Lo siento chicos, pero aún no hemos terminado de repasar algunas de las películas vistas en el Festival de Cine de Sarajevo de este año. Así que al lío, que todavía queda mucho cine que comentar.
Ya avisé que al festival iba con la intención de buscar pequeñas joyitas que tuvieran difícil su distribución por nuestro querido país más que en las propuestas que tenían asegurado su llegada a España. Y Soul Train es una de ellas.
Me gusta Soul Train. Su propuesta y su formato no pueden ser más sencillos y sin embargo me ha dejado con mejor sabor de boca que otros documentales que apuntaban alto y con ideas de cierto nivel que han terminado por venirse abajo en su remate final. Por contra, la cinta del cineasta Nermin Hamzagic mantiene el vuelo todo el tiempo y de su sencillez saca petróleo.
La idea de recorrer las ciudades más importante de Bosnia en un tren con el hip-hop como bandera no parece invitar a nada que no se agote en los primeros minutos. Tampoco es nada nuevo, sólo hace recordar documentales como Festival Express (Bob Smeaton, 2003) o cualquiera de las muchas y en general mediocres cintas sobre la gira de un grupo de música. Pero Soul Train sale airoso, entre otras cosas por la cierta cándida ingenuidad de sus responsables y las ideas muy claras. Y sobre todo, porque sirve tanto para destruir barreras como para contextualizar al país balcánico en la actualidad de manera más que acertada.
Unos amigos, cada uno de un lugar diferente de un país aún dividido étnicamente de manera irresoluble (recordemos, 184 ministerios en un complejo y absurdo laberinto administrativo donde el país gasta el 70% de su economía), deciden juntarse para conocerse con el hip-hop como motor, como unidad entre hermanos. Así que después de los graffitis de turno y de preparar al tren como lugar de trabajo donde ir grabando, se disponen a recorrer el país; Tuzla, Banjo Luka, Sarajevo, Zenica y Mostar. Cada ciudad con su historia y su tradición. Y ellos dispuestos a fusionarlo con las rabiosas y combativas letras que desprenden sus canciones.
Tras una breve explicación de quienes son y de donde vienen, llega la primera parada: Tuzla. La ciudad industrial por excelencia de Bosnia. La única ciudad que en las primeras elecciones libres poco antes de la guerra no se contagió del fervor nacionalista. Y ahora sobrevive entre despiadadas privatizaciones y el creciente paro. Y el lugar donde hace dos años nació la breve primavera bosnia, con quema de parlamento incluida. Allí, Frankie, Kontra, DJ Soul y el productor musical Billain, nuestros protagonistas, contactan con los amantes del hip hop local y se ponen manos a la obra para capturar todas las músicas del país y fusionarlo con su rap. La banda sindical de los trabajadores, orgullosos porque nunca han dejado de tocar, ni en los peores momentos de la guerra, serán los primeros en probar suerte con esta improbable mezcla.
Luego tocará Banjo Luka, capital de facto de la República de Srpska, donde unos benditos colgados recitan «Slam Poetry» en alemán. Más adelante Sarajevo, donde serán capaces de unir el rap con música clásica nada más y nada menos que en el Teatro Nacional (¡donde se veían las películas de la programación oficial del festival!) ante un público abarrotado. Incluso llegaran a Mostar para capturar la música tradicional hercegovina, el sevdah, a manos de un peculiar personaje.
Su mayor acierto es la idea que desprenden de buscar desde Bosnia una música, una tradición propia para fusionarla con el rap. No buscan fuera, intentan encontrar una raíz a la que agarrarse: quieren crear algo con identidad. No es que desprecien lo de fuera, ni mucho menos, es que consideran que tienen el suficiente potencial para unir causas a priori marcadas por su localismo.
El movimiento del hip hop en Bosnia es descrito como unos pocos colgados que viven en islas, sólo conectados poco a poco por la red, que les abre los ojos; hay más como ellos, cada uno en su propia isla, deseando un contacto que casi parece que es descrito como el primer encuentro de vida extraterrestre. Por ello, Soul Train sirve tanto como reflejo y búsqueda de una identidad (nacional, musical, local, personal, etc) como el viaje de la gente de esas islas dispuestos a conocerse y disfrutar de la música en cualquier vertiente.
Es una cinta fresca, amena y muy sencilla. En youtube hay casi tantos documentales sobre el hip hop como vídeos de gatitos, la mayoría siguen el mismo patrón sin desviarse ni un milímetro; entrevistas e imágenes de archivo. Sota, caballo y Rey. Soul Train consigue huir de todo ello. Es un documental que también se aleja de algunos tics nerviosos que muchas veces acompañan a este estilo de documentales. Unos tics que rara vez tiene su razón de ser.
Nermin Hamzagic, cortometrajista y que ya había particiado como asistente de dirección de la estupenda Djeca (Children of Sarajevo, Aida Begic, 2013) construye un muy interesante documental. Tan sencillo como eficaz, cargado de buenas vibraciones y cuyos integrantes son fáciles de dejarse querer. No hay más. Ni menos, claro.