Tras haberse cumplido más de un año desde su muerte, este fin de semana aterriza en España la película póstuma de uno de los directores que revolucionaron la forma de hacer cine en los años sesenta: Alain Resnais. El autor francés fue un adelantado a su tiempo. Con un talento descomunal y una concepción de la imagen que nunca antes se había contemplado en pantalla, Resnais insertó las gotas necesarias de innovación y riesgo para poner patas arriba las técnicas de montaje aceptadas hasta su irrupción en el mundillo cinematográfico. Ya en sus primeros cortometrajes se intuía la presencia de un poeta de la imagen. Así, el empleo de la voz en off (recurso que explotó sin miedo a sus críticos) y de esa filosofía esteta que utilizaba la cámara como una especie de lienzo donde las impresiones fluctuaban con un sentido tan trascendental como metafórico demostraban que detrás de la cámara se encontraba un cineasta diferente que iba a romper los esquemas establecidos.
Obsesionado con los misterios que rodeaban los conceptos del amor y la memoria, su primera película versaba precisamente sobre la poética de la derrota del amor pretérito. Se trataba como todos sabréis de Hiroshima, mi amor. Quizás una de las mejores óperas primas en el largometraje de la historia del cine. No obstante, como todos los genios, esa obra novel aún mantiene sus detractores. ¿El motivo? Ese estilo excesivamente lírico y heterodoxo que optaba por una inspiración muy personal rechazando pues cualquier conato de clasicismo, quebrando por tanto el hilo cronológico normal de la epopeya para tejer la historia a través del fragmentado recurso de la memoria. Pero no cabe duda que el cine debe a Hiroshima, mi amor la aparición de ese montaje seco, cortante, hipnótico y en aquellos tiempos novedoso que se pondría de moda mucho tiempo después. Un montaje que permitía convertir al cine en lanzadera de sentimientos de soledad, pasión y fracaso vital.
Siguiendo con esa estética abrupta y subversiva, Resnais erigió en su siguiente proyecto otra de las obras imperecederas del cine: El año pasado en Marienbad. Quizás la obra más influyente de la historia del cine. Y es que la erótica de la narración a través de bosquejos inconexos ejerció una magnética proyección en esa generación de directores que tomaron las bases de la Nouvelle Vague como dogmas de dominio. Así, la inspiración de El año pasado en Marienbad se siente en el arte de autores como Yoshishige Yoshida, David Lynch o Wong Kar-wai por poner tres ejemplos ilustres. Tras esta obra mayor, Resnais chocó con el fracaso de crítica y público con Muriel, sin duda una de sus obras malditas e incomprendidas que hemos elegido para homenajear al maestro en esta reseña.
Pero antes de entrar en materia concreta, vamos a finalizar este somero repaso a la figura del maestro. La frustración derivada del hecho de las críticas vertidas sobre Muriel, hizo que Resnais reculara un tanto de sus paradigmas para filmar una de sus obras más convencionales y exitosas: La guerra ha terminado. Cinta que para el que escribe emerge como uno de los poemas más demoledores filmados en el contorno de la Guerra Civil española, si bien es cierto que con una clara ausencia de esas técnicas de narración que habían señalado al galo como un innovador del séptimo arte. La cinta tuvo su importancia en la carrera del autor de Noche y niebla, pues supuso su encuentro con Jorge Semprún.
Con este éxito en el bolsillo, Resnais colaboraría en el documental sobre la Guerra de Vietnam Loin du Vietnam junto a buena parte de las luminarias de la Nouvelle Vague. Sin embargo, su siguiente proyecto en solitario volvería a encontrarse con las mieles del descontento. De este modo, Te amo, te amo topó con el ambiente crítico para alzarse como el mayor fracaso de crítica y público de Resnais. Sin embargo, con el paso de los años, ésta se convirtió en una de las películas más adoradas por los fans de Resnais. No me extraña. Porque Te amo, te amo podría calificarse como un compendio de las obsesiones y paradigmas que persiguieron a Resnais a lo largo de su carrera. Partiendo de una historia sci-fi (punto adoptado por otros autores contemporáneos deudores de Resnais como Truffaut, Godard o Malle), el autor de Las malas hierbas cocinó toda una oda a la memoria, las oportunidades perdidas, las miserias que rodean al amor y el vacío existencial presente en el ser humano de un modo tan extraño como atractivo.
Sin embargo, la cinta ejerció una especie de maldición con Resnais. Puesto que tuvieron que pasar seis años para que el maestro volviese a dirigir en solitario un largometraje. Se trataba de Stavisky, una obra que contaba de nuevo con Jorge Semprún como guionista al igual que una estrella ilustre como protagonista: Jean Paul Belmondo. Pero ni siquiera esta seductora propuesta logró que la cinta tuviese el reconocimiento que a priori iba a albergar. El ostracismo al que parecía estar condenado Resnais fue derrotado gracias a Providence, película que sirvió al autor de Hiroshima, mi amor para regresar a sus dogmas primarios en el sentido de plasmar mediante una narración rupturista y torcida todo un manifiesto respecto a los efectos que los recuerdos y el olvido infringen a sus personajes. Resnais jugó su última carta en favor de su ideología a pesar de los malos augurios pasados, pero el envite le salió bien. La cinta fue aclamada por la crítica internacional, devolviendo a Resnais al primer plano del cine de autor.
Los años ochenta fueron bastante fructíferos para el francés. Así, con Mi tío de América Resnais logró la que en la actualidad es su obra más aclamada por el público. Una obra que si bien no renunciaba a ciertas gotas de cine de arte y ensayo, estaba narrada con un cierto aroma a cine clásico que sin duda atrajo no solo a los seguidores de Resnais, sino que amplió el espectro hacia ese público que no casaba con las propuestas más radicales del genio. De las películas dirigidas en este decenio, quizás la más relevante sea Mélo, una especie de vodevil melodramático de estilo muy teatral que irradiaba igualmente esa esencia existencial versada en el desamor, el engaño y la traición.
Los años noventa supusieron un cierto parón en la carrera de Resnais. El maestro se encontraba cansado y espació bastante sus proyectos. Sin embargo, en la misma se hallan quizás las dos últimas obras mayores de Resnais: Smoking/No Smoking y On connait la chanson. Entrado ya el siglo XXI, Resnais tuvo un inesperado florecimiento. Y es que lejos de acomodarse, el autor de Quiero ir a casa continuó experimentando con la narrativa clásica, logrando de este modo un renacimiento de rebeldía inaudita para un ya casi octogenario. En este sentido, cintas como Asuntos privados en lugares públicos o Las malas hierbas no solo demuestran que los viejos rockeros nunca mueren, sino que la fidelidad a unas ideas es el único medio de seguir vivo en un hábitat tan desalmado como rutinario como es el universo cinematográfico contemporáneo. Celebremos pues el aterrizaje de esta última obra que del maestro como culto a un autor siempre diferente.
Y llegados a este punto, toca hablar de la película elegida para rendir una sentida ofrenda a Resnais. La elegida por mi parte ha sido Muriel. Ya comenté en el arranque de la reseña que esta cinta fue el primer fracaso de crítica y público del maestro, hecho que podría hacer pensar al lector que me he tomado cierta licencia en la elección. Nada más lejos de la realidad. Puesto que para un servidor, Muriel se destapa como esa obra primeriza que contiene todos los factores esenciales que retratan a un autor comprometido con su causa. Cierto es que la cinta arranca como una especie de melodrama muy convencional que gira alrededor del reencuentro de una viuda llamada Helene (Delphine Seyrig) con un viejo amor de juventud llamado Alphonse. Helene regenta junto al hijo de su marido una vetusta tienda de antigüedades en una ciudad de provincias. En estos primeros compases observaremos a una mujer expectante ante la oportunidad de revivir su pasado, ultimando los preparativos de la reunión ante los ojos vacíos y tristes de su joven hijastro Bernard, un antiguo soldado francés destinado en Argelia que ha retornado a su país de origen con cierto tormento interior en virtud de los acontecimientos padecidos en la ex-colonia.
Resnais ofrecerá pocos datos más acerca del contexto que rodea a sus personajes. Contemplaremos a Helene acudir nerviosa a la estación para recibir a su antiguo amante. Igualmente seremos testigos de su primera desilusión al descubrir que Alphonse se hace acompañar por una supuesta sobrina llamada Françoise que está dando sus primeros pasos en el noble oficio de actriz. Observaremos al cuarteto protagonista disfrutar de una tirante cena en casa de Helene donde saldrán a la luz pequeños destellos del pasado y del presente de los personajes, pero sin incidir en demasía en los mismos. Y así, los jóvenes Bernard y Françoise huirán de la casa para pasear de noche su atormentada soledad, permitiendo de este modo celebrar una acalorada tertulia a los viejos enamorados en la que se manifestará que tanto Adolphe como Helene ya no son esos timoratos jóvenes que soñaban con el amor, la felicidad y el futuro en común. Todo ha cambiado. Helene insultará a Adolphe acudiendo a una cita con un empresario de la construcción que pretende acabar con la solitaria vida de la viuda. Françoise revelará a Bernard que en verdad no es la sobrina del ex novio de su madrastra, sino que en realidad es su amante. Y en este mundo de apariencias y falsedad, asaltará el ambiente lo único verídico. Los efectos nocivos del paso del tiempo en el ser humano. Un paso del tiempo repleto de secretos ocultos a las miradas del prójimo que nos convierte en auténticos desconocidos para nuestros familiares y amigos. Un paso del tiempo que devora sueños e ilusiones en el que no existen segundas oportunidades. Un paso del tiempo que desgarra la aquiescencia de hombres y mujeres limitando pues la existencia a un estado catatónico donde las rutinas triunfan sobre las novedades y esperanzas. Y el ejercicio de la evocación y la memoria no traerán más que desgracias y pesar en el triste discurrir de nuestros automatismos.
Este es para mí el sentido de una cinta que se divide en dos partes claramente diferenciadas. Una primera de tono más clásico y melodramático en la que por consiguiente Resnais opta por narrar los acontecimientos de modo lineal, sin imponer ningún tipo de mecanismo de ruptura. Únicamente percibiremos el estilo del francés en unos primeros compases donde un cortante montaje de imágenes sincopadas hace sentir lo efímero de la existencia. Sin embargo, algo sucede hacia la mitad de la narración. Una vez descubierta la naturaleza de los personajes, Resnais apostará por escupir esos símbolos de artificio pretencioso que le hicieron grande. La historia se romperá a partir de este momento en pedazos, narrándose mediante cortes infructuosos de montaje. Cortes efímeros, fugaces y sinsentido que mezclan conversaciones mantenidas fuera de campo cruzando las mismas con las imágenes mudas de los personajes antagonistas. Juventud contra vejez. La misma cosa para Resnais.
En este sentido, la cinta perderá todo su sentido clásico mediante la inclusión de toda una galería de instrumentos y técnicas de montaje que lanzarán afiladas metáforas sobre el achacoso presente y futuro que ostenta el ser humano a través del recurso de la memoria y el pasado. La estética del film abraza así la poesía extrema no exenta de ciertos apuntes surrealistas, transformando la narrativa en un ente ciertamente incomprensible. Una narrativa solamente comprensible desde una mente abierta a una infinidad de preguntas sin respuestas. Unas respuestas que serán contestadas desde la insinuación y los sueños.
Porque Muriel es una de esas cintas que hacen lógico lo irracional. Como ya pasaba en El año pasado en Marienbad, Resnais juega con el espectador en una peligrosa apuesta repleta de sombras y con muy pocas luces. Las ciencias ocultas y el simbolismo hacen pues acto de presencia en una obra que por contra goza de una arquitectura precisa y milimétrica. Y es que Resnais, cortará las imágenes como un experto cirujano, construyendo así un edificio asimétrico en el que nada es lo que parece y todo es lo que es. La fotografía escupe así imágenes subliminales que perturban la mente del espectador, tejiendo un poliedro complejo que torna en una figura coherente a medida que el público acepta el reto expuesto por el autor francés.
Veremos a los personajes deambular como almas en pena por las calles y por las habitaciones atrapados en un complejo laberinto sin salida. Esta confusión se logrará a través de un montaje intrépido, diseñado a la medida por Resnais. El espacio y el tiempo de este modo se cruzarán en una amalgama inconexa e impenetrable, quebrando todo síntoma de clasicismo, aturdiendo como una patada criminal la mente del espectador. Los recuerdos se hacen incoherentes. Esa evocación realizada por Bernard a la Muriel que titula la cinta se hace incomprensible. ¿Era una prostituta? ¿Era una víctima del colonialismo francés? ¿La amaba realmente Bernard? ¿Quién la mató? ¿Cómo vivió? Muriel se transforma así en el símbolo que marca el devenir de la narración. Una narración difuminada por la memoria y el olvido. Porque algo se oculta tras la tez de cada uno de los personajes. Sentimos que nos falta algo, que no nos ha sido revelado algún acontecimiento que otorgaría la llave para la resolución del entuerto. Y es que esa Muriel que murió en Argelia está presente en la sustancia de los cuatro protagonistas. Unos protagonistas que a pesar de estar vivos, están realmente muertos. Muertos por haber perdido la oportunidad de compartir sus vidas. Muertos por no demostrar sus verdaderos sentimientos amorosos (¿no se percibe cierta tensión sexual entre Helene y si hijastro Bernard que insinúa cierta relación incestuosa no expresada en su plenitud por Resnais?). Muertos por vivir en un pasado que ya no podrá recuperarse en el futuro. Muertos por vivir de los recuerdos y de esa memoria que condena al fatalismo a aquellos que no son capaces de desprenderse de ella.
Pero, ¿quién sabe lo que quiso decir Resnais? Eso es lo que convierte en una obra maestra de dimensiones descomunales a Muriel. Porque esta es una película que ofrece a Alain Resnais en vena. No dudaría en recomendar Muriel a cualquier aficionado al cine que desee saber de que iba el cine de Resnais. Ese cine repleto de simbolismos, de cortes inconexos, de esbozos de memoria traídos al universo presente. Un cine donde el desamor y la derrota triunfan sobre el romanticismo y el éxito. Un cine incómodo que exige espectadores comprometidos con una visión disidente de la narrativa clásica que pivota sobre personajes enfermos de vida. Todo eso es Muriel y todo eso era igualmente un genio que nos dejó una herencia impagable a la que es saludable acudir de vez en cuando. Mis respetos Monsieur Resnais.
Todo modo de amor al cine.
Excelente repaso de uno de los pilares de la historia del cine. Celebro que te hayas centrado en Muriel para el homenaje, por aquí también le dedicamos un especial al galo centrando gran parte del mismo a la trilogía de la memoria… ays, si es que ya no se hacen películas como antes, demonios.