Una puerta. Inicio y esencia de Free Fall, así como del extraño recorrido que iniciará una mujer en su camino a una nueva (o no) vida. Cuál es el fin de esa decisión es algo que —a priori— el espectador desconoce: quizá el extraño clima que se respira en su hogar —sin intimidarla o humillarla, se podría decir que quien parece ser su marido la desecha—, puede que una enfermedad que se deduce de la extraña marca en su cara, o incluso la génesis de ese extraño edificio en el que se nos sumerge. Extrañeza, extrañeza y extrañeza. No podía ser de otro modo viniendo de György Pálfi, autor de la notable Hukkle, de un film tan insobornable como polémico, de título Taxidermia, o de su mayor logro hasta la fecha, aquella Final Cut donde los retales de otras películas daban vida propia a la suya. Así que, en efecto, quien acuda a Free Fall con la posibilidad de observar un ejercicio distinto, estimulante e incluso desconcertante, obtendrá como respuesta otra demostración de talento de un cineasta al que en ocasiones le falta medir —pienso en Taxidermia y su abigarrado sentido narrativo—, pero ante el cual es imposible permanecer indiferente.
Pero pudiendo admitir que lo insólito es ya como una marca de la casa para Pálfi, sería injusto quedarse simplemente con un detalle que, si bien define su cine, no lo cimienta. Para ello, nos hallamos con una dotación formal fuera de lo común, porque si bien el húngaro no es conformista en cuanto a lo argumental —con todo lo que conlleva y el siempre voluntarioso fondo de que dota el autor de Hukkle a sus trabajos—, tampoco lo es en un plano formal, estético. Cierto es que esa faceta de Pálfi no la descubriremos con Free Fall, cualquiera que haya acudido anteriormente a su filmografía conoce su pasión por ese riesgo: desde la imagen como reverso de la palabra en Hukkle hasta el impacto como principal forma de hablar sobre el presente y pasado de un país en Taxidermia. No obstante, la imaginería del cineasta es desplegada hasta las últimas consecuencias en su nuevo trabajo, sin límites y haciendo acopio de una extensa memoria visual que fragmenta los episodios en los que se construye esta Free Fall más allá de su significancia como tales. Así, desde la sci-fi más opresiva, hasta el drama social de tintes clasísticos e incluso el horror más ordinario —pero no por ello menos sorprendente—, se dan cita en una cinta que no escatima en medios, relaciones y metáforas para continuar escarbando en el ojo del huracán, en el epicentro de un cine capaz de sorprender y perturbar, de grabar imágenes en la retina del espectador a fuego con una facilidad pasmosa e incluso de tejer tras todo ello reflexiones que llevan un poco más allá el significado intrínseco de aquella imagen que no se conforma con sugerir, y por ello molesta, incordia y hasta repele, como si su propósito fuese el de buscar una reacción, no por reclamar un poco de atención, sino por encontrar una solución a su naturaleza en el espectador.
La sociedad, pues, desde su alienación hasta su huida de lo primigenio, de aquello que nos ha moldeado como tal, esa sociedad que progresa en un retroceso constante, es en este caso la punta de lanza ideal para un Pálfi inconmensurable, capaz de tornar una idea seductora en algo más que un ramplona y sintomática película por episodios, algo que podría haber ocurrido con facilidad, pero en manos del húngaro adquiere unas dimensiones muy distintas. Para él no hay escollos ni límites, sólo una libertad arrebatadora que confiere a los fotogramas que maneja una capacidad y carácter únicos para, además de tomar nuevas dimensiones y moldearlas a su antojo, proponer un reto al espectador; como si desacostumbrar su mirada para enarbolar una propia fuese más una necesidad vital que un intento por sobresalir, por dotar de cierta distinción a su cine con el mero cometido de reivindicar algo que en realidad el cine de Pálfi ya posee: un ideario inconfundible que penetra otra vez en la retina del espectador para grabar de nuevo imágenes imperecederas y únicas.
Larga vida a la nueva carne.