Un callejón retratado con pictórica escenografía plagada de tonos amarillos, verdes y rojos, con una silueta femenina que confluye dentro de la oscuridad imperante de lo que a todas luces (y en este caso, nunca mejor dicho) parece un paraje donde enseguida acontecerá el terror. El espectador sabe a ciencia cierta del funesto destino de la mujer, que sobrevendrá en breves momentos en una secuencia donde yacerá muerta de una manera seca y abrupta, previa amenaza y desnudo mediante, por un asesino de imagen andrógina y atuendo de negras vestimentas. Exacto, los propósitos que han hecho de The Editor un film esperado y anhelado por aquellos que esperan todo un homenaje al giallo parecen cumplirse, para posteriormente utilizar un manido truco de metalenguaje cuando lo que habíamos estado viendo era fruto de la edición del verdadero protagonista de la película, el montador Rey Ciso interpretado (dentro de un encomiable parecido físico entre Franco Nero y su émulo Maurizio Merli) por Adam Brooks, uno de los directores del film.
Pronto Rey Ciso se proclamará protagonista del film cuando el set de rodaje de la película que trabaja será fruto de una serie de asesinatos cuya culpa recaerá principalmente en él. Al mismo tiempo, se ejecutará la obligatoria trampa detectivesca, que emergerá en la misma tonalidad en la que The Editor parece sentirse más cómoda, la hilaridad auto-impuesta. Y es que el film de Adam Brooks y Matthew Kennedy no disgusta en sus propósitos de rescatar y venerar al giallo como auténtico género culmen dentro del cine de terror europeo, usurpando y elevando de cisma sus más que elevadas naturalidades escénicas: desde el fetichismo propio de la ‹murder set piece› con un tono de perversa sensualidad y donde la puesta en escena se apoya en una luminosidad que pretende evocar a los aciertos estilísticos de los Argento o Bava, hasta la facilidad de dotar de cierto encanto la reversión tenebrosa de ciertos apuntes escenográficos, desde la fálica forma del cuchillo hasta la manera en la que la mujer se sometida a las maldades del villano. Se podría decir que The Editor mantiene cierta seriedad en la idea de reactualizar estos estamentos aun manteniendo una clave de parodia, auto-confesa y exagerada, haciendo que la película funcione a retazos manteniendo su ‹target›, casi exclusivo y altamente representativo, hacia los fans de los gialli, quienes más apreciarán el mimo del intento de emular esos estamentos visuales tan representativos. Digamos que el film acaba insuflándose para sí de las formas del género, pero no de su espíritu y fondo, algo en lo que podrá generar ciertas controversias con el espectador.
Si la película tiene algo achacable, porque a pesar de su carácter caricaturesco el film no acaba de arrancar en la búsqueda de su entidad, es por ese cariz tan exagerado de pantomima, que lejos de lograr emular la exquisitez narrativa y artística de muchos de los films a los que claramente referencia (no sólo Argento y Bava son citados, sino que artistas más viscerales para/con el giallo como Lucio Fulci también son mentados visualmente) acaba no sólo por hacer que muchos de los guiños/homenajes sean demasiado ingenuos y carentes de la mala baba que el film parece prometer en un inicio. Además, The Editor no sabe en algunos momentos si ubicar sus admiraciones por el giallo bajo apuntes más propios de sus variantes más exageradas, ya que es cierto que el film utiliza unas grotescas finalizaciones para algunas de sus escenas que acaban encaminando la película hacia el modesto splatter de infortunado extremismo y poco práctico sentido del humor. Sí cabe mencionar también su efectismo lumínico descontrolado, lo que sumado a enclaves musicales de cierto empaque ambiental acaba por hacer que The Editor pierda el pretendido aroma setentero por un empaque visual mucho más actual y desmesurado. Sería injusto no mencionar que el film de Brooks y Kennedy también logra beneplácitos de aguda influencia con los giallo en el erotismo desprendido por algunas de las féminas que aparecen en la trama, lo que derivará en una exquisita mezcolanza entre sexo y elementos de macabro calado, motosierra mediante, donde vuelve a distanciarse de la vertiente más clasicista del género italiano pero que gustará al espectador más desprejuiciado.