Hablar hoy en día de clases sociales en su pura definición es más complicado que nunca. Cierto es que en muchos países todavía se sigue distinguiendo a la gente de esta forma pero, en otros tantos lugares (especialmente en lo que se refiere a Occidente), lo que realmente diferencia a las personas es su capacidad adquisitiva o, para ser más exactos, el puesto de trabajo que desempeñan. En pocas palabras, el rico es quien realmente ostenta el poder y actúa como un rico, independientemente de dónde venga, mientras que el pobre está a su merced. Brasil no huye de esta cuestión, por mucho que durante este Siglo XX se haya avanzado en muchas cuestiones, pero las diferencias en lo relativo a los salarios, unidas a un importante componente étnico, hacen que todavía exista una más que relevante brecha social.
En Una segunda madre (Que Horas Ela Volta?), última película de la cineasta brasileña Anna Muylaert, contemplamos a Val en su trabajo de criada en casa de una respetable familia compuesta por el joven Fabinho, su sombrío padre Carlos y su madre Bárbara, que es quien parece llevar las riendas del domicilio con su enérgico carácter. Val actúa con mucho servilismo ante Bárbara, la cual mantiene a raya a su empleada no de manera directa, sino a través de pequeños detalles: no te comas este helado, no entres a la piscina, no utilices este juego de tazas… Esta situación se rompe con la llegada de Jessica, la hija de Val que acude a Sao Paulo para realizar los exámenes de selectividad con el objetivo último de convertirse en arquitecta. Jessica desafiará las convenciones sociales y pondrá en jaque el dominio de Bárbara sobre todos los habitantes de la casa.
Así, Muylaert plantea un terreno argumental más que interesante tanto a pequeña escala como en un sentido más amplio ya que, de alguna manera, con el duelo Bárbara versus Jessica la directora intenta plasmar no sólo el pasado y presente de su país en cuanto a los privilegios sociales, sino que marca unas pautas para lo que ella desearía que fuese Brasil en un futuro no muy lejano. Y, como decíamos en el anterior párrafo, todo esto lo construye en base a cosas nimias, escapando de discursos grandilocuentes y partidarios que probablemente hubieran tirado por tierra todo lo que aquí quería plasmar.
Sin embargo, los recursos que Muylaert utiliza en Una segunda madre para defender su mensaje son más estilísticos que textuales. La brasileña sitúa la cámara allá donde realmente está lo que pretende mostrar, no es una dirección en piloto automático no mucho menos, sino que cada plano tiene una explicación, un sentido propio. El más llamativo de la cinta seguramente sea aquel en el que la cámara no se mueve de la cocina por mucho que los personajes la abandonen y lleguen a cerrar la puerta, a través de lo cual Muylaert intenta ceñirse al punto de vista de Val, una sirvienta anclada a ese lugar de la casa que casi es tierra desconocida para el resto de sus habitantes. Pero existen varios ejemplos más; sin ir más lejos, no hay que ser demasiado avispado para percatarse del mayor protagonismo que se le otorga a los dos cabezas de familia conforme avanza la trama.
Tanta importancia concede Muylaert a la técnica que muchas veces ésta parece estar muy por encima del desarrollo de sus personajes, pero tal cosa no es del todo cierta. Es evidente que las personalidades de Val y de Jessica son las que están mejor elaboradas porque también son las que ostentan mayor protagonismo, pero Bárbara también goza de una construcción bastante lógica y atrayente. Más dificultades hay a la hora de plantear los personajes masculinos, siendo tanto Carlos como Fabinho dos hombres que bordean el fracaso ante el poco interés que su mujer y madre respectivamente muestra en ellos. Las interpretaciones de sus actores continúan esta misma senda, ya que la veterana Regina Casé y la joven Camila Márdila se desempeñan con mucho pulso en sus papeles protagonistas, sin despreciar tampoco la actuación de Karine Teles como antagonista.
Dentro de su pequeña atmósfera (hay pocas escenas emplazadas fuera del domicilio), Una segunda madre crece conforme pasan los minutos y se torna en una agradable sorpresa, una obra satisfactoria dentro de su propia idiosincrasia así como retrato de la realidad de un país. No es de esas cintas a las que uno retorna pasado el tiempo, pero sería injusto no valorar en su cierta medida el buen trabajo de Anna Muylaert a la hora de narrar con precisión la historia que pretendía contar.