación con su atractiva compañera de delante. Esto constituirá el primer paso erróneo de Aritz para evitar ser catalogado como marginado en el “reparto de cargos”, frase a la que el protagonista se referirá más tarde para designar la clásica ley no escrita que hace que la primera impresión sobre una persona tenga un peso absolutamente decisivo a la hora de catalogarla. Por fortuna, la situación mejorará cuando Aritz entabla amistad primero con Esteban, un chico igual de solitario pero con bastante más arrojo, y con Sara, ésta catalogada por sus compañeros como “marimacho”. El problema de esta amistad es que las ansias de venganza están muy presentes en todos ellos y de esto nos hablará Berriatúa en su ópera prima.
El grato comienzo de Los héroes del mal es lo que permitirá que la película no se hunda a lo largo de sus 98 minutos de metraje. La presentación de los tres personajes es tan impersonal como efectiva, en tanto que resulta tan magníficamente sencillo empatizar con ellos como adivinar que algo no anda bien en ninguno, sobre todo en Aritz. El reflejo de la vida en el aula queda bien plasmado en esa profesora preocupada únicamente por impregnar el temario a sus estudiantes como la lluvia cae sobre el suelo, es decir, sin preocuparse en absoluto porque sus alumnos hayan comprendido la lección y procurando no inmiscuirse en aquello que afecta únicamente a la relación entre estudiantes, una pasividad que provoca que sea gratuito para un alumno llamar “carabollo” a una compañera. También Berriatúa acierta a describir la anárquica vida de los estudiantes en el recreo, donde el acosado queda más que nunca a merced de su acosador.
Hechas las presentaciones de los protagonistas y solucionado el inicio de la relación entre ellos, llega el momento de hacer despegar el argumento de la película. Aquí, el director abandona esa senda de descripción de la pura realidad para entrar en un terreno bastante menos convencional. Con el paso de los minutos, la película cae en una espiral de sexo y violencia que no sería descabellado calificar como gratuita. Aritz ofrece su corazón a sus dos compañeros de viaje y también al espectador, abre la puerta a una vida diferente en la que ellos son los reyes, son Los héroes del mal. Pero resulta difícil creer todo lo que se ve en pantalla, ya que su personaje está demasiado pasado de rosca, tanto por el propio papel como por la interpretación de Jorge Clemente. Berriatúa relata con pulso escenas a priori difíciles como la alucinación de Sara o ese careo de Aritz y Esteban con un viaje como meta, además de introducir entre medias un gracioso cameo con el personaje de la prostituta, pero son sólo dos buenos chispazos en medio de otros menos inspirados como el del guardia de seguridad o lo relacionado con los hurtos, que de tan exagerados dejan una cierta sensación de desapego con la obra.
Al final la situación vuelve a mejorar, hasta el punto de que el fundido a negro parece llegar demasiado pronto tras unos vibrantes minutos donde la obra pasa su examen final. Examen que al final logra un aprobado por lo bien recreado de su atmósfera y lo atractivo de varias de sus escenas que hacen mantener la fe en este cineasta, pese al desatino con el que evoluciona todo lo referente a Aritz y, por consiguiente la relación entre los tres adolescentes, que actúan con demasiada espectacularidad como para resultar creíbles. En cualquier caso, nunca está de más el tratar de analizar desde la perspectiva cinematográfica un problema tan arraigado en la sociedad que, al menos en opinión un servidor, no parece tener solución.