En una de las secuencias de Lilting, Kai y Jung conversan en una pequeña habitación. Recogidos en un mismo plano, cruzan miradas fugaces, interactúan sin llegar a tocarse. Puede palparse en el aire cierto distanciamiento. También cierta proximidad. Una especie de afecto plagado de contradicciones; acaso propias de las relaciones entre madre e hijo. Su conversación es banal pero sentida, ligera a la vez que profunda. También hay espacio para las recriminaciones y algunas confidencias. Se trata de una pequeña secuencia que plasma diversas facetas del acto de sinceramiento que una madre tiene con su hijo, ya adulto. Pocas veces una escena tan sencilla ha proyectado tanta intimidad. Pocas veces una secuencia tan corta nos ha situado tan cerca de dos personajes. Y sobretodo, pocas veces la conclusión de una secuencia (que con permiso de los lectores me guardo de desvelar) tiene lugar de forma tan sutil y estremecedora.
Lilting es, entre muchas otras cosas, un elogio a la intimidad, a los pequeños momentos de proximidad entre seres queridos. Un elogio, no obstante, que no se conforma con sencillamente presentar esta complicidad entre madre e hijo. La intimidad se encuentra en todas partes. Está en la relación que Jung mantiene con su compañero de residencia, un anciano británico a quien abraza sin apenas conocer y escucha sin comprender. Está en la relación sentimental que Kai mantiene con Richard, a escondidas de su madre por miedo a que esta no apruebe su inclinación sexual. Y está también en la relación entre Richard y Jung, surgida casi por obligación cuando Kai muere prematuramente. Desde este momento, son dos personas unidas por el luto y separadas por convicciones culturales; hecho acertadamente simbolizado mediante su incapacidad de entenderse en un mismo idioma. Será el añoro hacia una misma persona lo que les unirá en este duro proceso de superación. Pero la de Richard y Jung es una intimidad muy distinta.
En primer lugar porque todas sus conversaciones se dan gracias a la intervención de una intérprete. En segundo, porque Richard no deja de ser el causante del distanciamiento entre Jung y Kai: primero se instaló en su apartamento (mandándola a ella de rebote a una residencia) y más tarde insistió en quedarse con las cenizas de su difunto hijo. A ojos de Jung, Richard no es más que el arrebatador del único ser querido que le quedaba; el ladrón de su intimidad. De ahí que la complicidad que nace entre dichos personajes resulte tan sugerente: ambos se encuentran en la misma situación, solo que para Jung, Richard no hace más que adentrarse en el terreno al que ella fue desterrada tiempo atrás… por el mismo Richard. Es decir, no contento con interponerse en la relación entre ella y Kai, ahora se propone romper la privacidad de su luto. Por eso es conmovedor descubrir cómo ambos personajes van forjando entre ellos una nueva intimidad. Algo que se da gracias al hecho de encontrar, a través de sus conversaciones, una pequeña prolongación de dos relaciones: la que cada uno tuvo con Kai. Dos relaciones distintas, pero con rasgos comunes: ambas fueron con la misma persona, estuvieron plagadas de intimidad y acabaron prematuramente.