Nabil Ayouch no da ningún trato especial a los personajes principales de Los Caballos de Dios. Nada los exime de sus gamberradas, ni siquiera de algunos actos que bien podrían considerarse vandalismo. No se espera que empaticemos con ellos por su bondad, sino por solidaridad respecto a la trágica situación en que se encuentran. Lo que el director francés (de raíces marroquíes) se propone es plasmar con la mayor veracidad posible un contexto, un espacio maltratado por el sector occidental. Y sobretodo, dar testimonio del germen del terrorismo yihadista, que como se nos muestra en la película, no responde tanto a un orgullo patriótico (como en ocasiones se nos hace creer) como a una respuesta desesperada al mal estado de una sociedad maltratada. De ahí que no sea necesario maquillar a los personajes que protagonizan la película: desde el minuto cero entendemos que su conducta caótica (e incluso violenta) es el resultado de una dura represión.
Y es sorprendente como, sorteando los caminos convencionales, Ayouch crea un fuerte vínculo entre personajes y espectador, despertando interés e incluso cierta identificación. Nos convertimos en testimonios de un presente escalofriante; un presente que hasta cierto punto ya conocemos: ahí tiene un papel clave la secuencia en que Yachine (protagonista de la película) oye decir al dueño de un bar que una pareja conocida reside actualmente en Italia. Entonces nos vienen a la memoria palabras como “inmigrante”, “sin papeles” o demás conceptos injustamente usados de forma peyorativa. Pues, ¿quien no huiría de una situación en donde el desarrollo personal es impensable y la máxima aspiración se reduce a convertirse en el camello de un barrio de chabolas? De ahí que la maduración de Hamid, hermano mayor de Yachine, se traduzca en la conversión a una fe ciega, que deposita toda su confianza en un “paraíso post mortem”. Todo ello está contado con tal naturalidad, efectividad y transparencia que uno casi olvida el carácter militante de la película.
En este aspecto, es una pena que el último tercio peque de cierta reiteración; especialmente cuando los momentos climáticos son despachados con mucha ligereza. Es decir, la parsimonia con que se detalla el carácter engañosamente sabio del clan terrorista reduce el impacto de ciertas secuencias; cuya ejecución rápida podría dar buen resultado en condiciones distintas. Ello no quita que el tratamiento se mantenga más que correcto, logrando secuencias que incluso alcanzan el notable alto (atención a la impactante escena que da conclusión al filme o, sin ir más lejos, este brillante arranque en donde se nos dibuja mediante cuatro pinceladas las duras condiciones en que se encuentra nuestro protagonista). Cabe decir, además, que el discurso de Los caballos de Dios posee suficiente fuerza como para no dejarnos indiferentes. Es simplemente la falta de un punto y final redondo lo que impide a este buen trabajo alzarse como una pequeña joya.