El director François Ozon, considerado uno de los ‹enfants terribles› del cine francés, siempre se ha caracterizado por tratar historias oscuras, con personajes retorcidos e inquietantes, donde las interacciones humanas cobran una gran importancia. Es difícil intentar encontrar un discurso autoral a su alrededor debido a su ambivalencia, ya que sus películas contienen una gran variedad de registros y de géneros. Su obra se suele identificar por el uso de un humor ingenioso y provocador, y una particular visión sobre la sexualidad, con la constante aparición de personajes homosexuales (se le llegó a llamar el Almodóvar francés, aunque realmente no tengan demasiado en común, más allá de la citada presencia gay) que son utilizados como contrapunto de la moral conservadora imperante. Pese a que Ozon nos había deleitado con obras tan interesantes y dispares como Sitcom, Swimming Pool, o Gotas de agua sobre piedras calientes, le faltaba conseguir una obra redonda para ganarse el respeto definitivo de la crítica. Un aprecio que se ha ganado finalmente con En la casa, su mejor trabajo hasta la fecha, y una de las mayores sorpresas del panorama cinematográfico del último lustro, brillante ganadora del pasado Festival de San Sebastián.
Germaine, profesor de literatura francesa (escritor fracasado debido a la falta de coraje, carente de cualquier atisbo de confianza, y con una más que evidente falta de amor por el prójimo), percibirá a través de las redacciones de clase de un alumno que este tiene algo especial. El joven, que se sienta en la última fila del aula, es tímido, tiene muy poco contacto con el resto de alumnos, y en su vida real vive sólo con un padre parapléjico. El profesor, habituado a sufrir la incompetencia de sus alumnos, se aficiona al relato por entregas del joven. Para Germaine, los textos del alumno poseen un gran valor y le anima para que se centre en la escritura de una especie de diario personal sobre sus aventuras secretas en la casa de su compañero, a pesar del tono inquietante con el que describe estos encuentros. Al mismo tiempo, se nos muestra la vida familiar del profesor, un amante del arte más clásico que observa con malos ojos cómo la modernidad intenta poner en el candelero algunas obras de arte muy absurdas en la galería dirigida por su mujer. Todos los personajes se irán involucrando paulatinamente, estableciendo una relación de perversidad cautivadora entre ellos que consigue traspasar la pantalla.
La narración, que está impregnada constantemente con multitud de referencias literarias, se divide en tres segmentos: para empezar, la historia en la casa de la familia del compañero de clase. Esta parte mezcla la voz en off del estudiante mientras inspecciona la casa y presencia las escenas familiares. En segundo lugar tenemos la comprensión de lo leído: cada nuevo texto va acompañado de los comentarios del profesor y su esposa (que también se aficiona al diario de un modo enfermizo), con la interpretación y las especulaciones de la pareja sobre la historia. Por último, las conversaciones entre el alumno y el profesor que conducen a una nueva visión de lo acontecido en cada episodio.
Ozon, al son de una banda sonora que se ajusta perfectamente a los diferentes cambios de tono de la obra (que transmite una excelente sensación de continuidad), acude a un terreno muy habitual en el cine francés: la enseñanza, pero lo hace de un modo completamente distinto a lo que estamos acostumbrados, pasando de puntillas por las habituales cavilaciones sobre el sistema educativo tan común en ese tipo de películas, y centrándose básicamente en la relación profesor/alumno, y muy especialmente en el arte de contar historias. Lo que empieza como un simple juego literario entre el profesor y su discípulo, acaba transformándose en una historia donde se entremezclan diferentes perspectivas, que sirven como excusa para diseccionar a la clase media francesa y europea. En la casa funciona como comedia, como drama, como película de intriga al más puro estilo Hitchcock, y como reflexión sobre la literatura (y por ende sobre el cine), su creación y su consumo por parte de la audiencia. También nos puede hablar sobre el egoísmo del autor literario, que se apropia de sus personajes, mutándolos y moldeándolos a su caprichoso antojo. Pese a que debido a su temática pueda dar la impresión de ser muy teatral, hay mucho cine en ella, con un excelente montaje, manejo de la cámara, y uso de la elipsis; alejándose de otras obras que se limitan a mostrar simplemente teatro filmado. El director francés, inspirándose muy libremente en una obra de teatro del escritor español Juan Mayorga, nos plantea la historia de un modo que consigue hacer dudar al espectador, haciéndole vacilar sobre si todo sucede realmente, o está inventado por el joven, o es el propio profesor quien se imagina todo. El espectador se convierte también en un auténtico ‹voyeur›, que se ve inmerso en un divertido juego en el que la realidad y la ficción se confunden, provocando que se adentre en esta ambiciosa y provocadora travesura a varios niveles, obligando a crear su propio camino para poder interpretarla.
Uno de los aspectos más destacados del último trabajo de Ozon es el sentido del humor que impera durante todo el metraje. Las escenas en la galería de arte de su esposa son muy irreverentes, en especial la parte en la que aparecen unas muñecas hinchables desnudas con pequeños aderezos al más puro estilo hitleriano (que nos remite al sentido del humor de Sitcom y Swimming Pool, dos de los films más provocadores de Ozon). La obsesión que tiene el “chandalero” padre de la familia diseccionada con los chinos también es muy divertida, así como los comentarios despiadados del joven sobre el aroma a mujer de clase media que desprende la madre. La cinta tiene unos diálogos ocurrentes y muy sarcásticos que recuerdan al mejor Woody Allen, aunque la mala baba del francés supere con creces a la del judío neoyorkino. Las partes en las que Germain se introduce físicamente en el relato para comentar sus puntos clave también nos remiten de nuevo a Allen y a una de sus mayores inspiraciones, el Bergman de Fresas Salvajes. Aunque la sutileza, el humor inteligente, y el ritmo ágil y dinámico de Ozon estén en contraposición con el tratamiento formal sucio, soporífero y carente de sentido del humor de Teorema, existe una clara influencia del film de Pasolini (al que precisamente citan en una escena en la galería de arte), con el que coincide en la observación del entorno familiar y su manipulación, como sucedía de forma similar en la excelente Canino del griego Giorgios Lanthimos, otra de esas obras que continúan en la mente del espectador después de su visionado.
El nivel actoral es otro de los puntos fuertes de En la Casa. Un estupendo Fabrice Luchini, un habitual en el cine de Rohmer (otro de los cineastas admirados por Ozon, al que considera su gran maestro) lo borda interpretando a Germain, dotando a la perfección al personaje de una mirada cansada y escéptica ante todo lo que le rodea. También destaca la presencia de una inspirada Kristin Scott Thomas como esposa del profesor y una sorprendente Emmanuelle Seigner, en un papel en las antípodas de las colaboraciones con su marido Roman Polanski.
Ozon consigue llevar una idea tan original hasta el final, sin decaer ni un momento, y nos deleita con un epílogo a la altura del conjunto de la obra, donde juega nuevamente con el espectador. Una de las grandes virtudes del director francés es que su película continúa viva horas después de su visionado, y eso no lo consigue cualquiera.