Más de una vez hemos escrito en esta web sobre la buena salud del llamado nuevo cine rumano. Everybody in Our Family, de Radu Jade, es la última muestra de ello.
El terremoto emocional al que vamos a asistir se asienta en el conflicto entre personajes promovido por lo que aparentemente es una minucia. Si en una cinta de fondo parecido como puede ser Un Dios Salvaje de Polanski todo se iba al garete partiendo de una pelea entre los hijos de las dos parejas protagonistas, aquí esa pequeña tontería que se transforma en tormenta tiene su representación en la custodia compartida de una niña.
Marius se levanta una mañana, visita a sus padres y nos parece un buen tipo. O eso es lo que él intenta con todas sus fuerzas. Se prueba a dosificar la información, no sabemos muy bien su pasado o sus vivencias con los otros personajes. El guión juega en este aspecto al despiste: tras marcharse de casa de sus progenitores, donde ya hemos asistido a unos pequeños conflictos familiares y una muestra de máscaras y capas por parte de los implicados, no conocemos realmente a ese hombre, no. Conocemos lo que trata ser, al tipo que está dejando de fumar, que visita a sus padres de manera simpática e intenta llevarse lo mejor posible con tres personajes a los que se ve obligado a relacionarse por cosas de las convenciones sociales y la custodia compartida.
Total, es cuando nuestro héroe (al fin y al cabo, es lo que es, por muy mal que vayan a ponerse las cosas y mostrarnos otras capas suyas más oscuras) llega a casa de su ex mujer, donde en ese momento se encuentra su ex-suegra con el nuevo novio de la hija de esta, cuando el tema se pone más interesante. Todo lo anterior era una preparación, llena de alevosía, para congraciarnos con nuestro héroe, viéndolo intentar ser un buen hombre. Porque es lo único que quiere Marcus a parte de llevarse a su hija de vacaciones: ser un buen hombre. Él lucha por serlo, pero joder, se le va a poner a prueba hasta límites insospechados.
Marcus no ve a su hija desde hace meses. Es lo que tienen los veredictos de los jueces y sus leyes, que a veces joden a la gente que tan solo quieren ser buenos tipos, con una sonrisa para todos y cordiales incluso con personas a los que no les une ni amistad ni aprecio. Las relaciones entre estos tres personajes es cambiante, está en el fondo podrida aunque no salga a relucir de inicio. El novio de la ex mujer dice que la niña está enferma y que no puede irse de viaje. Marcus no le cree, su hija está estupendamente. La discusión sube de tono. Se relaja. Se tensa. Se reprochan cosas pasadas. Se intentan tranquilizar. Siempre de manera caótica, pasando de un estado a otro con agilidad y una bendita naturalidad que asusta. Porque al relato se le ha imprimido aquello de hacer creer al espectador que lo que ve en pantalla no es más que una extensión de la realidad que vive fuera del cine. Cámara al hombro, cortes sin continuidad, ausencia de música extradiegética, espacio natural, tiempo real, personajes profundos y llenos de capas… una puta maravilla. No pienso ser objetivo llegado a este punto, Everybody in Our Family es una de las mejores películas del año, una obra donde la tensión crece y decrece como la marea del mar mientras el espectador suelta una risa nerviosa, casi desesperada, por lo que acontece en pantalla.
Una vez que la madre aparece en escena, ya es el descontrol absoluto, con las emociones reprimidas por el bien de la niña ya muertas y obsoletas, con todos lanzándose mierda en todas las direcciones, con la pequeña escuchando auténticas barbaridades y siendo utilizada como una mera marioneta para el propósito de unos y otros. Ella es la principal víctima de la película, por mucho que suframos y estemos en todo momento con Marcus. Ya saben, sólo un tipo intentando ser un buen hombre.
El guión es una maravilla. Los diálogos ágiles, afilados, mordaces, irónicos… Las relaciones entre los personajes son el auténtico fuerte de la cinta, con todo el mundo mostrando una capa tras otra después de un inicio donde se pretendía guardar las apariencias.
Todo queda resumido en la escena en la que padre e hija ven pasar a través de la ventana una procesión fúnebre de gitanos. La hija pregunta que a dónde se va cuando se muere. La respuesta de Marcus es que al cielo, aunque poco convencido (por los pequeños detalles que se nos muestra, él es más bien ateo, en contraposición con su ex mujer y la “familia” de esta). Ella dice si al cielo van todos. Marcus vuelve a contestar dudando: solo los que son buenos. ¿Yo iré al cielo? pregunta divertida su niña. Marcus le promete que así será, asegurando además que tanto su madre, como su abuela e incluso el novio de su madre también irán. Se queda en silencio, sin atreverse a mentar su propio nombre, porque no las tiene todas consigo.
Porque Marcus es un tipo que sólo intenta ser un buen hombre, cierto, pero él sabe que nunca entrará al cielo.
Confio en el nuevo cine rumano y esta película tiene una pinta maravillosa. Buena crítica. Saludos.
Pues vete preparando para este año, que vienen unas cuantas. Para calentar motores, en breve la de Beyond the hills, de Cristian Mungiu. Recomendable, aunque algo por debajo de Occident o de 4 meses, 3 semanas y 2 días.